Decía Ricardo Piglia que “la correspondencia en sí misma ya es una forma de la utopía. Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro; hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar (en qué ánimo, con quién) mientras le escribimos y, sobre todo, después: al leernos. La correspondencia es la forma utópica de la conversación porque anula el presente y hace del futuro el único lugar posible del diálogo”.

Esta definición de la sustancia epistolar forma parte de esa obra maravillosa que es Respiración Artificial, la gran novela de Piglia donde convergen ficción, historia y utopía en proporciones rigurosamente dosificadas por el genio literario del escritor rioplatense.

En general, eso es y ha sido escribir cartas. Pero escribir cartas a un primer mandatario tiene sus peculiaridades. Sé que a diario decenas o cientos de ciudadanos dirigen algunas líneas al Presidente para hacerle llegar peticiones, reclamos, denuncias o felicitaciones que, supongo, su área secretarial canaliza del mejor modo posible.

Pero en lo que va de su gobierno ha recibido también, a través de los medios de comunicación y redes sociales, varias cartas abiertas y otras comunicaciones en forma de manifiesto. Se trata de textos cuya importancia radica en que expresan diversas ideas e inquietudes que suscriben personas o colectivos preocupados por el devenir nacional. Tal es el caso del documento suscrito por 650 ciudadanos que miramos con profunda preocupación los amagos diarios a la libertad de expresión y que proceden, directamente, del Jefe del Ejecutivo. No me detendré mayormente en este tema, pero la respuesta que dio –luego dictada a sus pendolistas y caricaturistas de cabecera para convocar a miles a defenderlo– oscila entre el absurdo de que se le quiere “quitar el derecho a la palabra” y la hilarante idea de que los firmantes deberían “ofrecer disculpas por quedarse callados cuando se saqueó al país”.

Pero mención aparte merecen las misivas personales y públicas de quienes han sido o son compañeros suyos en el largo camino que le tomó llegar a la Presidencia. En menos de una semana ha recibido dos, de muy distinto talante y tono, aunque ambas dejan entrever la profunda y sincera convicción de sus remitentes, dos figuras que saben lo que es levantar la voz contra el poder e incluso las armas. Me refiero a las misivas públicas de Rosa Albina Garabito y Javier Sicilia.

En la primera, Rosa Albina Garabito le comenta que no suscribió el documento en que lo defienden de los señalamientos hechos por 650 intelectuales y artistas, porque su “responsabilidad como ciudadana que aún sueña con un país plenamente democrático y justo, no me lo permite”. Y le hace notar a López Obrador que “el mensaje del mencionado documento es: ¡Alto!, el Presidente es intocable. ¡No creo que sea esa tu postura! Menos aún cuando eres el Presidente con mayor legitimidad en la historia del país. Electoral, legal, social, moral. Sólo quienes no tienen fuerza política necesitan ser intocables”.

También le recuerda –más bien le enseña– que criticar no es denostar. En varios temas (“desprecio por la lucha de las mujeres; por las luchas de las organizaciones ambientalistas; por el fortalecimiento de los órganos autónomos; por las cifras de la violencia; por las consecuencias del austericidio presupuestal…”, entre otros) ella lo ha criticado y no siente, con toda razón, que lo esté denostando. Y se pregunta, “¿Constituye una ilegalidad criticar al gobierno?”

Rosa Albina Garabito, que quede claro, tampoco comparte la postura de los 650: Su desplegado “…me pareció atropellado. Apenas un desahogo político. ¿A quién se le ocurre atacarte por la ausencia de libertad de expresión?”. E incluso coincide con el Presidente en que por lo menos algunos de los firmantes deberían pedir perdón, pero “por legitimar el triunfo de Salinas de Gortari”.

Dice otras muchas otras cosas en su mensaje, pero la de mayor importancia para mí es aquella en la que apela a la madurez y sentido democrático: “un Presidente, sobre todo con tu fuerza política, tendría que estar convocando a un gran diálogo nacional en torno a los temas ingentes de la agenda nacional, de la dramática coyuntura que vivimos. Con todos los actores sociales y políticos”.

Por su parte, y habiendo ya rebasado el mero desencanto para situarse en el terreno de la justificada indignación, Javier Sicilia hace un recuento estremecedor:

“Sin contar los cerca de 300 mil asesinados, más de 70 mil desaparecidos y 873 fosas clandestinas que heredaste como deuda de Estado y que ese día en Tlatelolco te comprometiste a resolver, tu traición nos ha costado ya 53 mil asesinados más (hombres, mujeres y niños), más de 5 mil desaparecidos, masacres en todas partes de la República y un absurdo intento por normalizar el horror. Dejo a un lado tu desprecio por los niños que mueren de cáncer y por las decenas de miles de muertos por la pandemia”.

El también poeta alude al compromiso de López Obrador, hecho hace ya dos años en el Centro Cultural Tlatelolco, “para crear un mecanismo extraordinario de Verdad y Justicia que trazara una ruta correcta hacia la paz”, un compromiso que no sólo no ha cumplido sino que lo contradice reforzando “la presencia del Ejército en las calles” y desmantelando “las endebles instituciones que las víctimas creamos como un camino hacia esa justicia necesaria”.

Sicilia ha sufrido en carne propia el estado de podredumbre que guarda la seguridad en nuestro país; viene de marchar con los Le baron para pedir justicia por una familia masacrada. Y sin embargo, el Presidente lo ha ninguneado y lo ha querido presentar hasta como un farsante (parte de “un show”). Todo ello ha terminado por convencerlo de lo que hay tras la máscara presidencial: «Ni las víctimas ni la gente te importan. Te interesa una entelequia llamada “pueblo”, una abstracción que, como toda abstracción, sólo sirve para justificar el desprecio, el odio y la violencia».

En su carta, Sicilia se anticipa a un escenario perfectamente posible: «Nada será más doloroso que al final de tu mandato, sobre más ruinas, más fosas, más cadáveres, más mujeres violadas y asesinadas, más venganzas y linchamientos reales y virtuales; en medio de la violencia que crece y propicias, tengamos que decirte lo que ya desde hoy te decimos como una advertencia: “te lo dijimos, presidente”. Entones pasarás a la historia no como el gran reformador que pretendes ser, sino como uno más de la larga cadena de traidores que destruyeron la patria».

Presumo que un Presidente que ha ignorado tantas tragedias y que ha evidenciado su desprecio por la vida democrática no se tomará la molestia de responder las cartas de Rosa Albina Garabito y Javier Sicilia. Parafraseando a Piglia, es un “destinatario que no está ahí” jamás y con el que siempre “la correspondencia es la forma utópica de la conversación”.

Le seguirán llegando cartas. Preveo que las seguirá ignorando. Y es una lástima para el país, porque la historia rara vez espera o brinda segundas oportunidades: ante su juicio, no se cumple aquello de que el cartero siempre llama dos veces.

Google News

TEMAS RELACIONADOS