En su libro, Rebel Without a Crew, or How a 23-Year-Old Filmmaker With $7,000 Became a Hollywood Player, el director de El Mariachi (1992) narra la historia de cómo con apenas siete mil dólares, con muy poco personal, pero con mucho ingenio, Rodriguez no solo logró hacer su película sino con ella abrir -así fuera a puñetazos- las puertas de Hollywood.

El director (que aún hoy día practica la filosofía de gastar lo menos posible en sus películas), narra que ante la falta de dinero para completar la cinta no dudó en vender su sangre o en ahorrar dinero en costoso equipo, como por ejemplo un dolly, que sustituyó con un carrito de supermercado.

El espíritu de filmar a costa de todo, como lo narra Rodríguez en su libro, es el mismo que alimenta Zombis, cámara, ¡acción! (Kamera wo tomeruna!, Japón, 2017), cinta que milagrosamente apareció en la cartelera comercial mexicana.

La cinta inicia, sin mayor ceremonia, con una escena clásica de cine de terror: una joven es perseguida por un zombie que resulta ser su novio. Ella tiene un hacha, pero no es capaz de usarla para ponerse a salvo por lo que el monstruo la muerde en el cuello. De repente se escucha el grito de ¡corte!, y nos enteramos que estamos realmente en la filmación de una película.

El iracundo director, Higurashi (Takayuki Hamatsu), gritonea a su actriz y cachetea a su actor por no alcanzar el nivel que él busca. Nos enteramos que ya van 42 tomas de la misma escena, amén de que el presupuesto escasea y todos en el set están hartos. Un desastre.

La asistente de producción llama a un receso para calmar las aguas, y mientras todos se relajan, ella le platica a los dos actores que la locación donde están filmando no es cualquier lugar: la leyenda cuenta que ahí se hacían experimentos con soldados. Y justo cuando termina de narrar su historia, el sonidista aparece en escena, sin un brazo y convertido en zombie.

Estamos pues ante la clásica cinta clase B de survival horror filmada además en glorioso plano secuencia pero que no dura más de treinta minutos. Los créditos aparecen y entonces la película (nuestra película) se va un mes atrás. Es entonces que nos enteramos que lo que vimos antes no es más que otra película, hecha para televisión, filmada en plano secuencia pero además transmitida en vivo por televisión.

Así, lo que veremos a continuación es la preparación de aquella cinta, el casting de los personajes y las locaciones, pero sobre todo las dificultades que van surgiendo en la filmación, como por ejemplo que el director de fotografía es un borrachales y que el sonidista le da diarrea en plena filmación. Mejor aún, cuando el actor que interpretaría al director de la cinta no se presenta, es el verdadero director el que tiene que hacer el papel en su propia cinta.

Este juego de muñecas rusas tal vez no sea tan convincente en su primera hora, pero cuando el filme nos sitúa ahora tras bambalinas, somos testigos de las mil y una formas que el crew arriesga todo para resolver en tiempo real los problemas que van surgiendo y no parar la transmisión en vivo. Es aquí cuando la película explota en todo su potencial, convirtiéndose en una celebración no solo al cine, sino al compromiso de hacerlo, de conseguir la mejor toma, de resolver lo mejor posible el siempre complicado proceso de hacer una película.

La verdadera infección de la cual todos los personajes sufren en esta película sobre zombies, es la infección del cine mismo y la alegría que provoca cuando, contra todo pronóstico, la película es terminada.

Una felicidad que el director de este juego de espejos, Shin'ichirô Ueda, sabe contagiar con esta cinta tan divertida como conmovedora. Todo sea en nombre del cine.

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