No sé si lo que está pasando en la frontera entre México y Estados Unidos es una crisis, pero sí definitivamente es un caos. Y esto no augura bien ni para México, ni para Estados Unidos.

Esta semana, la decisión de la Suprema Corte de no detener una ley estatal en Texas que permite que las autoridades estatales deporten a migrantes a México, seguido unas horas después por una decisión de la corte de apelaciones de suspender la implementación de la ley, subraya los peligros. Si los estados norteamericanos pueden cada uno deportar a migrantes a México, generaría una carga enorme para el gobierno de México que tendría que lidiar con diferentes políticas estatales en cada uno de los cincuenta estados del país vecino. Muy correctamente el gobierno mexicano anunció que no aceptaría deportaciones del gobierno estatal de Texas, sólo del gobierno federal de Estados Unidos, y el tribunal detuvo la implementación de la ley estatal.

Tanto las decisiones de gobiernos estatales como el activismo de los tribunales en Estados Unidos en materia migratoria son dos de las amenazas que existen en la frontera, ya que la falta de políticas consistentes genera confusión y alienta la migración irregular. Pero la administración Biden también ha sido culpable del caos. Entendieron demasiado tarde que el volumen de llegadas irregulares en la frontera había rebasado sus capacidades para manejarlos, lo cual resultaba en que la gran mayoría de los que llegan a la frontera logran ser liberados en Estados Unidos para esperar una decisión sobre su caso en un futuro lejano, algo que obviamente alienta más migración irregular. Trataron de corregirlo en el acuerdo legislativo sobre la frontera hace unas semanas, logrando una propuesta para cambios sensatos al sistema de asilo y mayores recursos para las autoridades federales en la frontera, pero era demasiado tarde. Ya estamos en año electoral y no había posibilidades de que demócratas y republicanos avanzaran juntos legislación seria.

Y el gobierno mexicano tampoco queda sin culpa en el caos. En diciembre, cuando los números de llegadas irregulares en la frontera llegaron a un saldo histórico, el gobierno de Estados Unidos presionó a México cerrando varios pasos fronterizos críticos para el comercio y el tránsito en comunidades del norte del país. Dieron un golpe duro a las industrias manufactureras en ambos países para mostrar su enojo por la falta de cooperación del gobierno mexicano en contener por lo menos un poco del tránsito de migrantes por territorio mexicano. Hubo una respuesta rápida de las autoridades federales mexicanas a esto, y se aumentaron los esfuerzos de control en México.

No hay soluciones fáciles a la migración irregular hacia la frontera compartida. Hay necesidades apremiantes para trabajadores extranjeros en el mercado laboral de Estados Unidos, sin las vías legales para que estos trabajadores lleguen de forma regular. El Tapón del Darién, un lugar inhóspito entre Colombia y Panamá, que por décadas era una barrera natural a la migración, ya tiene toda una infraestructura para que los migrantes lo pueden cruzar con guías, lo cual abre las posibilidades de migración hacia Estados Unidos a personas viviendo en Sudamérica —y a cualquier persona que puede tomar un avión a Sudamérica de cualquier parte del mundo. Y las crisis de desplazamiento en el mundo, incluyendo situaciones críticas en Venezuela, Nicaragua y Haiti en este hemisferio, son otro factor que dispara la movilidad hacia el norte.

En un mundo de disparidades económicas, crisis económicas y políticas y avances exponenciales en transporte y comunicación, no hay vuelta de hoja. Habrá mucha migración, y será a veces impredecible. El tema es cómo evitar que esta migración lleve al caos. Porque el caos, sobre todo en la frontera México-Estados Unidos, provoca efectos secundarios nocivos. En Estados Unidos, ha contribuido a un creciente rechazo a los migrantes, sobre todo los recién llegados, y alienta a los demagogos que prometen cerrar la frontera. Lo de la administración Biden en diciembre fue un preludio light de esto, pero que podría ser mucho más extendido y destructivo si llega Donald Trump a la presidencia o si Joe Biden se siente acorralado políticamente por el tema migratorio.

La única forma efectiva de manejar la migración irregular es combinar los esfuerzos de control con la apertura de mayores vías legales para la migración y mecanismos de protección humanitaria más ágiles, pero también requeriría que líderes en México y Estados Unidos tomen en serio las consecuencias del caos y buscar evitarlo. A final de cuentas, hay un interés mutuo que habría que reconocer.

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