Chicago, Illinois. – Mi ilusión por entrar a la UNAM para cursar la preparatoria superó mi ignorancia sobre el conflicto que se gestaba cuando el entonces rector, Jorge Carpizo, propuso reformas a la institución. Los cambios más controversiales fueron establecer cuotas tipo colegiaturas con base a la situación socioeconómica de los estudiantes y eliminar el pase automático del bachillerato a la universidad. Como miembro de una familia de clase media-baja supe la presión financiera que suponía contribuir para pagar mis estudios, pero entendí la necesidad del cambio.

Días previos a que iniciara la “huelga estudiantil” (figura inexistente en los reglamentos internos o legislación) en el invierno de 1986-87 se organizó una “asamblea estudiantil” en el auditorio de la Preparatoria Gabino Barreda, ahí entramos cientos de estudiantes para votar, a mano alzada, para decidir si mi escuela se uniría al paro. Dijeron que el resultado sería respetado, que serían los alumnos quienes decidirían a pesar de la llegada de camiones con decenas de infiltrados que votaron fielmente con “el movimiento”.

El recuento derrotó al paro de labores, los estudiantes saltábamos de alegría al pensar que defendimos con éxito nuestra escuela y que podríamos seguir con nuestra educación. ¡Ah, inocencia de juventud! Al día siguiente la Prepa 1 amaneció tomada por un reducido número de enmascarados que cerró los accesos con cadenas, candados y barricadas. Los estudiantes desorganizados fuimos obligados a esperar hasta que se erradicaron las reformas de Carpizo. Desde entonces atestigüé la infamia de controlar a la mayoría a manos de unos cuantos que dicen actuar en “nombre del pueblo”.

En esa cantera de “líderes estudiantiles” se inserta Claudia Sheinbaum, aquellos que perdieron votaciones a mano alzada no representativas para imponer su narrativa. Décadas después, estos radicales impusieron en una consulta organizada por su pandilla, sin supervisión del órgano electoral, definida con “votos” en Chiapas, destruir el proyecto del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México.

Así funciona el caminito: crean un problema, incendian el conflicto, aplican sus reglas, e imponen su voluntad y narrativa. Esta forma de hacer política habla de anticorrupción mientras que en la práctica muestran opacidad, como en proyectos de infraestructura, desde los segundos pisos del periférico, hasta el AIFA, la refinería y el Tren Maya.

Ya en la actualidad, luego de años de operación política para promover a Claudia como la heredera del caudillo, ella ganó las encuestas para ser candidata presidencial, evento que sorprendió al mundo entero (sic). Así es como ellos se encumbran, destruyen instituciones, igual que la red de protección social de salud, guarderías, etc. Es su incapacidad la que deja muertos y destrucción en el Colegio Rébsamen o el Metro. Pero no tema, el pueblo siempre es inspiración y destino.

La doctora sabe de energías limpias, pero es comparsa de un benefactor obsesionado con opciones contaminantes. En lugar de expresar puntos de vista divergentes a los del tabasqueño, Sheinbaum tiene alabanzas y hasta copia su acento ante audiencias amigables.

La virtual candidata del oficialismo es inteligente y sabe de lo que hablo, pero está arropada por tribus cuyas prácticas son antidemocráticas. Quizá Claudia piensa que demostrará que no es un títere de “ya saben quién” y que gobernará con modernidad y humanismo. No obstante, ha sido constructora de un instrumento político premoderno cuyo jefe impondrá los márgenes de acción de quien ocupe la Presidencia. En su ambición, Sheinbaum construyó la medida y la fortaleza de la jaula desde donde aspira despachar.

Es tiempo de que la doctora muestre una convicción democrática hasta ahora inexistente, o que continúe con las mismas prácticas que mantienen a México en el autoritarismo y la mediocridad.

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