“Cuando despertó, el dinosaurio seguía ahí”, es uno de los grandes cuentos del inmenso Augusto Monterroso. Grande por su extensión, siete palabras, inmenso por su vigencia: no sólo sigue viva la lección, se renueva cada día. Ignoro en quién o en qué pensaba Tito cuando compartió su visión del mundo. México, sin duda, formaba parte de su fábula no fábula. Múltiples versiones, incluso un libro, se han encargado de desmarañar la idea central. Comparto mis dudas. Dos preguntas: ¿quién es el dinosaurio?, ¿quién despertó? El dinosaurio, postulo, es el gobierno. Quien despertó, pienso, es el pueblo. Concluyo: cuando despertó el pueblo encontró, aterrado, que el dinosaurio seguía ahí. El dinosaurio cambió de piel: Murieron PRI y PAN, pervive Morena.

Andrés Manuel López Obrador, forjado bajo la égida del PRI, desoye incontables voces y/o sólo escucha las diseñadas para él. La pandemia actual es buen ejemplo. Balancear es necesario. La letalidad por Covid-19 ha aumentado y, me temo que sin elementos para sortear el día a día, la mortandad y la mortalidad asociadas a la pobreza se multiplicarán. Lo mismo sucede con la violencia, en ocasiones por el narcotráfico y sus asociaciones, léase PAN más PRI, y otras veces con fines de supervivencia. Desde hace algunos días el gobierno de AMLO conminó a los mexicanos a encarrilarse en la “nueva normalidad”, frase de por sí inentendible: la normalidad no es ni nueva ni vieja.

Por decreto gubernamental el país inició la nueva normalidad el uno de junio. AMLO, haciendo gala de su dictum, retomó sus giras, viajó acompañado, midió el avance de sus proyectos y no utilizó cubrbocas. Como en otras oportunidades, desoyó a su estrella, Hugo López-Gatell, y, si acaso lo escuchó, hizo caso omiso, tanto de su voz como de las cifras de muertes por el virus, si es que son veraces, y del número de contagiados, nuevamente, si es que son veraces. La “nueva normalidad” busca retomar la vida anterior a la emergencia nacional decretada por el coronavirus. El día previo a la “nueva normalidad”, el subsecretario destacó “hoy no se acaba la epidemia, hoy no se acaba la restricción necesaria de la movilidad en el espacio público, para seguir mitigando la epidemia”, y agregó, “[Este] 1 de junio no es regresar a la normalidad, no es abrir libremente las actividades sociales, económicas, y, desde luego, las educativas, no lo es. Lo enfatizo, porque es imprescindible que la sociedad sepa que el peligro existe y que toda la República se encuentra en semáforo rojo, con excepción de Zacatecas”.

El divorcio entre lo que dice y pregona López-Gatell y las actividades de su presidente es nocivo para la población. En tiempos tan ríspidos como el actual, el consenso gubernamental es imprescindible. No se trata de López-G versus López-O, se trata de unificar criterios en beneficio de la ciudadanía. Los días posteriores a la declaración de la “nueva normalidad” han sido los más negros en cuanto al número de muertos y de nuevos casos, sin soslayar que México es, entre los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, del cual es miembro, el que menos pruebas realiza para detectar la presencia del virus. López-Gatell asegura que sabemos, de acuerdo a sus estudios, el porcentaje real de casos, aunque con retraso por razones ajenas a él; muchos cuestionamos sus certezas. La “nueva normalidad”, propia de AMLO y de su gabinete, confunde a la población. Imposible entender el mapa político contemporáneo.

¿López-Gatell se entiende? ¿López-Gatell comprende a López Obrador? De acuerdo a las cifras, a la curva menos aplanada que nunca, y al desencuentro entre su visión como epidemiólogo y las acciones de su jefe, da la impresión que poco dialogan y nada se escuchan. Y agrego: la “nueva normalidad” no es tal, más bien recuerda la inefable y nauseabunda vieja anormalidad priista.

López-G pregona, López-O no escucha, el virus se multiplica. Plagio a Monterroso, “Cuando despertemos el dinosaurio seguirá aguardando”.



Médico y escritor

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