Con un Hollywood que camina de puntillas desde la elección de Trump, el Festival de Cannes se potencia como espacio libre al dar lugar a expresiones que en otros países se reprimen. La Competencia gala surgió cuando en 1938, en Venecia, la Muestra de cine más antigua del mundo se sometió a la presión fascista que obligó al Jurado a darle el premio a Olympia, de Leni Riefenstahl en lugar de a la favorita del Jurado, La gran ilusión, de Jean Renoir. Olympia tiene un marcado toque nacionalista al retratar los Juegos Olímpicos de Berlín.

La cinta francesa, sin embargo, muestra la relación de un oficial francés prisionero en la Primera Guerra Mundial con el oficial alemán que lo vigila. Ambos militares concluyen que la guerra es una aberración. El filme fue considerado una amenaza por Goebbels -ministro de propaganda nazi- y vetado en Alemania. Cuando ganó Venecia, el gobierno de Hitler presionó a Mussolini para que interviniera y la Mostra le dio el triunfo a Riefenstahl. La indignación impulsó el proyecto de un festival de cine, “para el mundo libre”, ideado por el diplomático Phillipe Erlanger.

Fiel a esa misión, Cannes ha logrado capotear las presiones políticas al defender la autodeterminación del arte. Su etiqueta de festival polémico y transgresor se debe a que apuesta por un cine político y social. Ejemplo de esto es la cantidad de veces que ha promovido filmes de directores en exilio o prisioneros por las historias que cuentan. Este año no es la excepción. Basta echar un vistazo rápido a las elegidas de la edición que se celebrará del 13 al 24 de mayo para saber por dónde irán los tiros.

Once upon a time in Gaza, el thriller de los palestinos Arab y Tarzam Nasser, es uno de los cinco títulos árabes que se estrenarán en la Riviera francesa. Se sitúa en 2007, cuando Hamas asentó su control sobre la franja de Gaza. También estará The disappearance of Josef Mengele, de Kirill Serebrennikov. Basada en la novela homónima de Oliver Guez, que explora la figura del criminal nazi en su exilio sudamericano tras la Segunda Guerra Mundial. Está coproducida por PIANO, compañía mexicana veterana en el Festival.

El documental del director iraní Jafar Panahi, A simple accident, es otro destacado por la lupa francesa. La trama aún no se desvela. Pero su director, guionista y editor es uno de los más influyentes de la nueva ola del cine iraní y de los más perseguidos. Panahi ha sido encarcelado y arrestado en varias ocasiones porque el régimen de su país considera que hace cintas en su contra. Incluso le prohibió viajar durante veinte años. En 2010 fue elegido como miembro del Jurado de Cannes, pero no pudo asistir por estar trás las rejas. Su silla quedó vacía simbólicamente. En julio de 2022 fue apresado de nuevo por firmar una protesta contra la violencia policial. Y aunque en 2023 se levantó la restricción que tenía de abandonar Irán, se duda si asistirá al certamen galo desde Teherán, donde reside. El que a pesar de todo siga filmando, es un signo de resistencia que Cannes aplaude.

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