En un reportaje de febrero de 2019, el portal The Verge daba cuenta de la crisis existente entre los “moderadores” de redes sociales como Facebook e incluso Google. Uno pensaría que con los avances tecnológicos de hoy en día, una inteligencia artificial estaría encargada de moderar lo que la gente sube a Facebook, pero resulta que no, que hay humanos encargados de revisar lo que las máquinas detectan como sospechoso.

Mediante empresas contratadas por outsourcing, Facebook envía a estos moderadores filas enormes de mensajes y videos para ser revisados uno por uno. Los mensajes usualmente vienen pre clasificados en categorías globales, pero en general se tratan de mensajes de odio, videos de violencia explícita entre humanos y/o animales, y demás aberraciones (in)humanas.

La crisis viene porque estas personas que trabajan para Facebook revisando y catalogando estos horribles mensajes y videos, reportan un incremento en problemas de ansiedad, dificultad para conciliar el sueño, ataques de pánico y en general un aumento en los desórdenes mentales.

Por supuesto, Facebook se negó en un principio a pagar los tratamientos para los moderadores cuya salud se ha visto comprometida, pero gracias a demandas colectivas y el aumento en los casos, la empresa de Mark Zuckerberg terminó por acceder al pago de indemnizaciones.

Lo anterior me vino a la memoria mientras veía la más reciente cinta de Steven Soderbergh, Kimi (USA, 2022), en la cual el guión de David Keop (Jurassic Park, Mission: Impossible, Spider-Man, solo por mencionar algunas) mezcla dos paranoias: la que sufren los moderadores de redes sociales y las que sufrimos todos (algunos más que otros) en esta pandemia.

Angela (extraordinaria Zoë Kravitz) es una moderadora para una empresa que desarrolla a KIMI, un asistente personal digital que se opera con voz como Alexa o Google. Desde su departamento en San Francisco, Angela debe analizar los audios que la máquina no entendió, para interpretarlos, corregirlos, y así incrementar la eficiencia de la inteligencia artificial de KIMI.

Un día recibe un audio que le parece sospechoso y comienza a buscar al dueño del mismo para escuchar sus archivos guardados. Se trata de una mujer y en uno de los audios se escucha cómo la violan. Angela entra en pánico y llama a la empresa para reportar el hecho, ellos le piden ir a la oficina para hablar del asunto con las autoridades.

La cosa es que Angela padece agorafobia (miedo a los exteriores) y por lo que se ve, fue provocada por la pandemia. Y es que Ángela es de esas que (¿cómo nosotros?) se pone mucho gel en las manos, desinfecta todo y tiene listos decenas de cubrebocas por si acaso tiene que salir, aunque lo cierto es que no puede hacerlo, su miedo la paraliza.

Situada la mayor parte del tiempo en una sola locación (el apartamento de Ángela) la cinta hace gala de imaginación en su encuadres poco usuales y en las tomas 360 de la cámara (a cargo de Soderbergh bajo el pseudónimo Peter Andrews) que terminan por encerrar más al personaje principal.

Aunque solvente en su manufactura, la película no sería nada sin el extraordinario trabajo de Zoë Kravitz quien sostiene en todo momento la película, a veces incluso sin decir una sola línea de diálogo, reaccionando a los audios que escucha en su trabajo, paralizándose de miedo cuando intenta salir a la calle o incluso con ese curioso movimiento cuando se pone, una vez si y otra también, gel en las manos.

Por supuesto, la cinta tiene su cuota de referencias obvias para el género: guiños hitchcockianos de rigor -Rear Window ( Hitchcock, 1954)- e incluso a cintas como Blow-Up (Antonioni, 1966) y The Conversation (Coppola, 1974).

No obstante, Soderbergh no logra mantener el nivel durante toda la cinta. El final, abrupto y predecible, se torna decepcionante en comparación con lo bien que hasta entonces había mantenido la tensión, el suspenso y la paranoia.

Nos queda al menos la gran actuación de Kravitz y el reconocernos en la pequeña gran paranoia que la pandemia nos dejó, tal vez para siempre.

KIMI se puede ver en HBOMAX

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