Todos lo hemos vivido alguna vez. Estamos en la comodidad de nuestras casas, a punto de ver una película o de abrir una botella de buen vino y de repente tocan a la puerta, uno comete el error de abrir y resulta que se trata del representante de alguna religión o secta que te quitará valiosos minutos de tu vida tratando de convencerte para que te unas a su causa.

Lo procedente, en efecto, es cerrar la puerta y mandar al molesto sujeto (o sujetos) a su casa. Lo que para nosotros parece obvio no lo es tanto para M. Night Shyamalan, ya que en su nueva cinta, Knock At The Cabin (EU, 2023), el director -famoso por sus giros de tuerca- nos sorprende planteando una posibilidad que suena aún más terrorífica: ¿y qué tal que esos molestos sujetos que te vienen a hablar de religión y del fin del mundo están en lo correcto?, ¿y si mejor les hacemos caso?

Advertencia: lo que sigue tendrá spoilers.

Andrew (Ben Aldridge) y Eric (Jonathan Groff) son una pareja que va de fin de semana a una cabaña en medio del bosque (donde convenientemente no hay señal de celular, por cierto) junto con su hija adoptiva, la pequeña Wen (Kristen Cui). Todo va de maravilla hasta que llegan cuatro sujetos (como los cuatro jinetes del apocalipsis) y tocan a la puerta.

El líder de ellos, Leonard, es una tremenda mole humana (el exluchador Dave Bautista) cuyo imponente físico contrasta con su voz calmada y hasta tersa. Él les comunica a Andrew y Eric (luego de atarlos de pies y manos) que están ahí no con ánimos de violencia (a pesar de que todos ellos llevan tremendos mazos, cuchillos y más) sino para comunicarles la terrible noticia de que el mundo está por acabar, pero afortunadamente ellos tienen en sus manos la salvación de la humanidad: uno de ellos debe sacrificarse y morir, sólo así se detendrá el apocalipsis. Así pues, decidan, ¿quién va a morir por la humanidad?, ¿Eric, Andrew o la pequeña Wen?

Obviamente, la incredulidad es la primera reacción de esta familia, pero al no decidir quién debe morir, los invasores irán uno a uno suicidándose, “condenando” con esta acción (según ellos) a una parte de la población. Para probarlo, encienden la televisión, y en efecto, luego de que uno de los cuatro invasores se ha suicidado, los noticieros reportan sobre violentos terremotos que han costado un sinnúmero de vidas humanas.

Shyamalan monta, con gran efectividad, una atmósfera ominosa, de mucha tensión. La cámara (a cargo de Jarin Blaschke y Lowell A. Meyer) maneja el espacio cinematográfico de formas por demás interesantes, mediante el uso constante de close-ups, cargando a los personajes de un lado u otro de la pantalla e incluso jugando con el físico de Bautista, que literalmente llena la pantalla.

Lo que estamos viendo es la batalla entre razón y fe. Nosotros, junto con esta familia secuestrada, sabemos que no es posible que haya relación entre un terremoto y el suicidio de un individuo que se metió en tu casa, dice incoherencias sobre el fin del mundo y luego se suicida.

Inteligente, Shyamalan siembra la duda sobre si esto será más bien un crimen de odio. El guion interrumpe los momentos más tensos de la película mediante flashbacks, al pasado de esta pareja homosexual: cómo se conocen, cómo salen del clóset frente a sus padres, cómo adoptan a la pequeña Wen.

Quien conozca la filmografía de Shyamalan (Sexto Sentido, La Aldea, Unbreakable) sabe que el sello característico de este autor es el giro de tuerca: ese truco final con el que el cineasta nos sorprende sacando de la manga un giro final que cambia toda la trama.

Y uno al estar viendo Knock At The Cabin no deja de pensar en ese giro, ¿cómo va a resolver Shyamalan esta trama?, ¿cómo explicará la imposible conexión entre la muerte de los invasores y los desastres naturales que se ven en la televisión?

Bueno, pues resulta que, de todas las posibilidades, el director toma la que en el fondo es más tétrica: ¿qué pasa si estos religiosos extremistas tienen razón?, ¿qué pasa si en efecto, un miembro de la familia secuestrada debe morir para detener el apocalipsis?

Y esto es de terror porque en la batalla entre razón y fanatismo religioso, lo que propone al final Shyamalan es que el fanatismo triunfe. El director abre la posibilidad de que negacionistas, antivacunas, o cualquier grupo radical pueda tener razón.

Shyamalan no sólo renuncia al giro de tuerca que nos tenía acostumbrados, sino que además renuncia a la lógica, la ciencia y la razón, para dejar ganar al fanatismo. Eso sí que es de terror.

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