Hoy todos pueden crear la ilusión de sentirse “importantes”, “vistos” y “amados” con los likes en  redes sociales. También, descubrir que lo que se ve y se plasma en los vIdeos e imágenes para el público, son sólo eso: instantáneas creadas, muchas veces, de momentos fingidos.

Y esto se hila a entender que muchas de las historias de éxito que nos contaron son falsas, como la de esos niños que admirabas y creías que lo tenían todo: riqueza, fama y, sobre todo, la aceptación del mundo: niños explotados, víctimas de la ambición de los adultos que se aprovechan de esos años de inocencia en los que quienes tienen talento hacen lo que sea con tal de sentirse arropados dentro de una burbuja que al reventar trae consecuencias irreversibles.

Lo que más asombra de esas historias no es que en la mayoría exista un mánager truculento o una productora que se queda con las ganancias de forma inequitativa. Lo más grave son esos padres que arrojan a sus hijos a los reflectores. La historia se repite una y otra vez pese a los candados legales que se han puesto para detener estos abusos.

La primera vez que el caso de explotación de una estrella infantil hizo eco fue en 1921 con Jackie Coogan, el pequeño histrión que se catapultó a la fama al interpretar junto a Charles Chaplin la cinta “El niño”. Coogan se convirtió en el infante mejor pagado de su época, pero al morir su padre su madre se casó con su mánager y cuando quiso acceder al dinero que había ganado ambos se negaron a dárselo. Jackie los demandó pero no existía ninguna ley en California que permitiera a las personas acceder al dinero generado cuando eran menores de edad. Tras la furia que esto generó en la opinión pública se creó la Ley Coogan, que protege a los niños artistas.

Desde 1921 a la fecha también han pasado por los tribunales demandando a sus padres Mischa Barton (The O.C.), Leighton Meester (Gossip girl) y Jena Malone (Los juegos del hambre), por mencionar algunos. Ahora, haciendo scrolling en las aplicaciones, cada que me encuentro con niños y adolescentes influencers que se esfuerzan por demostrar que son felices, estupendos y exitosos, pienso que el peligro se ha vuelto más latente pues estos menores se autoexplotan sin darse cuenta.

Un estudio de The Wall Street Journal a través su investigación “The Facebook Files” ha medido el impacto que tiene Instagram en la salud mental de los adolescentes: uno de cada tres chicos de entre 14 y 24 años sufre ansiedad o depresión como consecuencia del uso de esta aplicación. La incesante demanda por aparecer perfectos, medir la reacción que tienen y compararse con ideales imposibles de belleza y estilos de vida los orilla a vivir esclavos de estos reflectores. Comprobado está también que la mayoría de ellos tienen padres igual de enganchados a las redes. Ya no hace falta tener talento para poner bajo lupa a estas personas en desarrollo. Sólo se necesita un celular. Los focos ya están listos y no hay filtros ni leyes para el impacto emocional que estos causan.

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