¿Cuánto vale una vida? Para la filosofía, esa pregunta detonaría cientos de argumentos, teorías y nuevas incógnitas, pero para el derecho y la ley, la única respuesta posible es una cifra.

Luego entonces, ¿vale más la vida del CEO de una empresa que la de un humilde barrendero?

Ese es el tipo de incógnitas que los encargados del Fondo de Compensación para las Víctimas del 9/11, en Estados Unidos, se hicieron a diaro por un periodo de casi dos años. El fondo fue una iniciativa del gobierno creada para ayudar a los familiares de las víctimas fallecidas en los ataques del 11 de septiembre de 2011 en Nueva York, pero también tenía un objetivo oculto: evitar que los familiares de las víctimas hicieran una demanda conjunta que terminara por desaparecer a las dos aerolíneas más importantes del país.

En Worth (¿Cuánto vale la vida?, USA, 2021), la directora Sara Colangelo (The Kindergarten, Little Accidents) narra esta historia a partir de su principal protagonista, el abogado especialista en mediación y resolución de disputas Kenneth Feinberg (Michael Keaton).

Cuando Feinberg supo de la situación con las víctimas del 9/11, el abogado decidió postularse para ser el encargado de administrar y aplicar los recursos del fondo, todo ello sin que Feinberg ni su despacho cobraran un solo centavo.

Para Feinberg (según el guión de Max Borenstein) esto era una oportunidad de ayudar a la gente, puesto que si optaban por la vía de la demanda colectiva, el proceso llevaría décadas y al final, muy probablemente, no ganarían.

Así, con toda la buena voluntad del mundo, pero desde la distancia fría de los números y las leyes, Feinberg armó una fómula matemática para calcular el costo de la indemnización en cada caso. La fórmula no solo tomaba en cuenta si la víctima dejaba hijos desamparados, sino también cuánto ganaban en su trabajo actual, y por supuesto, esto hacía que la vida de un barrendero en el WTC valiera mucho menos dinero que la del CEO de alguna empresa en el piso 100 del edificio.

Feimberg actúa de buena fe, pero los familiares de las víctimas le hacen ver lo injusto de la solución. En un mundo ideal, la vida del barrendero y del CEO valdrían lo mismo. Pero la gente no pelea por el dinero, lo que busca es encontrar eco a su angustia, a su dolor, a la tristeza infinita de la ausencia y los sueños rotos de miles y miles de personas que murieron aquella mañana de septiembre.

De los mejores momentos que entra esta película están justo estos, cuando Feimberg decide que que la frialdad de los números, las sumas y restas, no alcanzan para realmente ayudar a estas personas. Lo que ellos quieren es que los escuchen. Así, hay muchas escenas en esta cinta donde lo que vemos es eso, testimonios que si bien son actuados, provienen de casos reales.

Y hay de todo, desde la ejecutiva que había conseguido su trabajo soñado y ese día comenzaba a trabajar en alguna de las torres, hasta el bombero que dio la vida tratando de rescatar a otros mientras en casa dejó no sólo a su familia, sino incluso a la casa chica en el desamparo.

El antagonista de Feinberg es Charles Wolf (Stanley Tucci), un músico, piloto y empresario que perdió a su esposa en el derrumbe de una de las torres. Mediante un blog en internet, Wolf organiza la resistencia de quienes no quieren aceptar los recursos del fondo y prefieren irse por la opción de la demanda.

Caballeros al fin y al cabo, Feinberg y Wolf se enfrentan con toda elegancia, pero con toda contundencia, con argumentos que parecen irrebatibles: Wolf busca una base igual para todos así como la opción de abrir casos especiales, mientras que Feinberg aboga por su fórmula al ser la única vía para que la gente reciba algo, o de lo contrario el gobierno no les dará ni un centavo.

El esgrima verbal entre Keaton y Tucci es la gran joya de esta película. Ambos son actores estupendos y en particular Keaton levanta mucho el filme con su muy particular forma de hablar y moverse frente a la cámara.

La película, en definitiva, sirve para conecer el caso, revelando una cara de la tragedia del 9/11 que no conocíamos, pero desgracadamente solo plantea las preguntas sin que haya resoluciones.

En todo caso, Worth confirma que la frialdad de los números, de las leyes, y del capitalismo, resultan infranqueables. Al final (spoiler) la fórmula de Feimberg ganó y la gran mayoría de las víctimas se sumó al programa de fondos.

Bien por ellos pero al final, la vida de un barrendero sigue valiendo menos que la de un CEO. Y al parecer no habrá un alma, o una película, que cambie ese hecho fundamental del capitalismo.

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