En su infinita soberbia, el mundo de las finanzas llama dumb money  (dinero tonto) a las transacciones hechas por inversores minoristas (es decir por personas comunes y corrientes, como usted, como yo) que al no tener los recursos de los grandes inversores, basan sus decisiones en información incompleta o errónea, teniendo como principal herramienta el mero instinto.

La exactitud de este término quedó completamente en entredicho en enero de 2021 cuando un grupo de inversores amateurs -de esos que les llaman dumb money- decidieron comprar acciones (valían 3 dólares) de una empresa a punto de la quiebra: la tienda de videojuegos Gamestop.

Organizados mediante foros de Reddit y videos de Youtube, esta especie de “influencers” de las finanzas fueron corriendo la voz sobre la compra de acciones de Gamestop. El fenómeno en principio fue desdeñado por los grandes manipuladores del capital, pero poco a poco este grupo de personas, comunes y corrientes, elevó el costo de las acciones volviéndose en cuestión de días tan millonarios como aquellos que decían conocer de acciones, valores y demás.

Fue un David contra Goliat financiero, donde los “dumb money” se hicieron millonarios y en su paso volvieron pobres a los Goliat, que jamás pensaron que algo así podría ocurrir.

El experimentado realizador australiano Craig Gillespie, hace la crónica de estos hechos en su más reciente cinta, Dumb Money (USA, 2023). Paul Dano interpreta a Keith Gill, youtuber y analista financiero quien en su canal mostraba las razones por las cuales decidió invertir todo su dinero en Gamestop. Poco a poco mucha de su audiencia se unió al experimento, entre ellos una enfermera llamada Jennifer (America Ferrera), un empleado de Gamestop llamado Marcus (Anthony Ramos), así como dos estudiantes universitarias, Harmony (Talia Ryder) y Riri (Myha’la Herrold).

Todos tienen diferentes razones por las cuales deciden invertir: la enfermera busca salir de deudas, las estudiantes buscan pagar sus préstamos escolares, el empleado de Gamestop quiere comprarle una mejor casa a sus padres y abandonar ese horrible trabajo en la tienda de videojuegos.

Pero mientras la gente común busca simplemente una mejor calidad de vida, a la par vemos a los grandes inversionistas, multimillonarios cuyos problemas son construir una nueva cancha de tenis y mantener un estilo de vida que incluye drogas, fiestas, albercas y muchas chicas en bikini.

El valor de esta cinta es meramente didáctico, si bien el guion a seis manos (!) de Lauren Schuker Blum, Rebecca Angelo y Ben Mezrich se excede en diálogos inasibles con términos financieros que el público en general no entendemos, si nos queda claro que, en resumen, lo que Gill y sus seguidores consiguieron fue democratizar el mercado financiero y de valores, demostrar que el “dumb money” no es algo que se deba menospreciar, y hackear al sistema, un meme a la vez.

Guillespie llega tarde a este subgénero que denomino “la génesis de las empresas”: claramente abreva mucho (tal vez demasiado) de The Social Network (Fincher, 2010) y un poco de The Wolf of Wall Street (Scorsese, 2013), pero más allá de ser un trabajo que sirve de testimonial sobre este enigmático caso, la cinta es a lo más divertida y no mucho más.

Eso sí, uno sale feliz de saber que al menos una vez en la vida los ricos no se salieron del todo con la suya.

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