Journal of Negative Results in Biomedicine (Revista de resultados negativos en biomedicina) fue una revista que dejó de publicarse en 2017. Su vida fue corta: nació en 2002. Como el nombre lo indica, el leitmotiv era publicar experimentos cuyos resultados fueron negativos o no confirmados. Dejó de ver la luz, supongo, por el escaso interés del público lector y quizás por falta de entusiasmo de los investigadores en compartir resultados negativos o no comprobables.

A mí siempre me interesó el corazón de la revista: compartir diseños no exitosos o no reproducibles debería ser compromiso ético en cualquier campo dedicado al saber. En ocasiones se aprende más de investigaciones no concluyentes que de experimentos exitosos, muchos de los cuales, dicho sea de paso, a pesar de publicarse en “buenas revistas”, o no son leídos o tienen un impacto muy pobre y pronto son olvidados. La humanidad se beneficiaría si trabajos fallidos, en cualquier área, fueran reproducidos en revistas de gran repercusión e incluso en la prensa. Pensemos entrelíneas, juzguemos tras bambalinas:

1. Lo reciclable no siempre es reciclable. Veamos la Tierra, pensemos los océanos.

2. Varios fármacos son retirados del mercado no sólo por no curar sino por generar problemas de salud adicionales. ¿Finalizan con rigor o finalizan con premura los experimentos las farmacéuticas?

3. En los últimos años se vendieron dos o tres marcas de automóviles con motores altamente contaminantes. Los fabricantes sabían que mentían.

4. La proliferación de productos de todo tipo, desde focos hasta computadoras, privilegia el mercado consumidor y no el producto, fenómeno denominado obsolescencia programada. Aunque no se puede hablar estrictamente de resultados negativos, ¿por qué no hacer focos, como explica el término obsolescencia programada, que duren cien años en vez de uno o dos?, ¿por qué no fabricar celulares más duraderos en vez de los actuales, los cuales apenas cruzar la puerta de salida del distribuidor ya son viejos?

5. Hartos de fracasos políticos, muchas naciones, entre ellas varias latinoamericanas, han cambiado el régimen por otros con ideologías diferentes. Cansados de los modelos negativos, del bla, bla, bla hueco de los líderes, de derecha o izquierda, la población, yerma de esperanzas, se decantó por opciones diferentes.

El camino del aprendizaje, en todas las áreas, es lento, tortuoso. En medicina, por ejemplo, una molécula puede tardar treinta años antes de convertirse en un fármaco aprobado. Con frecuencia, desconozco el porcentaje, muchos experimentos, en todas las áreas del saber, fracasan. Conocer las razones por las cuales no cuajó la investigación es fundamental para otras personas o grupos: se ahorraría tiempo y dinero. Compartir experiencias negativas mejoraría un poco —se vale soñar— las enfermedades humanas. Ejemplos sobran: no mentir: reciclable no siempre es reciclable; pensar en el futuro: regresar a los portalápices, fabricar ropa más duradera; ser éticos: hace tres años salió al mercado la fibanserina, fármaco aprobado para aumentar el deseo sexual en mujeres, ¿se llevaron a cabo los experimentos acordes a normas éticas?, ¿son veraces los experimentos que miden la libído y el deseo sexual femenino?, etcétera.

No mentir y publicar resultados negativos son caminos éticos. Imponer conductas propias del capitalismo salvaje, i.e., vender y vender y vender, parecería, a vuelapluma, no guardar relación con la publicación de resultados negativos, pero si los productores de fármacos o productos programados para no durar actuaran guiados por principios correctos, fortalecerían “la ética del producto y del consumo” y eliminarían el uso y abuso de otros bienes cuya ineficacia quedó demostrada en experimentos previos con resultados negativos.

La lucha tiene dos contendientes: capitalismo salvaje versus especie humana. La pregunta es obvia: ¿es imposible sortear el camino con éxito a favor de la supervivencia de nuestros congéneres y de la Tierra?

Médico y escritor

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