En un sistema político como el mexicano, en el que el presidente de la República tenía la facultad metaconstitucional de elegir a su sucesor porque la fuerza del Partido de la Revolución era incontestable, los jugadores, es decir, los aspirantes a sucederlo, hacían todo lo que estaba a su alcance para lograr que el gran dedo los señalara.

Se reconoce al caricaturista Abel Quezada la invención del concepto del “tapado” y hasta el día de hoy es célebre su caricatura de un encapuchado fumando y la frase: “El tapado fuma Elegantes”.

Pero si por “tapado” vamos a identificar al elegido por el Señor, el que mereció el privilegio de conducir los destinos de la patria, tenemos que hablar del tapadismo como un ritual que encuentra sus orígenes en el siglo XIX y que, después de una pausa, sigue vivito y coleando hasta la fecha.

El 16 de diciembre de 1853, durante su último mandato, Santa Anna expidió dos decretos que muestran hasta dónde llegaban sus delirios; en uno de ellos se establecía: “Que para el caso de fallecimiento o imposibilidad física y moral del mismo actual presidente (sic), podrá escoger sucesor asentando su nombre en pliego cerrado y sellado... documento que con las debidas precauciones y formalidades se depositará en el Ministerio de Relaciones”. Nunca sabremos el nombre de aquel, el primer “tapado”.

Para algunos testigos de los tiempos de don Porfirio, el ministro de Finanzas, José Ives Limantour, estuvo en la mente del Gran Elector como su posible sucesor. El general Díaz creía que era necesario pensar en una persona “que pudiera contar con el apoyo de vastas categorías sociales y con prestigio y simpatías bastantes para asegurar su elección”. Esa persona era Limantour. Para confirmar esta especulación hay un texto de Carlos Díaz Dufóo en el que narra una entrevista que tuvo con Díaz en la que don Porfirio reconoce: “Es verdad que el señor Limantour fue mi candidato para la Presidencia… Por mucho tiempo me esforcé en que aceptara esta indicación mía, pero él, por razones especiales la declinó constantemente.”

Ya en los tiempos de la post revolución, una vez “destapado” el elegido se convertía en el hombre imprescindible. Daniel Cosío Villegas explica: “Al destaparse, el tapado es una figura política sumamente frágil, pues aun cuando ha sido durante los seis años anteriores secretario de Estado, la nación apenas sabe de su existencia. A esa debilidad original corresponde la necesidad y la urgencia de una campaña electoral prolongada, extensa y costosa, durante la cual el candidato, al mismo tiempo que se da a conocer físicamente, establece un contacto personal con los grupos políticos de cada lugar visitado para crear en ellos esperanzas e intereses con el conocido doble sistema de alabar al héroe local y sobre todo prometiendo el oro y el moro... Parece cosa de magia, que en solo ocho meses un hombre pase de la indigencia política más cabal a tener un poder casi absoluto sobre un país, una nación y un estado.” Hoy, de nuevo, los viejos usos del poder están de regreso: el presidente como el Supremo Elector, el tapado, el dedazo y la cargada.

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