¿Se puede hablar de lo que no se vive en carne propia en plena era de la cancelación?

El pasado 25 de enero del año en curso se estrenó en salas mexicanas la polémica Pobres Criaturas del cineasta griego Yorgos Lanthimos -conocido por cintas como Canino y La Langosta-. Hasta el momento le ha valido la entrega de 13 premios, en los que destacan: el BAFTA (Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión) a Mejor Actriz y Globo de Oro a Mejor Película; haciendo un pequeño recordatorio de que la misma ha acumulado 11 nominaciones en la próxima entrega de los Óscar el 10 de marzo.

Entonces, no es de extrañarse que pesé a que ha pasado tiempo desde su exhibición, tanto la película como el director siguen dando de qué hablar: exponen los espectadores por medio de redes sociales que Yorgos se “cuelga del feminismo” al abordar tópicos como la prostitución y deformarlo a tal punto de hacerlo ver como la definitiva liberación femenina; entre otros aspectos en los que no se encuentran conformes es en el excesivo número de escenas con contenido sexual explícito, pues las consideran innecesarias al argumentar que no aportan nada a la historia.

Pero, ¿cuál de todas las sentencias lanzadas hacia la trama son formadas desde una perspectiva simplista o percibidas desde un lente opaco?

La historia se divide en 5 capítulos: Lisboa, El Barco, Alejandría, París y Londres.

Inicia a color con un Zoom In y le prosigue un Picado; una mujer contempla el precipicio, segundos después se lanza hacia el vacío.

Entra el titulo de la pelicula y durante un largo rato el entorno será blanco y negro; se encuentra de espaldas, en el intento de tocar el piano, Bella Baxter (Emma Stone), la mujer que momentos antes comete suicidio, o por lo menos, esa es la identidad que le Godwin (Willem Dafoe), el hombre con cara deforme -que evoca al Hombre Elefante de Lynch-, quién es un renombrado doctor que rescata a Bella con la intención de hacer un experimento con su cuerpo (y cerebro): cuando decide arrojarse al agua, lo hace en pleno embarazo. Godwin entonces, transplanta el cerebro del bebé a Bella con la expectativa de revivirla. El experimento resulta ser un éxito.

Bella ahora tendrá que aprender a caminar, pronunciar palabras con claridad y a comportarse con propiedad frente a la sociedad. Todo ello, recluida de su exterior.

Max (Ramy Youssef), alumno y ahora ayudante de Godwin, es el encargado de observar, anotar y anunciar el progreso que lleva la infante-adulta con lo que respecta a su dicción y motricidad. La curiosidad y hambre de Bella hacia conocer el mundo es cada vez mayor, pero God se niega tajante y el único acercamiento al exterior que logra conseguir es el patio del hogar-mansión.

Ante la curiosidad de Bella sobre su existir, God le inventa una historia de cómo murieron sus padres y que por esa razón quedó huérfana.

Entretanto, Bella despierta una mañana y descubre que frotarse a sí misma o con objetos es algo que le produce placer a su cuerpo. Una vez que descubre la felicidad como ella misma menciona, no se detendrá en encontrar ese estímulo por doquier.

God funge como figura paternal de Bella. Lo más probable es que en Bella haya descubierto la necesidad de satisfacer sus deseos de ser padre y por esa razón decide “criarla” cómo si se tratase de su hija biológica y no cómo un experimento más -como lo hace más adelante con Felicity (Margaret Qualley)-.

Durante la escena donde Max cuestiona a God sobre la verdadera identidad de Bella y le confiesa la verdad -que denota un grado de intimidad gracias a la elección de un ojo de pez y plano cerrado-, se expone una declaración que trasciende a lo largo de la cinta: el cuerpo

cómo un medio para descubrir la libertad, o por el contrario, el cuerpo cómo una condena, pero que aún siéndolo, se mantiene la libre elección de decidir quitarse la vida.

God ve en ambos jóvenes un amor sincero, por lo qué propone que se casen. El futuro yerno acepta bajo dos condiciones: no presionar a Bella a hacer algo que no quiere y que los tres vivan bajo el mismo techo. Max, acepta.

Para hacer las cosas formales, God llama a Duncan (Mark Ruffalo), un abogado para realizar un contrato y dar pie a una ceremonia nupcial.

A Duncan, durante los primeros instantes se le puede reconocer con facilidad por encarnar al típico hombre que se aprovecha de la inocencia de las mujeres -e inclusive, niñas-, con el fin de endulzarles el oído y así lograr manipularlas.

Aquí las cosas se complican, puesto que, no se le puede considerar como pedófilo, ya que ella no es como tal una niña. Bella es una adulta con la mentalidad de una persona en pleno desarrollo, por tanto, las actitudes de Duncan no son “tan” cuestionables. Ambos son “adultos” y como tal tienen “libre albedrío” pero, ¿qué tanto es correcto lo que él hace en tanto que está al corriente del estado mental de Bella? Duncan en este sentido, es un hombre perverso.

Bella y Duncan mantienen una charla en la que le hace la promesa de conocer más allá de su hogar: prepara sus maletas y sin mucha intromisión por parte de su padre, aunque cabizbajo, acepta que se vaya de casa. God no da razones concretas por las que no niega la ida de Bella, pero se puede sospechar que dado que se trata de una situación por la que todo padre o madre atraviesa con dolor: tiene que aceptar la irremediable independencia de su hija y dejarla conocer el mundo, aún y con todo lo que esa libertad conlleve.

Ahora que frente a Bella hay todo un mundo por explorar, todo se pinta a color.

