Tengo la vieja, muy vieja costumbre, hoy antediluviana, de cargar conmigo pequeños papeles —papelitos, reciclables, ¡faltaba más!— donde anoto ideas, cuestiones no resueltas, citas dignas de olvido, y citas imprescindibles. Por la noche, antes de intentar ordenar mi cabeza y mis cosas, ambas misiones, con frecuencia imposibles, reviso mis papelitos, los tacho, los elimino o inauguro uno nuevo donde anoto los pendientes. Los papelitos son una extraña, indispensable y anticuada costumbre. Me acompañan desde nosecuando, pero, probablemente a partir de la fecha cuando me enteré de la falta de fiabilidad de nuestra especie, de las fracturas de la memoria. Con el tiempo, y ante la asonada de tanta información, ese espacio pervive e incluso es cada vez más necesario.

Mis papelitos concentran todo; citas, pendientes de hoy, de ayer, de antier, de antes de antier y muchos antes del antier más cercano. Todo lo anoto con lápiz, inmejorable compañero, el cual, por ahora, sigue vivo a pesar de los Smartphones; las notas con lápiz pueden enmendarse, borrarse o corregirse con facilidad. Al cumplir con su tarea, o cuando ya era incumplible por vetusta, los papelitos siguen su destino, la basura. Del último, el de hoy, sólo sobrevive una oración y un nombre. Homero, cuyo nombre todos repetimos y de cuya obra poco sabemos: me incluyo en ambos rubros.

Hace 2,800 años aproximadamente —Homero nació en el siglo VIII antes de nuestra era—, sin saber nada de la agenda actual, i.e., cambio climático, Antropoceno, pérdida de la capa de ozono, contaminación del aire, Greta Thunberg y, entre otros, de la acumulación en mares y ríos de plásticos no reciclables, Homero señaló: “No hay cosa, de cuantas respiran y andan sobre la Tierra, más lamentable que el hombre”. ¡Eureka!: Homero advirtió, Homero se adelantó, Homero convivió con sus pares, Homero presagió el fin de la humanidad: Homero fue inmenso: no fue ni profeta ni prestidigitador, fue sabio: conocía a sus congéneres. En el mundo homérico el número de habitantes era de 8 millones; en nuestro tiempo, la Tierra, ¡pobre Tierra!, alberga 7,920 millones más las decenas de miles que se acumulen mientras se publica el artículo. El brete, con o sin escepticismo, es enorme: cada día nacen 367,000 personas y mueren 154,000; el crecimiento aproximado de la población es de 213,000 personas cada día. Pobres de nosotros, muy pobres de los recién llegados, pobre Tierra: más y más humanos. Más de lo mismo pero peor: entre más habitantes, más hambre, más refugiados, más migrantes, más terroristas, más fanáticos religiosos, más execrables políticos, más semaforistas, más pobreza, más desigualdad, más...

Releo a Homero. Hojeo uno o dos periódicos, escucho la radio. Basta leer los encabezados: todos deprimen, todos hablan de seres humanos: de lo que se hacen unos a otros, de cómo se matan, de cómo crece el odio, y de cómo destruimos la Tierra, nuestra única casa. Releo mi último papelito: ¿existe la auto-revocación del mandato presidencial como sucede bajo la égida de Andrés Manuel López Obrador? Mis amigos eruditos me han respondido, “no”. Sería fantástico conocer la opinión de Homero sobre la auto-revocación del mandato presidencial.

Homero: “No hay cosa, de cuantas respiran y andan sobre la Tierra, más lamentable que el hombre”. Homero por supuesto tenía y tiene razón: lo único más lamentable que el hombre son otros hombres.

Médico y escritor

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