Ha vuelto a correr tinta nuevamente, con mensajes abiertamente descifrables, que denotan la enorme preocupación por denostar y hacer daño al presidente López Obrador y a la investigación del caso Ayotzinapa. Se trata de una oleada recurrente, impregnada, cada vez más, de fantasías y absurdos.

Coincidentemente, este fin de semana, terminé de leer el tercer libro de la trilogía de Alejandro Rozado, “Bajo el puente negro”, en la que novela su experiencia en la construcción del Partido Comunista Mexicano a mediados de los años 70, en el municipio de Ecatepec y en las zonas industriales aledañas del Estado de México, en pleno auge de la guerra sucia en México.

En la novela, Rozado recrea un diálogo entre el autor como protagonista y uno de sus personajes, Enrique Semo, tras una conferencia en la incipiente escuela de cuadros de ese partido, en la que analizan la teoría de las conspiraciones en boga en el contexto de la guerra fría internacional.

Cito libremente: “Los conspiracionistas no conceden ningún margen a la historia, ni a la crudísima lucha de clases y las movilizaciones formidables de los pueblos contra los poderes de los estados”. “Los conspiranoicos ven la realidad política al revés… creen que la historia se decide desde las alturas”. Es decir, la vieja lógica de la mano que mece la cuna.

La Guerra Fría se convirtió en el negocio de las superpotencias.

Los espionajes de Estado y la represión pretendieron anular los forcejeos permanentes de la historia. Los estatistas de izquierda y de derecha, profundizaron sus disputas e intrigas en torno al poder. Lo que levó al personaje de este libro a concluir que “mientras exista el estado, habrá intrigas y ocultamiento, conspiraciones y guerras”.

La conspiración no conoce ideologías. Van desde la intriga y la sumisión servil al soberano, hasta el confesionario ante el obispo. Por supuesto, hay conspiranoicos de poca monta, y otros quienes forman parte del poder y de las instituciones que lo ejercen.

Estos se valen, las más de las veces, de mercenarios, de aquellos que se alquilan, sin escrúpulo alguno, para complacer su ambición personal y satisfacer el daño que buscan sus patrocinadores. Son los mismos, qué, aludiendo sofisticadas fuentes de información, pretenden justificar su charlateneria.

Si bien el contexto actual es diametralmente diferente al de los años 70, no dejan de estar presentes: la condición humana, la ambición por el dinero y el poder, la intriga, la desinformación, las resistencias que prevalecen del viejo régimen, el susurro en los corrillos, la calumnia. Para los conspiranoicos, el fin justifica los medios.

Como lo refiere Semo al propio Rozado en su conversación: “no puede uno dejarse atrapar por la teoría de las conspiraciones como si estas fueran determinantes”. Menos aún ante la profunda transformación que vive nuestro país y la enorme fuerza social que la legitima y acompaña, pese a las rancias resistencias que buscan frenarla.

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