Chicago, Illinois. – Luto, rabia y llamados a compartir oraciones por las víctimas de tiroteos masivos son la reacción ensayada que hay en Estados Unidos cuando ocurren estas tragedias. La izquierda política culpa a la derecha por la inacción para imponer controles a las armas; la derecha lloriquea que estos crímenes no deben ser herramienta para limitar el derecho constitucional de poseer y portar armas. Mientras tanto, la gente muere. 19 niños de la primaria en Uvalde, Texas, cayeron masacrados junto a dos maestros. La negligencia para prevenir estos asesinatos es vil, criminal, y cínica.

Según un reporte de la Radio Pública NPR, Estados Unidos ha tenido 27 tiroteos en escuelas en 2022, y apenas estamos en mayo. No obstante, si se incluyen todos los tiroteos masivos ocurridos este año el número supera los 200 incidentes. ¿Qué carajos tiene que pasar para que nuestros “líderes” establezcan normas que pongan fin a la peste de la violencia que tiñe de sangre diariamente a esta nación?

Una encuesta realizada antes de la balacera de Uvalde mostró que el 59 por ciento de los estadounidenses considera importante que se establezcan controles más estrictos sobre el acceso a las armas de fuego. A pesar de la voluntad popular expresada en muchos estudios de opinión nada se hace para resolver este problema.

Primero, como estadounidense por naturalización, pero extranjero por nacimiento, no comprendo por qué los americanos siguen considerando un derecho, una libertad, adquirir o poseer armas. Seguramente cuando los fundadores de esta inmensa nación escribieron la segunda enmienda de la Constitución, que otorga este derecho, pensaron en la autodefensa en un país eminentemente rural, sin policías ni un sistema de justicia funcional.

En la actualidad, Estados Unidos es la primera potencia mundial, con la economía más importante y uno de los ingresos per cápita más altos del planeta. ¿Qué disculpa tenemos para trasladar el cuidado de nuestra seguridad o la impartición de la justicia de las instituciones a depender de herramientas que implican hacer justicia de propia mano?

¿Por qué hay tanta oposición a demostrar que no se tiene un récord criminal o inestabilidad emocional para comprar y operar una pistola? Pero aún, ¿qué utilidad legal se puede dar a un rifle de asalto que dispara entre 20 y 45 balas por minuto? Si un maldito teléfono celular puede ser desbloqueado usando un lector digital, ¿por qué no se puede usar esa tecnología en las armas de fuego para que no sean operadas por el gatillero equivocado?

La negligencia para detener esta violencia es criminal en Estados Unidos. Y la responsabilidad descansa en todos, comenzando con los partidos políticos pues uno, el republicano, se acuesta con los cabilderos de armas. El otro, el demócrata, ha fallado en aprobar legislación que imponga controles cuando tiene la mayoría legislativa. Es claro que dar ese paso tendría costos políticos, pero, por fin, terminaría este círculo perverso.

Lamentablemente, las imágenes y testimonios desgarradores de los padres que perdieron hijos masacrados en una escuela, un templo del saber que debería ser un sitio seguro, continuarán. Otros menores nunca desarrollarán sus capacidades, ni aportarán lo que les corresponde a este mundo pues esta sociedad ha normalizado el horror, así como los políticos exhiben su cobardía al enfocarse en sus ambiciones en lugar de ser patriotas que trabajan por el bien común. Estados Unidos tiene todo lo necesario para acabar con los tiroteos masivos, pero le falta voluntad y valor para hacerlo. Así las cosas, el terror continuará, Uvalde sólo es el más reciente eslabón en la cadena de violencia en que vivimos.


Periodista. @ARLOpinion

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