En estás primeras interacciones íntimas de los protagonistas, se deja en evidencia el ego desbordado de Duncan al asegurar que ha estado con un sinfín de mujeres y que es muy bueno en la cama como ninguno otro. Bella en un momento dado, desmiente esa aseveración.

En el transcurso del recorrido en un pueblo de Lisboa; Bella se impresiona por las delicias gastronómicas hasta el punto de regurgitar, a la par que se deja seducir por el amargo sabor del alcohol y acabar ebria, hasta conmocionarse por el canto de una mujer en un balcón y que al mismo tiempo, se espanta al presenciar a lo lejos la discusión de una posible pareja.

Duncan, al perder de vista durante esa tarde de exploración de Bella, se desespera y la secuestra para terminar, nuevamente, recluida. Sólo que esta vez en un barco en medio del océano.

Sin intenciones de seguir contando a detalle el rumbo de esta travesía, es preciso puntualizar que Bella conoce más de ella misma y que gracias a su facilidad de palabra -aunque la mayor parte del tiempo, imprudente-, se hace de camaradas: Martha (Hanna Schygulla) y Harry (Jerrod Carmichael). Ambos, le enseñaran cosas que provocarán una construcción. Por una parte, Martha le enseña la importancia de darse su lugar y sobre todo, le ayuda a construir su intelecto a través de la literatura. Por otra parte, Harry el cínico, le plantea que los seres humanos somos bestias crueles y que es nuestro único destino posible. Nacemos y morimos así. Bella, siendo una mujer que se mantiene firme en creer en la bondad y buenas intenciones, se rehúsa a pensar y vivir de modo tan pesimista.

El alma de Bella se resquebraja cuando atraviesan Alejandría, pues en el acto desinteresado de dar dinero -que le roba a Duncan-, a quienes más lo necesitan, cae en malas manos y terminan echados del barco.

En busca de un hotel para descansar y pensar que hacer o cómo sobrevivir sin dinero, Bella, termina -sin querer-, en una casa de encuentros sexuales en donde trabajará para ganarse unos francos.

Yorgos, como es su costumbre, juega con la moral del espectador: ¿busca normalizar la prostitución ó criticar esta actividad económica?

Duncan al enterarse a lo que tuvo que recurrir, la desdeña llamándola de moral distraída -pues según él, es lo peor que una mujer puede hacer- y la abandona.

El cuerpo de Bella queda en segundo término e inclusive en el olvido con tal de la satisfacción carnal de todo hombre que visita su habitación. Se entreven los fetiches que dejan al descubierto las fantasías como el roleplay y el sadomasoquismo, que, una vez más, relegan el placer de la mujer.

Una escena que causó la indignación de muchos espectadores fue aquella en la que un papá lleva a sus dos hijos a que lo observen tener intimidad con Bella con la intención de enseñarles educación sexual, de nueva cuenta, desde la perspectiva masculina, pero que ella interviene de vez en cuando para también aconsejar. Si bien es una secuencia que impacta, es un hecho que en pleno 2024 sigue practicándose de esa forma y sin irnos tan lejos, la manera en que se siguen mal-educando los varones es a través de contenido sexual explícito que está a un solo clic de distancia.

Bella, fastidiada de ser menospreciada, hace una jugada inteligente para lograr disfrutar un poco siquiera de los encuentros: crea un vínculo por medio de preguntas personales y chistes.

Un poco más adelante, se rebela contra la dueña de dicha casa, Swiney (Kathryn Hunter): “seríamos más felices si nosotras pudiéramos elegir con quien encamarnos”.

Swiney será la mujer que le brinde un gran soporte emocional y le comparta un poco de sí:

“Se tiene que experimentar todo, no solo lo bueno. Sino lo desagradable, el horror, la tristeza. Eso nos hace personas completas. Nos convierte en personas sustanciosas, no en niñas huidizas e intocables. Entonces, podemos conocer el mundo y cuando lo conocemos el mundo es nuestro”.

Con esa frase, Bella parte de regreso a casa, pues recibe una carta anunciando que God se encuentra enfermo.

El desenlace es exquisito en cuanto al giro tan tremendo que da, pues se conoce la verdadera identidad de Bella antes del fatídico salto.

El final se torna en un plot twist que remata en una dulce venganza.

Pobres Criaturas le habla a los hombres y les invita a hacer una recapitulación de cómo ellos, por siglos, han sobajado a las mujeres, las han tratado con condescendencia a niveles que rayan en lo absurdo.

Los hombres han preferido mujeres sumidas en la ignorancia, pues cuando ellas toman conciencia de que existe un mundo más allá de sus relaciones amorosas, es que ellos terminan perdiendo, pues ya no tienen a alguien a quién moldear a su antojo.

Vale la pena analizar la conducta de los cuatro hombres que acompañan en esta turbulenta revelación a la protagonista: Godwin, Max, Duncan y Harry. Es indiscutible que cada uno de ellos tienen tanto que aportar a la par que enseñar lo que en nuestra cotidianidad tenemos que dejar atrás o reforzar.

Bella Baxter, viene a dar una fuerte sacudida para advertir sobre las consecuencias garrafales de renunciar a la ternura y sobre todo de las implicaciones que deshumanizan al abandonar la curiosidad impaciente por estudiar al mundo y buscar cómo mejorarlo.

Pobres Criaturas lanza un par de acusaciones morales con el fin de que sea el espectador quien se lleve esas interrogantes consigo y no sea, en este caso, Yorgos, quién se adelante a dar una postura absoluta a lo expuesto, pues tampoco se trata de una clase de ética y moral.

Cada quién es responsable de lo que ve y cómo lo interpreta. Esta es sólo una de tantas visiones e interpretaciones posibles.

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