Chicago, Illinois. – El manual de cabecera de los demagogos-populistas incluye absorber todo el oxígeno de la discusión pública para que sean ellos quienes tengan la primera y última palabra. “Aló presidente”, fue el talk show con el que Hugo Chávez llevó a Venezuela donde hoy está; en México el presidente tiene sus “mañaneras”; y en Estados Unidos, Donald Trump utilizó Twitter para mandar más de 26,000 mensajes durante su presidencia.

En este lado de la frontera, los primeros tuits llegaban en la madrugada para influir en la cobertura noticiosa desde el amanecer. Con frecuencia, Trump escribía cosas escandalosas, casi indignas de un mandatario. Los medios mordían la carnada, sus expertos “analizaban” los dichos del presidente mientras el Ejecutivo gobernaba en silencio eliminando regulaciones ambientales o designaba a jueces conservadores —que determinarían la dirección de la impartición de la justicia por años.

Desde que Trump era candidato fue beligerante con la prensa. Los callaba, insultaba y les negaba acceso a fuentes y documentos. La postura del personaje tenía una explicación. En una conversación con la corresponsal del programa 60 Minutes, Lesley Stahl, Trump dijo con candidez porqué atacaba a los medios: “¿Sabes por qué lo hago? Lo hago para desacreditarlos y degradarlos a todos, para que cuando escriban historias negativas sobre mí, nadie les crea.”

El bombástico Trump cautivó a las audiencias quienes con más morbo que deseo de educarse seguían los embates del político gracias a una amplísima cobertura cortesía de los medios de comunicación. En un país donde los medios viven de la publicidad vendida, audiencia es sinónimo de dinero, aunque se cubran marranadas.

La prensa y sus gerentes fueron “idiotas funcionales” que contribuyeron al ascenso de este hombre a la presidencia. Pero ya en el poder, el manipulador en jefe gobernó dividiendo, estrategia que incluyó el trato a los medios.

Las empresas dóciles al poder recibieron acceso preferencial, mientras que los medios críticos fueron objeto de la furia del mandatario. Los corresponsales en la Casa Blanca recibían improperios y descortesías del presidente y de su equipo. Les decía “you are fake news,” (tú representas o haces noticias falsas), así como abandonó entrevistas cuando no le gustaron las preguntas.

El gobierno populista en Estados Unidos es como una máquina del tiempo que muestra con dos años de anticipación lo que depara a México, que es gobernado por otro populista de tácticas similares. Desafortunadamente, el pronóstico es desalentador.

La polarización dividió a la sociedad, dejando una tendencia entre los informadores para recurrir al escándalo. Presentar los hechos con la mayor objetividad posible es cosa del pasado. La beligerancia ya no viene desde la presidencia, sino que se da entre medios de comunicación militantes. Unos defienden a la administración demócrata y otros la atacan. Peor aún, cadenas como CNN pasaron de ser una autoridad informativa para dedicarse a criticar a sus competidores (opuestos ideológicamente) de Fox News. Esta es la muerte del periodismo a manos de la promoción de la discordia. Como dice la máxima del periodismo, “los reporteros no deben ser parte de la historia,” pero cuando ocurre no se trata de periodismo sino de activismo, agregaría yo.

México tiene la oportunidad de observar lo que ha ocurrido en Estados Unidos para que voces responsables trabajen para evitar que el país choque con el mismo iceberg. Estos mandatarios populistas tienen obsesiones irracionales para sacar adelante su agenda a cualquier costo. Lamentablemente, cuando se van dejan naciones despedazadas y confrontadas que tardarán años en sanar las heridas y encontrar de nuevo el rumbo.

@ARLOpinion

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