El año es 1981. El país es Reino Unido. Margaret Thatcher ya es primer ministro, la inflación se incrementó a 21.8%, los trabajadores siderúrgicos terminaron su huelga, suceden los infames disturbios raciales en Bristol y Bobby Sands iniciará su huelga de hambre.

Pero eso es allá afuera, porque dentro del cine Empire -uno de esos viejos palacios de amplios pasillos, un vasto recibidor, motivos de art decó y dos enormes salas- lo que sucede no es sino el estreno de auténticas joyas del cine ochentero: All That Jazz, Apocalypse Now, The Blues Brothers, The Shining, Chariots of Fire y Empire Strikes Back.

En este hermoso cine que ha visto mejores épocas (y que, como bien sabemos, muy probablemente estos sean sus últimos años de vida) trabaja Hilary (siempre magnífica Olivia Colman), una mujer ya madura que parece deprimida: toma litio como parte de un tratamiento médico.

En su última visita al doctor, la mujer le confiesa que el medicamento la hace sentir como si viviera sedada. Y en efecto su vida carece de emociones: hace su trabajo con especial diligencia, al salir se va a su casa y eventualmente sale a cenar sola. También de vez en vez atiende los deseos del dueño del cine (Colin Firth) quien la llama para “juntas” en su oficina que en realidad no son sino tediosas sesiones de sexo a las que no sabemos por qué Hilary acepta.

Pero lo que nunca, bajo ningún motivo se permite esta deprimida mujer, es entrar a alguna de las salas y ver alguna película.

Su rutina se trastoca con la llegada de un nuevo compañero, un joven medianamente apuesto, de origen trinitense llamado Stephen (Micheal Ward). Y aunque la primera en echarle el ojo es otra joven compañera de peinado estrafalario (Hannah Onslow), es con Hilary con quien tiene una auténtica conexión.

Lo que sigue es pues el típico escenario de amor prohibido. Los dos amantes suben a la parte alta del Empire (un sitio hermoso, de una vista excepcional, pero abandonado por quien sabe cuántos años) para sus encuentros furtivos que eventualmente dejarán de serlo.

Dirigida y escrita por Sam Mendes, Empire of Light es en primera instancia un homenaje al cine y a las viejas salas de proyección. Dentro del Empire los personajes son felices, o al menos parecen protegidos del caos y la locura que sucede allá afuera, en la Inglaterra de Margaret Thatcher.

Pero cuando nuestro par de furtivos amantes lleva su relación al exterior, el fantasma del racismo recalcitrante se hace presente. Se trata pues de la relación de dos marginados, uno por ser de raza negra y la otra por ser una mujer madura e inestable emocionalmente.

Mendes juega en muchas pistas, pero en todas peca de excesiva mesura. Juega con nuestra nostalgia al hacer referencia a varias cintas de la época (todas estrenadas en el Empire), nos endulza la vista con las magníficas imágenes que nos regala el experto de la luz, Roger Deakins, quien con su cámara pareciera explorar tímidamente los espacios, diseñados con absoluto cuidado por Mark Tildesley y que convierten al cine en un personaje más.

Pero Mendes no va más allá de la belleza visual, las buenas actuaciones (con ese reparto no había de otra) y el despliegue técnico. Toca el tema racial, exhibe el profundo odio que la administración Thatcher alimentó en aquella época hacia los migrantes, pero no concluye nada. La locura es otro tema nodal de la película: somos testigos de un acto de absoluta barbarie contra el cine y sus empleados, así como del acoso sistemático que sufre Stephen en las calles. También presenciamos el resquebrajamiento emocional de Hilary (siempre al borde de la locura) al rebelarse intempestivamente contra todos los que le han hecho daño.

Pero de todos esos temas, Mendes no concluye nada, incluso algunas aristas se sienten abandonadas a media película (la salud mental de Hilary, por ejemplo). Empire of Light es una cinta bien actuada y auténticamente hermosa pero que carece de dientes como para decir algo relevante sobre todos los temas que busca tocar.

En todo caso, lo que mejor funciona en Empire of Light es el homenaje a la sala de cine y al cine mismo como una forma de escape necesario de la realidad.

Hilary finalmente se da permiso de cruzar el umbral y entrar a la sala a ver una película. El cine, parece decirnos Mendes, no solo es una necesidad estética, sino también de salud mental.

Empire of Light se puede ver en Star Plus.

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