Quienes tenemos cierta edad pensamos que todo tiempo pasado fue mejor. No obstante, mi generación tiene un récord vergonzoso sobre la protección al medio ambiente. Por ello, fue esperanzador ver a más de cuatro millones de jóvenes abandonar sus actividades y participar en la protesta mundial “Viernes por un Futuro”, inspirada por la ambientalista sueca, Greta Thunberg, de sólo 16 años.

La manifestación demandó a los gobiernos y líderes del mundo establecer políticas que reduzcan las emisiones de los combustibles fósiles para detener el cambio climático. Es muy positivo que las nuevas generaciones, conscientes que lidiarán con los problemas que les heredamos, presionen para que se reviertan los daños. “El activismo funciona”, dijo Greta mientras encabezaba la protesta de un cuarto de millón de almas en Nueva York.

Las demostraciones populares no son mi fuerte ni, en mi opinión, se vinculan necesariamente con cambios legislativos o de políticas públicas. No obstante, en este caso se envió un poderoso mensaje para que los políticos entiendan, por convicción o conveniencia, que deben adoptar una agenda a favor de la sustentabilidad.

Algunos líderes desestiman la relevancia del cambio climático por prejuicios, ignorancia o contubernio con intereses creados con la industria petrolera. Sus argumentos son tan ridículos como afirmar que los molinos de viento generadores de electricidad causan cáncer (Donald Trump, en Estados Unidos), o que tirar el dinero en una refinería financieramente inviable abona a la seguridad energética (Andrés Manuel López Obrador, en México).

Ante esas posturas, la protesta debe transitar en organizarse política y cívicamente para que los líderes, por burros y testarudos que sean, entiendan que la gente quiere acciones que preserven la vida, y que las nuevas generaciones tienen el mismo derecho a tener un futuro como los más viejitos lo hemos disfrutado.

Algunos gobiernos rechazan los estímulos fiscales otorgados a quienes compran un auto eléctrico o por la instalación de paneles solares. Dicen que los contribuyentes no deben financiar “los sueños verdes de las élites”. Sin embargo, no les molestan los 5.2 billones de dólares que, según el Fondo Monetario Internacional, costaron en el mundo los subsidios y daños causados por los combustibles fósiles tan sólo en 2017.

Quienes son babosos por elección omiten reconocer que la Organización Mundial de la Salud estima que en los próximos años habrá un cuarto de millón de muertes al año por la desnutrición y enfermedades causadas por el cambio climático. La cifra no incluye los decesos en fenómenos meteorológicos por el clima extremo. También, sólo en Estados Unidos, un estudio de las universidades de California y Columbia concluyó que las alteraciones climáticas causaron 12,000 hospitalizaciones y 10 mil millones de dólares en costos adicionales de salud pagados por el gobierno en 2012. La pregunta es, ¿cuál es el costo 7 años después?

Y si se valoran más los bienes materiales que la vida, es oportuno citar el estudio Climate Change and the (RE)Insurance Implications que estimó en 344 mil millones de dólares las pérdidas globales en propiedades por el cambio climático. Es más, una publicación de la Universidad de Yale considera que si esa tendencia continúa sólo los ricos podrán asegurar sus bienes ante el aumento exponencial del costo de los seguros.

Presionar a los gobiernos para reducir las emisiones invernadero y adoptar prácticas sustentables es vital para defender nuestra existencia y patrimonio. Cada individuo puede hacer una diferencia al reciclar o adquirir un vehículo eficiente, pero es obligación de los líderes promover prácticas que protejan el mundo que compartimos. Los jóvenes nos están poniendo el ejemplo, es tiempo de apoyarlos con todo.

@ARLOpinion

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