En una de las múltiples mesas de análisis sobre el Mundial de futbol, Javier Aguirre, exdirector de la selección nacional varonil, hizo una pregunta que me resultó interesante: ¿qué tanto importa el entrenador en los resultados de un equipo mundialista? (es paráfrasis, no cita).

El cuestionamiento concitó reacciones airadas de los otros panelistas, pero no deja de ser intrigante. Al fin y al cabo, solo ocho países se han alzado con el campeonato desde 1930. Si añadimos las selecciones que han alcanzado la final sin ganarla, llegamos a un total de trece. Considerando que más de 200 países participan en las eliminatorias de la FIFA y 79 han competido en algún mundial, la probabilidad de alzar la copa o llegar a la final parece bastante remota para la mayor parte del planeta.

En esas circunstancias, la calidad del director técnico no es probablemente el factor definitorio en el éxito o fracaso de una selección en un Mundial. Si lo fuera, bastaría con que una federación ambiciosa contratara a un mago del banquillo, ganador o finalista del Mundial anterior, para entrar en la élite del futbol en el siguiente campeonato. Creo que está claro que eso no sucede.

Y no sucede porque otras cosas importan: la infraestructura de reclutamiento y formación de jóvenes, el número de jugadores en fuerzas inferiores, la calidad de las múltiples ligas nacionales, la mera ubicación geográfica y la posibilidad de fogueo internacional, una historia de éxitos previos, etc.

Dicho de otro modo, cuenta más la estructura que la estrategia. O como dice mi amigo Bernardo León, la estructura es la estrategia.

Y esto importa mucho más allá del futbol, pero a menudo se nos olvida. Cuando hablamos de temas de seguridad y justicia, nuestra obsesión es con la estrategia o, peor aún, con la identidad del estratega.

Si los homicidios o las extorsiones o los secuestros suben o bajan (a veces de un mes a otro), es resultado de la buena o mala estrategia, dependiendo del lugar de la grieta donde se ubique uno. Es asunto de más o menos tropas desplegadas, de más o menos presupuesto para las policías o las fiscalías, de ponerle énfasis a tal o cual caso, incluso de invertirle más a este o aquel programa de prevención. O tal vez, de relevo en la titularidad de las fiscalías o las policías. Y ya en el extremo, sacar del poder al líder o partido político en cuestión.

Pero la realidad es que poco de eso sirve. Cambiar de director técnico no lleva a la final mundialista, cambiar de presidente o fiscal o secretario de seguridad o jefe de policía no lleva a un control duradero del delito. Puede ayudar en el margen, puede haber alguna mejoría en ciertos procesos, puede incluso suceder alguna sorpresa agradable, pero en el fondo, la situación va a seguir inalterada si no hay una transformación de la estructura.

Y algunas cosas no se pueden cambiar, al menos no en el corto plazo. Pero otras sí y entre esas se cuentan las reglas del sistema. Podemos, con transformaciones ambiciosas, pero no descabelladas, cambiar los procesos básicos de operación de seguridad y justicia. Podemos hacer radicalmente más sencilla la denuncia del delito. Podemos multiplicar las capacidades de investigación de las policías. Podemos hacer más rápidos y expeditos los juicios penales.

Eso (y más) es posible, pero requiere cambios en la estructura básica del sistema, no modificaciones tácticas que alguien denomina estrategia. Eso es lo que deberíamos de estar discutiendo.

Por mientras, está el futbol y la esperanza que nunca muere.

 
alejandrohope@outlook.com 
Twitter: @ahope71 

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