La cuestión del libre albedrío es imperecedera. En ocasiones adquiere mayor relevancia. En ética en general, y en ética médica en particular, siempre es tema vigente. Nunca es fácil concluir acerca de los límites del libre albedrío, de ahí la necesidad de discutirlos públicamente. No debe sorprender la falta de consenso. El libre albedrío incluye y excluye. Los letrados concuerdan en uno o en ambos conceptos, “potestad de obrar por reflexión y elección”; o bien, de acuerdo a algunas doctrinas filosóficas, “es el poder que tienen las personas de elegir y tomar sus propias decisiones”.

El libre albedrío camina en paralelo con la autonomía de las personas, las cuales, como lo indica la palabra, tienen derecho de actuar de acuerdo a su parecer. La palabra parecer merece una acotación: es lícito proceder siempre y cuando el acto no dañe a otros individuos. Utilizo el suicidio para ilustrar dicha diatriba. La autonomía le permite al individuo conducirse como desee. Para algunas personas, poner fin a su vida motu proprio puede ser la solución. El suicidio es absoluto: todo termina. La discusión surge cuando se analiza el daño secundario infligido a familiares o amigos: ¿tiene “derecho” o no el suicida de quitarse la vida a pesar de los destrozos asociados? No hay una respuesta unívoca.

Comparto otros bretes contemporáneos para ilustrar los límites del libre albedrío y seguir alimentando la discusión. ¿Debe ser obligatorio el uso del cubrebocas?; ¿deben los restauranteros acatar órdenes gubernamentales y cerrar y/o sólo abrir durante algunas horas? La respuesta obvia radica en el bien común: de acuerdo a científicos y estudiosos de todo el mundo, exceptuando a López-Gatell, ambas medidas son necesarias. El contagio disminuye, aseguran, si se acatan dichas conductas. ¿Qué hacer con quienes no aceptan esos dictados, sea por convencimiento, por no respetar a las autoridades, por el fracaso mundial ante la embestida del SARS-CoV-2 o por la fatiga pandémica?

El desencuentro es obvio. La doctrina del libre albedrío permite que la persona decida mientras que los políticos exigen seguir sus disposiciones. El problema se profundiza si entra en juego la autonomía. No hay decretos constitucionales que obliguen a seguir ese tipo de métodos; sí hay, en cambio, pruebas de que una persona contagiada por Covid pueda infectar a los demás si no sigue, a pesar de no ser perfectas, las reglas dictadas por expertos. ¿Qué hacer? No hay una sola respuesta. Son muchas las variables. De ahí la fascinación por el estudio de la ética.

Dos lógicas. La del papel. El bien social predomina; el bien individual debe relegarse al comunitario. Segunda lógica. La de la realidad. México como ejemplo. No hay ningún estudio sobre los estratos sociales de los muertos por Covid. Las ideas de quienes no trabajan en la Secretaría de Salud es que un porcentaje “considerable” de los decesos ocurrieron en las clases pobres, sea por hacinación, mala nutrición, falta de cubrebocas, necesidad imperiosa de trabajar, imposibilidad para acceder a hospitales equipados. La realidad individual, comer, mantener a los hijos, priva sobre el bien común.

Son muchos los vínculos entre libre albedrío y medicina. Dibujé algunas cuestiones sobre la pandemia actual y mencioné el siempre presente dilema del suicidio. Carezco de respuestas precisas. Comparto una idea de Santo Tomás: “El hombre tiene libre albedrío, porque de otra suerte las exhortaciones, castigos y recompensas carecerían de sentido. Además, el hombre obra según su juicio, el cual puede seguir direcciones opuestas cuando se aplica a hechos contingentes”. Santo Tomás es contundente. En situaciones como la actual no hay respuestas unívocas. ¿Dónde estás, Santo Tomás?

Médico y escritor.

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