El antisemitismo es un fenómeno muy viejo. Imposible saber cuándo empezó. De su alta contagiosidad da cuenta la historia. Considerarlo enfermedad podría ser inadecuado, pero no lo es: el número de judíos muertos por el antisemitismo son testimonio, viejo y presente, de su peligrosidad y malignidad. El antisemitismo se propaga con facilidad.

Basta un suceso, pequeño o grande, para atizar las fauces del odio hacia los judíos. A partir del siete de octubre, día de la matanza de israelíes, las manifestaciones antisemitas no han cesado y se han multiplicado desde la invasión a Gaza y de la muerte de incontables gazatíes inocentes.

En muchas ciudades la población se ha pronunciado contra Israel y a favor de los palestinos por los trágicos sucesos en la franja. Concentraciones entendibles: ha fallecido una cifra indeterminada de inocentes palestinos, la mayoría a manos del ejercito israelí y “no pocos” por francotiradores de sus hermanos de Hamás. O no ha habido o no han sido reportadas manifestaciones anti Hamás ni ante su progenitora, el demonio de todo los demonios, Irán, gobierno patrocinador de diversos terrorismos, que asesina a sus conciudadanos, sobre todo mujeres, por medio de la temible Policía religiosa islámica.

Fueron también exiguas las demostraciones mundiales durante el tristemente célebre Septiembre Negro (1970), cuando el ejército jordano lanzó una ofensiva masiva contra combatientes palestinos para recuperar el control de su territorio. Los dirigentes de la Organización para la Liberación de Palestina afirmaron que fueron decenas de miles el número de víctimas. En esa ocasión, Siria respaldó a los fedayines y, al igual que hoy, el resultado para ellos fue desastroso. Y ahí sigue el asesino Bashar al-Assad.

El antisemitismo siempre está presente. Aflora, persigue y golpea como ahora sucede debido al conflicto entre Israel y Hamás. Muchas veces las concentraciones a favor del pueblo palestino no diferencian entre la causa palestina y los terroristas de Hamás. Pocas marchas, si acaso ha habido alguna, condenan los asesinatos perpetrados por Hamás, tanto de israelíes como de sus hermanos palestinos.

En Australia se ha coreado Gas the Jews ("gasea a los judíos"), en alusión a las cámaras de gas nazis. En las manifestaciones mundiales no se diferencia entre gazatíes, muchos enemigos de Hamás y los terroristas. En Londres, Berlín, Washington, los ciudadanos acuden en apoyo de los palestinos. No ha habido marchas a favor de los 240 rehenes, israelíes y extranjeros, capturados por Hamás y sus patrocinadores iraníes, nación que no pierde la oportunidad para proclamar la destrucción de Israel y el asesinato de judíos, sean o no israelíes. Hamás pide borrar del mapa a Israel.

¿Qué harían otros países si les cayesen misiles? Hamás ha lanzado aproximadamente 8 mil desde octubre 7. Cada misil cuesta 700 dólares. Desde hace meses los gazatíes se han expresado contra Hamás exigiendo alimentación, agua, techo, servicios de salud. Dichas querellas han sido repelidas con fuerza y con asesinatos. En relación al affaire palestino, ¿dónde han estado las naciones árabes durante décadas?

Si acaso es posible vencer el odio es obligatorio crear el Estado Palestino, es menester acabar con Hamás y sucedáneos, es imperativo aislar a Irán, es necesario enjuiciar a Netanyahu, es forzoso devolver los “últimos territorios” ocupados ilegalmente por Israel, y, sobre todo, es imprescindible regresar a los rehenes.

Mientras tanto, a los judíos se nos pide modificar nuestra cotidianeidad: no usar estrellas de David, evitar reuniones y a los religiosos no utilizar la kipá, gorra con la se cubren la cabeza. Mis padres se salvaron del Holocausto. No así 25 familiares gaseados. Para mí sería cobarde esconder mi judeidad.

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