El pasado 6 de enero el presidente Joe Biden conmemoró el primer aniversario del asalto al Capitolio perpetrado por simpatizantes de Donald Trump que pretendían detener el proceso de transición pacífica del poder. En su discurso, Biden fustigó al expresidente culpándolo de movilizar a la muchedumbre bajo “la gran mentira”: que la elección de 2020 fue fraudulenta.

Biden había rehusado confrontar a su predecesor, en su lugar, propuso agendas legislativas ambiciosas que cambiarán el rostro y el funcionamiento de Estados Unidos -de ser aprobadas. No obstante, el vuelco de timón significa que el presidente sabe que “la gran mentira” ha permeado en la sociedad y que es necesario encarar al mitómano para mantenerse viable.

Según una encuesta de National Public Radio, dos terceras de los republicanos creen que el fraude electoral ayudó a la victoria de Biden. Al ampliar la muestra, un tercio de todos los electores desconfían del proceso electoral pasado. Las mentiras sobre el desaseo electoral han sido rechazadas en decenas de fallos en las cortes, así como por funcionarios republicanos que dieron fe de un proceso limpio.

Pero, en estos tiempos que vivimos donde la desinformación y la manipulación es rampante, las opiniones de los estadounidenses siguen dando credibilidad a maquinaciones y falacias. Este hecho complica el futuro político del presidente y de su partido. Este noviembre habrá una elección intermedia donde se renovará el legislativo, siendo la oportunidad que busca Trump para que sus incondicionales republicanos recuperen el control de ambas cámaras.

En vista de que los demócratas mantienen una mayoría muy pequeña, es posible que sus rivales les arrebaten el control del Senado y la Cámara de Representantes. Si esto ocurre, los simpatizantes de Trump traerán el infierno en la tierra a Biden, pues su única prioridad será evitar cualquier triunfo presidencial para que su espurio líder regrese como redentor del “mal gobierno” en 2024.

En 2022 bien podría definirse la suerte de la democracia estadounidense. Esta nación cuyos procesos políticos eran efectuados con civilidad, esta hoy sumida en el lodo del voluntarismo y el chantaje, donde avanzan agendas particulares y no el interés nacional. Estados Unidos requiere de partidos que ofrezcan ideas y plataformas de gobierno viables que den opciones a los ciudadanos. Lamentablemente, somos testigos del abaratamiento de la política al ofrecer frases pegajosas y simples (idioteces, pues) como respuesta a paradigmas complejos de gobierno.

Para que los demócratas sobrevivan la embestida de Trump deben considerar tres factores.

1. Impulsar una agenda de gobierno con visión de futuro que posicione al país como líder tecnológico e industrial, que incluya recursos para facilitar que las comunidades desplazadas por la nueva modernidad hagan la transición hacia una nueva economía.

2. Tener presente que, con buenas políticas públicas, sinceridad y nobleza no van a derrotar a un montón de mentirosos sin conciencia, ética, y que actúan como traidores que solo atienden a su interés. El partido en el poder deberá hacer una campaña feroz que responda fuego con fuego cuando sea requerido.

3.  Mostrarse ante el público como una opción con sentido común, sin extremismos, que quede claro que entienden la relevancia de conservar la sanidad fiscal, y no ser identificados como gastadores excesivos que todo lo solucionan aventando dinero al aire para salvar al prójimo sin demandar fiscalización y rendición de cuentas.

Si los trumpistas obtienen las posiciones de poder que logren inmovilizar a Biden y preparen el regreso del gran farsante, seremos testigos del momento en que la democracia más antigua y estable del mundo dejará de serlo.

Periodista.
@ARLOpinion

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