Con Kafka no se sueña, se vive. No se regresa a Kafka, vivimos enkafkiados. Kafkiano no requiere itálicas. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española ha incluido la palabra kafkiano: “Que tiene el carácter trágicamente absurdo de las situaciones descritas por este escritor en sus obras”, concepto al cual agrego, “y por los habitantes cuyas vivencias rayan en el absurdo”. Como sucedió ayer, como sucede hoy, como sucederá mañana.

En México, ya se ha dicho, Kafka hubiese sido un escritor costumbrista, no un inmenso pensador como lo fue, cuyas demoledoras ideas describieron su mundo —1883-1924—, su realidad. Amante de la inteligencia, de las palabras, del universo de las elucubraciones, Kafka se sorprendería de “su falta de asertividad” si fuese testigo de los dimes y diretes de Andrés Manuel López Obrador y del silencio de los miembros de su gabinete cuyo mutismo apoya sus políticas. Uno —yo— esperaría más renuncias y dimisiones de algunos ministros como sucede en otras naciones cuando no se concuerda con el ideario del Jefe. Las dimisiones de gente cercana, amén del valor ético del acto, funcionan como alerta: abandonar una encomienda siembra preguntas; hurgar en los motivos de la renuncia suele servir.

En el mundo kafkiano las situaciones absurdas son norma y regla. Lo absurdo se amplifica y se convierte en “más absurdo” —ilógico, disparatado, incongruente, incomprensible son sinónimos— cuando lo que se dijo no se cumple por haber nacido sin sustento, sin planeación. Al inicio del nuevo sexenio se habló de cambios profundos por el bien de la nación; dilapidar y destruir elementos cruciales para el bienestar del país no era la meta.

En el ámbito cultural y social, los acontecimientos en instituciones fundamentales como el CIDE, el INAH o la ENAH, además de rebasar toda lógica se ha convertido en una amenaza para la supervivencia de los trabajadores, sobre todo los del INAH y los de la ENAH. “Por el bien de todos, primero los pobres” es el eslogan más representativo del gobierno de la Cuarta Transformación. ¿Qué sucederá con los empleados de las dependencias señaladas sin contrato, sin salarios asegurados, sin la posibilidad de ofrecer sustento a los suyos?: engrosarán las filas de los pobres. Ni la realidad ni el hambre ni el descontento ni el enojo ni el hartazgo aguardan. El “tiempo negro” como el que vive la gente en espera de sustento se agota. El “tiempo negro” es el de los trabajadores del INAH y de la ENAH.

Kafka fue checoslovaco. Ahora es universal, y brasileño (Bolsonaro), y estadounidense (Trump), y británico (Johnson) y muy mexicano: la Cuarta Transformación, el exiliado Peña Nieto y Felipe Calderón, responsable de la “lucha contra el narcotráfico”, son ejemplos vivos. Basta leer la vida. Basta enterarse, de las crisis antes señaladas así como de hechos incomprensibles: desabasto de medicamentos, ”pausar” las relaciones con España, ser el único país en el orbe donde el Presidente busca la auto revocación del mandato, contar con un testamento político cuyo fin es salvaguardar la salud de su nación, mentir en relación a la clase social y al número de muertos debido a la Covid-19 y un largo etcétera cuya longitud, debido a nuestra realidad kafkiana, se incrementa día a día.

Esta semana The Economist publicó los resultados del Índice Democrático el cual evalúa la situación de la democracia por medio de cinco variables: pluralismo, función gubernamental, participación política, libertades civiles y política democrática cultural. México ocupa el lugar número 90 de 165 países evaluados. ¿Solicitará AMLO “pausar” las relaciones con Inglaterra? Kafka debe tener la respuesta.

Médico y escritor

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