Hacia la última década del siglo XIX, Ireneo Paz se consagraba como un personaje prolífico dentro de la cultura; su obra dramática La manzana de la discordia y sus novelas Amor y suplicio y Guadalupe gozaban de sano éxito. También presidió el Liceo Hidalgo, en su última etapa, y la organización gremial “Prensa Asociada”, e imprimía el popular periódico La Patria. En este marco, en 1891, Ireneo tuvo a bien organizar un concurso literario para conmemorar el vigésimo noveno aniversario de la Batalla de Puebla.

El primero de enero publicó las bases de su Gran concurso patriótico, artístico y literario. Estableció tres categorías: música, literatura y dibujo. Cada rubro tendría tres galardonados, los premios consistirían en medallas de oro, plata y bronce, además de la difusión. A la par de esta competencia se fraguaría otra en segundo plano, ya que los jueces serían elegidos por sufragio popular. Junto con la convocatoria se imprimieron boletas para que los lectores pudieran seleccionar al jurado, compuesto por tres propietarios y tres suplentes para cada rama. Las papeletas se recibirían hasta finales de marzo, para que los elegidos tuvieran un mes para deliberar.

Las votaciones comenzaron tímidamente, aunque pronto se dejó ver la rivalidad y la popularidad que tenían algunas figuras. Este ejercicio nos permite, en la actualidad, saber quiénes eran los intelectuales con mayor renombre y quiénes comenzaban su carrera sin el favor del público.

En música, el gran favorito fue Melesio Morales quien, semana tras semana, se mantenía en el primer lugar, dejando a atrás a otros como Juventino Rosas o Antonio M. Campos. En dibujo fue electo José M. Villasana y quedó muy abajo un apenas conocido José Guadalupe Posada. El campo de la literatura fue el que presentó más tensión, cada semana los nominados variaban de posición. Ireneo Paz, uno de los primeros favoritos, llegó a verse disminuido por la candidatura de Manuel Gutiérrez Nájera, quien se colocó a la cabeza. Justo Sierra, con quien Paz tenía una deuda de sangre, también fue un fuerte opositor, aunque nunca con más menciones que el Duque Job. Otros figurantes fueron Luis G. Urbina, Enrique Olavarría y Arturo Paz, quien batallaba por seguir en la contienda. Al final, el gran ganador fue Ireneo, quien milagrosamente tuvo 23 votos más que Gutiérrez Nájera.

Tras el éxito de esta primera fase, Ireneo esperaba una copiosa participación de autores; pensó que atrás habían quedado sus roces con Porfirio Díaz y sus desencuentros con los Sierra. Se equivocó. La comunidad cultural boicoteó el concurso.

Así, el día 5 de mayo, en vez de anunciar a los ganadores, La Patria publicó: “En vista de nuestra apatía característica, no dio el resultado que era de desearse, aunque sí el que nos temíamos y esperábamos. En la parte musical se reunieron doce marchas, que el jurado se ocupa de examinar, para hacer su calificación; pero de dibujo y poesía no se recibió composición alguna, no obstante haber prolongado el plazo para aceptar algunas que en lo privado nos habían ofrecido. En consecuencia, los jurados determinarán de qué modo se solemniza el acto de las tres composiciones musicales que resulten premiadas o qué se hace con respecto a los demás puntos no cumplimentados”.

En junio se dieron a conocer las tres piezas musicales ganadoras, sin embargo; se hizo la aclaración de que ninguna de las composiciones recibidas tenía ni la técnica ni la calidad esperadas.

Las mofas no tardaron en presentarse: “No hubo poetas ni dibujantes que aspiraran al premio ofrecido por el colega, sólo los músicos remitieron doce marchas. Parece que nuestros poetas de los concursos renuncian la gloria; señal de prudencia y buen sentido”. La estocada final vino de El Siglo Diez y Nueve, donde se publicó, también con motivo de la celebración de la victoria de Zaragoza, un poema de largo aliento de Guillermo Prieto.

Después de este fracaso, el editor jalisciense entendió que, por más que se esforzaran él y su hijo, Arturo Paz, jamás serían consagrados en la República de las Letras. Abandonó sus pretensiones literarias y se concentró en sus textos históricos y en el periodismo. Su nieto poetizó esta y otras resignaciones en el verso: “Mi abuelo a sonreír en la caída/ y a repetir en los desastres: al hecho, pecho”.

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