Chicago, Illinois. – El presidente Joe Biden cumplió 81 años el lunes pasado, convirtiéndose en el mandatario más longevo en la historia de este país. Una vuelta más al sol siempre es motivo de celebración, si no fuera porque el factor de la edad influye en demoler sus aspiraciones para continuar en el poder.

La competencia cognitiva y la falta de energía hacen que los votantes se pregunten si deben otorgarle su voto en 2024. Por ejemplo, una nueva encuesta de la cadena NBC muestra que los jóvenes entre 18 y 29 años, segmento clave de su coalición, muestra un 46 por ciento de apoyo a Donald Trump, y 42 por ciento al presidente en turno. Happy Birthday, Mr. President!

La comentocrácia estadounidense atribuye el fenómeno al disgusto causado entre los jóvenes porque la administración no ha condicionado con rigor el apoyo político-militar a Israel a cambio de evitar muertes de civiles en Gaza, como parte de la guerra con Hamas.

Sin duda, hay algo de razón. Eso es posible en un mundo en que las nuevas generaciones obtienen su información en TikTok, con minúsculos videos, sin contexto, que manipulan a la opinión pública, al punto del error en promover una equivalencia moral entre un cobarde atentado terrorista y un conflicto bélico mal manejado.

Pero, los problemas son mayores. El presidente también ha perdido apoyo entre los latinos, segmento demográfico que los demócratas asumen tener en el bolsillo. Esto debido a la inconformidad causada porque millones de indocumentados y sus familias no tienen esperanza para una regularización migratoria, al tiempo que los refugiados sí recibirán permisos de trabajo.

Los hispanos rechazan el trato “preferencial” a los recién llegados y demandan controles al flujo migratorio, según un estudio de Immigration Hub, entidad de perfil liberal. Por otro lado, también hay que considerar que los latinos como el resto de la población están descontentos con los efectos que la inflación impone en sus presupuestos familiares.

A pesar de la evidencia, algunos dirán que a un año de la elección las encuestas de hoy no significan nada, que hay tiempo para remontar con una campaña que destaque los logros de la administración. Pero esa es una mala lectura que conduce a equivocar la estrategia.

No solo la desangelada coalición de Biden podría quedarse en casa y no votar, sino que también es claro que las preferencias han migrado del aspirante demócrata al monstruoso Donald Trump. Tan solo entre los latinos, el apoyo al ex presidente creció de 36 por ciento en 2020, al 42 por ciento actualmente. Es decir, la base demócrata no solo pierde dinamismo, sino que algunos votantes están cambiando de bando.

Hace un par de semanas, las elecciones en Virginia, Ohio y Kentucky dieron grandes victorias a los demócratas, creando un espejismo. El partido en el poder minimizó de inmediato la desaprobación de Biden, amparados en resultados que competen a fenómenos estatales o locales, y no a una proyección para elegir al Ejecutivo nacional.

Así las cosas, no hay peor tonto que el que quiere serlo. Sin aceptar los peligros, ni exhibir una ruta crítica que les devuelva competitividad, los demócratas marchan a paso redoblado hacia el abismo.

Hay que entender que hoy las campañas exitosas se construyen con discursos populistas, enfocadas en un par de temas importantes a la ciudadanía, muy sencillas, hasta folclóricas, pero que conectan con ese interés público. Así ganó Javier Milei con su motosierra, López Obrador y la bandera anticorrupción y Trump con una frase banal. Esas son las municiones efectivas para aspirar al poder, combatir fuego contra fuego. De lo contrario, los profetas y los necios verán la historia desde la banca mientras recitan manifiestos bien intencionados, pero sin utilidad.

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