Quizá sea cierto que la esencia de la muerte nos este vedada, pero ese torbellino que se desata con el morir del otro es lo que estremece 
Alberto Constante, Miradas sobre la muerte 2008    




Nacemos entre besos y sonrisas.

La familia nos recibe con regalos y un espacio dispuesto de manera acogedora para hacer nuestra llegada a este mundo lo más bondadosa posible. 

La abuela nos teje una chambrita y las tías se encargan de los peluches.  

No ocurre lo mismo cuando partimos hacia la eternidad (o sea la muerte).

Al menos en México.

Demasiados mexicanos, viejos o enfermos terminales, sobre todo, son despedidos de la vida sin el espacio ni los cuidados adecuados para hacer una buena transición; sin que nadie se atreva a hablarles de lo evidente dejándolos solos con su sufrimiento y sus miedos; sin el marco legal apropiado para optar por una muerte médicamente asistida si así lo desean.

La nuestra es una cultura que celebra a los muertos, pero no piensa ni habla de la muerte, del morir, de los moribundos. 

A la pregunta de ¿que tan seguido piensa usted en la muerte? el 46% de la población dice no hacerlo nunca y sólo un 13% responde que con frecuencia; y si de hablar de la muerte se trata tenemos que cerca del 47% no habla con nadie de la muerte y menos del 1 % lo hace con su médico o con un sacerdote (Encuesta Nacional DMD sobre Muerte Digna, 2016). 

Esto había ocurrido desde tiempo atrás; sólo que calladamente, sin hacer demasiado ruido… hasta que la feroz pandemia a cargo del Covid 19 nos tomó por sorpresa; entonces la muerte salió de su escondrijo y nos miró a los ojos manifestándose de manera despiadada. Pareciera que hoy sólo queda devolverle la mirada y hacer amistad con ella. 

¿Qué otra cosa podemos hacer cuando hemos visto al desnudo y a colores la bochornosa realidad sanitaria de nuestro país, el enorme sufrimiento que esto les ocasiona a tantos mexicanos y las muchas muertes ocurridas en una soledad escalofriante y sin la atención debida por la escasez de recursos materiales y el personal capacitado para atenderlos?

¿Que otra cosa cabe cuándo además sabemos que las lacras de nuestro sistema de salud trascienden por mucho a su incapacidad de atender a los enfermos en situación de pandemia. Ya desde antes, en la vieja normalidad, la atencion y cuidados para personas en situaciones de indefensión -como los enfermos terminales y los viejos- distaba mucho de ser adecuada. 

Para tener una muerte digna hace falta que toda la población tenga acceso a fármacos que le permitan vivir sin dolor el proceso de un enfermedad larga; es preciso contar con los recursos legales necesarios para optar por la muerte médicamente asisitida si así se desea; hacen falta espacios propicios para vivir nuestros úlitmos momentos sin er orillados por las circunstancias a actuar de determinada manera). 

Hace algunas semanas quizá el tema de mayor presencia mediática fue, quiénes debían tener prioridad si los ventildores no alcanzaban para todos los que los requerían. En algún momento pareció que cualquiera… menos los viejos quienes debían sacrificarse en beneficio de las generaciones más jóvenes. 

Era como si las circunstancias del Covid-19 estuvieran pidiéndoles a los viejos lo mismo que pedían las circunstancias de tiempos de guerra a los jóvenes: ofrendar sus vidas en aras de la supervivencia de los demás; si en las guerras se sacrifica a los jóvenes en aras de los demás ciudadanos; en tiempos del coronavirus se sacrificaría a los viejos.

El planteamiento resultaba paradójico: los viejos mexicanos suelen no ser bien tratados y no pueden optar por la eutanasia o el suicidio médicamente asistido porque son prácticas ilegales y, sin embargo, se les pediría sacrificarse en aras de los jóvenes. 

La muerte es el momento de sellar nuestras vidas y eso no es cualquier cosa.

Así como la sociedad se encarga de proveer las condiciones apropiadas para nuestra llegada a este mundo debe también encargarse de proveerlas para asegurar que nuestra partida sea tean bondaosa como nuestro nacimiento.  

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