Ray & Liz, o las texturas de la pobreza
Ray & Liz, o las texturas de la pobreza

En el cine británico hay una tradición que ya podríamos llamar perentoria: la contemplación de la clase baja en un intento de comprenderla y de rescatar la humanidad que le quitan el moralismo y sus estereotipos sosos. De la Nueva Ola Británica al cine contemporáneo de Clio Barnard, las películas de esta tendencia han imitado al género documental para simular la cotidianidad de los pobres y evadir toda explicación sistémica, irónicamente bajo la convicción socialista que ha albergado el estilo. En películas como El mundo frente a mí (The Loneliness of the Long Distance Runner, 1962) o Todo comienza el sábado (Saturday Night and Sunday Morning, 1960) las narrativas se rehusan a caer en el pánico moral de la burguesía y, más que enfatizar soluciones, denuncias o tremendismo, les dan un lugar sincero en la pantalla a seres humanos ambiguos, inmensos en su carácter individual aunque oprimidos por las desigualdades colectivas.

En Ray & Liz (2018), el primer largometraje de ficción del fotógrafo, artista y cineasta Richard Billingham, aparecen las características clásicas de la tradición realista, pero además él suma la intención de reconstruir la memoria familiar y su niñez. En varios sentidos, me parece que Ray & Liz está emparentada con los primeros trabajos de Lynne Ramsay. En sus cortos y en Ratcatcher (1999), su primer largometraje, la directora escocesa se basa en sus vivencias para expresar no una pobreza que exprime a la niñez sino una inocencia que circunstancialmente está rodeada de carencias. Billingham también comparte con ella un estilo más artificioso que el de Ken Loach o Tony Richardson. Por un lado, las imágenes de Ray & Liz simulan el trabajo de Billingham como fotógrafo mediante planos que sugieren retratos, pero por otra parte se acercan al minimalismo que se ha convertido en una tendencia del cine contemporáneo.

Esto es evidente desde la primera imagen, que nos muestra una mosca y una llave. No son símbolos sino elementos que sólo están ahí, como lo están las llaves y las moscas en la realidad. Luego vemos despertar a un hombre en una habitación diminuta y beber la cerveza que tiene guardada en botellas de refresco. Es una versión ficticia de Ray (Patrick Romer/Justin Salinger), el padre del director, que se ha separado de Liz (Ella Smith/Deirdre Kelly), la madre. El ritmo y el tono están claros desde esta primera escena: lo que sucede carece de dramatismo y no parece haber una intención de narrar sino de representar. Como los retratos que capturó para su libro Ray’s a Laugh, Billingham reproduce la miseria que ha visto mientras evita alterarla. A pesar de ello, en la película nos encontramos con toques de belleza que contrastan con la fealdad de los verdaderos Ray, Liz y su cuarto amontonado en las fotografías del libro. El tono sepia de la luz aviva el espacio en esta primera escena, sin embargo más adelante, cuando Billingham explore un par de recuerdos que ocuparán buena parte del metraje, las imágenes se harán más sombrías.

Sin mucha advertencia o conexión regresamos en el tiempo a lo que parecen los finales de los 70. Nunca está claro si Ray está recordando el pasado o si es el director quien proyecta su consciencia frente a nosotros pero la trama nos lleva a un día nefasto para Lawrence (Tony Way), el hermano de Ray. Richard y sus padres están por salir de casa y Lawrence se quedará a cuidar de Jason (Callum Slater), el hijo más joven de la familia. Una travesura de otro personaje provocará el enojo de Liz, que de por sí suele mostrarse hostil con Lawrence, a pesar de que claramente tiene un padecimiento mental, y ahí se revelará su carácter violento. No es que Billingham ceda a los estereotipos de violencia y marginalidad sino que en su experiencia resultaría condescendiente reemplazarlos con los de virtud y nobleza.

Nunca vemos las buenas cualidades de Liz o Ray porque probablemente al propio Billingham le cueste trabajo encontrarlas: ambos son gente violenta, negligente y perezosa. Sin embargo no son malévolos. Billingham los expresa como si fueran sombras, no sólo en la memoria sino

incluso cuando estaban vivos: figuras de fondo que responden con la misma indiferencia a una travesura de los niños que a la desaparición de uno de ellos. Entre el alcohol y la pobreza, sus ánimos de estar despiertos se esfuman y, cuando no tienen de otra más que abrir los ojos, su resentimiento se vierte en pequeñas venganzas.

Me gustaría insistir en que si bien la ambigüedad de la película nos permite hacer una lectura política sobre la Inglaterra de Margaret Thatcher, su tema no es la pobreza provocada por un gobierno neoliberal; quizá ni siquiera sea la precariedad misma o la memoria, que más a menudo proviene del hermano de Billingham que de sí mismo. Ray & Liz enfatiza, sobre todo, las texturas y los espacios de la pobreza: la convivencia diaria con la fealdad. Por eso la cámara se acerca a las moscas, a la ceniza, a la sangre, a la cerveza, a los orines del perro. El mundo de Richard y su familia es una colección de suciedades que se adhieren a las paredes y a los pisos como una melancolía fatídica que los condena a todos. Sin embargo la biografía de Billingham demuestra el fracaso del destino; incluso la presencia de la memoria y del pasado demuestran que ningún mal dura siempre. Al menos para Richard y Jason. Ray y Liz, como tantos personajes del cine británico, y como tantas personas representadas por ellos, se quedan de algún modo petrificados a la espera de un cambio. Su tragedia es no moverse.

Twitter:@diazdelavega1
Ray & Liz estará disponible a partir del 10 de septiembre en la sala virtual de Oaxaca Cine: https://www.oaxacacine.com/peliculas/sala-virtual/

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