Cuando en 2003 el gobierno de la Ciudad de México inició la construcción del famoso segundo piso del periférico, apenas a unas cuadras de su casa, el cineasta Juan Carlos Rulfo decidió salir con su cámara y filmar. Lo que encontró (y plasmó en su estupendo documental, En el Hoyo, 2006) son las historias de aquellos hombres y mujeres que día a día trabajaron para levantar la monumental y polémica obra que probablemente no sería usada por ninguno de ellos, toda vez que la gran mayoría ni carro tiene.

Con su documental, Rulfo hace un homenaje al trabajo y a los trabajadores. Sin mirada condescendiente pero siempre con una carga profundamente humana, el cineasta da rostro a esas manos usualmente anónimas que son las que literalmente construyen al país.

A inicios de la pandemia de Covid-19 en 2020, Juan Carlos Rulfo volvió a escuchar ese llamado que le obligaba a dejar su casa y ponerse a filmar lo que sucedía en la calle. “No todos los días se vive una pandemia, ¿qué iba a hacer?, ¿quedarme en casa y esperar que todo pasara?”, comenta el propio Rulfo en una entrevista radiofónica.

En dirección contraria a lo que el gobierno recomendaba, quedarse en casa no era opción para el cineasta por lo que, junto con su equipo, salió a filmar el epicentro de la pandemia: las puertas de los hospitales.

Es ahí donde llegan los enfermos (la mayoría graves), es ahí donde los familiares esperan horas para saber algo de sus pacientes, es ahí también donde se gestan los rumores: que si esto lo hizo el gobierno, que si quieren bajar el índice de población, que si le están inyectando “algo” a los enfermos para matarlos, que si hay helicópteros sobrevolando la ciudad aventando un líquido. “Lo leí en internet”.

La desesperación de los familiares por tener alguna noticia de sus enfermos los obliga a recurrir al método más básico y poderoso posible: la letra escrita. En pequeñas piezas de papel o en hojas de cuaderno, las familias escriben palabras de ánimo a aquellos que están dentro del hospital, luchando por sus vidas. “Échale ganas”, “eres una guerrera”, “no te preocupes por nosotros”, “abuelita le está rezando mucho a la virgen”, “vas a salir de esto”. Son las frases que se repiten una y otra vez en cartas, fotos Polaroid, y dibujos que son entregadas gracias a los enfermeros que se convierten en heraldos de esperanza.

El documental sigue a uno de ellos. Jorge Gómez, un joven mejor conocido como “Calavera”. Él no quería estudiar enfermería, pero su madre lo chantajeó: “si estudias te compro los boletos para el concierto de Slash”. Ahora el Calavera va todos los días al hospital, “sin miedo a la muerte”, con un ánimo estoico, listo para enfrentar la enfermedad y salvar vidas.

De hecho, la gran mayoría de este documental está compuesto con las imágenes que Jorge y otros enfermeros y enfermeras registraron con su celular. Gracias a este documental, además de enfermeros se convirtieron en cineastas.

Si En el Hoyo era un homenaje a los trabajadores de la construcción, Cartas a Distancia (México, 2021) es un homenaje a los enfermeros, doctores, y a todas las familias que sufrieron al ver a sus seres queridos hospitalizados, algunas veces intubados, siempre aislados y sin posibilidad a una visita, dado el alto índice de contagio de la enfermedad.

El documental narra una semana en la vida de estos enfermeros, que no es sino una semana en la vida de un país diezmado por la pandemia cuya única y última línea de defensa es justo la determinación de estos hombres y mujeres dispuestos a dar más allá de su trabajo. Y es que el Calavera, recolecta los mensajes de los familiares que están a las puertas del hospital y se los lee a los enfermos. A veces también toma videos con su celular y los reproduce a quienes están en cama esperando que su destino se decida entre regresar a casa o ser intubados y seguramente fallecer.

Mientras se espera el veredicto del destino, algunas de las familias le permiten a Rulfo (y por ende a nosotros) meternos en sus historias de vida. Los enfermos dejan de ser un número, se convierten en historias de vida, de suerte, de amor.

A pesar del optimismo, Jorge no se deja engañar por los buenos deseos: “me encantaría decirles a los pacientes que todo estará bien pero no puedo”. Pero eso no implica que él y sus compañeros no den todo. A cada día que pasa, la situación empeora, los enfermos aumentan y las muertes también.

Estos hombres no son santos, están lejos de serlo. A cuadro, una enfermera rompe en coraje. “Nos estamos partiendo la madre por gente que no cree en la enfermedad, que se larga a Acapulco, que no usa cubrebocas y luego llegan acá, llorando… estoy hasta la madre”.

El documental se musicaliza a partir de los ruidos del propio hospital: los respiradores, los tanques de oxígeno, los monitores que supervisan el latido del paciente. A discreción, la mezcla de audio a cargo de Martín Hernández y la música compuesta por Phillip Glass crean atmósferas inquietantes y ominosas en un documental que resulta irremediablemente conmovedor.

Como es usual, Juan Carlos Rulfo crea una máquina de empatía casi perfecta, un homenaje más que merecido y necesario hacia todas las víctimas, pero también hacia el personal médico y de enfermería que a pesar de todo siguió al pie dando la batalla.

Y justo por ello el documental queda dolorosamente trunco, Rulfo omite mención alguna sobre la pésima actuación del gobierno en esta crisis. Omite la displicencia de las autoridades hacia el personal médico, la falta de equipos, de medicinas, de apoyo, de políticas públicas. Omite el famoso “no pasa nada, salgan, abrácense”, o el constante llamado oficial a no usar el cubrebocas.

La tragedia del Covid en México no puede entenderse omitiendo el actuar criminal de un gobierno a todas luces rebasado, inepto e indolente. Todo homenaje hacia el personal de salud en tiempos de pandemia exige no olvidar la criminal apatía de un gobierno que se limitó a contar (mal) los muertos.

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