Dialogar es una obligación de cualquier Estado. Lo impiden las dictaduras, los populismos, las tiranías, los regímenes sordos. Ejemplos viejos y vivos sobran. Unos peores que otros. Unos asesinan sin reparo como sucedió con armenios a manos de los turcos, camboyanos bajo la égida de Pol Pot, rusos por los dictados del maligno Stalin, judíos, Testigos de Jehová, personas con anomalías físicas y homosexuales durante el nazismo.

Otros sepultan palabras e impiden el disenso. Ejemplos vivos sobran: Trump, Bolsonaro, Orban (Hungría) y, entre otros, Duda (Polonia). Los exabruptos del último grupo entierran el diálogo y a seres humanos; a Bolsonaro se le ha acusado de genocida por el mal manejo de la actual pandemia. Enterrar la conversación e impedir el disenso no es una suerte de enfermedad, es un pathos grave, cuyo efecto nocivo se vive cada día, y, con el paso del tiempo, al reproducirse, producirá daños irreversibles.

El 30 de junio, Andrés Manuel López Obrador inauguró un nuevo espacio en sus mañaneras, en esta ocasión dedicado a los medios de comunicación llamándolos corruptos, rastreros e integristas. La suma de los calificativos utilizados por el Presidente reafirma la visión omnímoda de su realidad. Cinco semanas después de la confección de “las mentiras de la semana”, espacio dedicado a denostar el trabajo periodístico de medios de comunicación, mexicanos y extranjeros, las agresiones han aumentado. El País, The Economist y The New York Times, publicaciones señeras, respetadas en el mundo, enemigas de Fake News, son algunas de las víctimas; me sorprende la omisión de Le Monde, cuyo texto Mexique: Une mafiocratie tentaculaire (“México. Una mafiocracia tentacular”- 18 y 19 de julio), escapó a los voceros del Presidente.

Reforma, EL UNIVERSAL y El Financiero son los cánceres cuyos reporteros y columnistas dirigen sus textos contra el gobierno. De acuerdo a AMLO y a los miembros de su gabinete, cuya mudez aprueba los dictados presidenciales, quienes ahí escriben “…son personas que se entregan por entero a la mentira y pierden la imaginación y el talento. Son corruptos, rastreros, integristas y menos inteligentes”.

El sesgo tiene límites. Lo tiene en la ciencia, en la economía, en la literatura y en la vida en general. El gobierno actual desconoce las implicaciones del término sesgo. Sus decires son siempre veraces. No merecen corroboración. No admiten diálogos. No se nutren de los expertos. No cambian suceda lo que suceda: ejemplo vivo es la apertura de clases a pesar del incremento en el número de muertos y contagios por Covid-19. La falta de autocrítica in crescendo de AMLO y la aprobación ilimitada de su gestión por parte de los miembros de su gabinete, muchos con sendas formaciones académicas en México y en el extranjero, alarma. Sin contrapesos y sin censores, amén del poder ilimitado de incontables horas en los medios, y ante la nueva agresión contra la libre expresión, el sesgo continuará reproduciéndose.

Debido al asalto implícito en “las mentiras de la semana”, medios como la Sociedad Interamericana de Prensa expresaron “…su preocupación por el continuo ataque de López Obrador para desautorizar a los medios de comunicación”. Entre otras voces destaca el reporte Digital News Report 2021, del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, “…los medios de comunicación en México enfrentan problemas como una sociedad polarizada, la contracción económica y la pandemia de Covid-19; aunado a ello, se suman las constantes agresiones de un presidente populista que acusa a los medios de cobertura injusta y corrupción”.

Dialogar es imprescindible. En México han sido asesinados 45 periodistas durante el gobierno de AMLO, quizás la totalidad por narcotraficantes. Acallar la libre expresión y sepultar la conversación son aves de mal agüero.

Médico y escritor

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