Chicago, Illinois.— El primer debate presidencial en Estados Unidos entre el presidente Donald Trump y el candidato demócrata Joe Biden fue un lodazal donde la civilidad, el respeto por los ciudadanos y por la embestidura presidencial no asistieron. Un comentarista de CNN dijo en cadena nacional: “[el debate] fue un espectáculo de mierda”, mientras que un encabezado en el portal Politico leía: “Un momento épico de pena nacional: El debate fue una vergüenza para los libros de historia”.

Estos ejercicios cívicos ya no son efectivos para contrastar los proyectos de gobierno de los aspirantes a la presidencia. Hoy, son un reflejo de la sociedad sensacionalista en que vivimos, hambrienta por el morbo, el insulto y el revire al mismo. El presidente interrumpió a su oponente para reventar sus planteamientos y exhibir sus supuestas carencias cognitivas. Un Biden exasperado llamó al líder del país más poderoso del mundo “payaso”, y le espetó “¿te vas a callar algún día?”.

El episodio fue más cercano a un encontronazo de lucha libre que a una discusión de ideas. Trump promete lograr lo imposible sin explicar por qué no ha controlado lo posible, como la desbocada pandemia de Covid-19. Y cuando Biden intentó hablar de políticas públicas, el bully en jefe lo ahogó en descalificaciones y acusaciones.

Las culturas milenarias solían venerar a los ancianos por su sabiduría. En la carrera presidencial estadounidense con los dos contendientes más veteranos de la historia, Biden y Trump lejos de iluminarnos con su ejemplo y conocimiento más bien nos recuerdan a Statler y Waldorf, los viejitos de los Muppets que peleaban sin cesar en el balcón de un teatro.

Hace años escribí en este espacio el orgullo y ejemplo que era lo que llamé “la democracia más antigua y estable del mundo”. Decía que, sin importar las pasiones de la campaña, una vez se elegía al nuevo mandatario, la sociedad daba la vuelta a la página y trabajábamos hacia el futuro. La civilidad política de esta nación era algo que envidiaba mientras un mal perdedor bloqueaba la avenida Reforma en México.

Hoy con profunda tristeza debo reconocer que esa nación ya no corresponde a lo que somos en Estados Unidos. La extrema polarización, alimentada por las agendas comerciales de los medios que atizan la división, envenena el discurso público. Por su parte, las redes sociales se erigen en cajas de resonancia que encapsulan a los individuos en corrales ideológicos, dejándolos incapaces de ejercer un pensamiento analítico, incapacitados para entender las inquietudes de quienes difieren.

Esta elección es ya un factor de inestabilidad en este país y el mundo. El presidente se niega a comprometerse a aceptar los resultados y a una transición pacifica del poder. Incluso, ignoró el llamado a pedirle a sus seguidores a mantener la civilidad.

Es más, Trump prometió impugnar los resultados electorales si son influenciados por el voto postal, que llama sin evidencia fraudulento. Esto llevaría a un conflicto postelectoral que podría derivar en una crisis constitucional si no se ha resuelto para el 20 de enero, día de la toma de posesión. La gran pregunta es si los otros poderes, el Senado en manos republicanas, y la Corte Suprema, de mayoría conservadora, secundarán a un Ejecutivo que, como una bestia sin control, derriba cada día los soportes institucionales de esta nación.

No soy una persona apegada a la religión, pero si el primer debate fue una probadita de lo que está por venir, ¡que Dios nos ampare!

@ARLOpinion

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