Cuando las tecnologías convergen, las industrias se transforman y el trabajo se rehace.

Desde el siglo XVIII se produjeron al menos tres revoluciones industriales. En cada una de ellas, las organizaciones evolucionaron o cerraron. Para los innovadores, la productividad se disparó.

El desafío fundamental ahora es transformarse y abandonar las viejas reglas del pensamiento de gestión que surgieron durante la Primera Revolución Industrial, hace aproximadamente 250 años. Todas son mecanicistas y sólo resuelven uniformidad, burocracia y control.

Así, hoy no vivimos una Cuarta Revolución Industrial, sino la primera revolución de la información. Se compone, esencialmente, de tecnologías que permiten la automatización de las tareas rutinarias, los bajos costos de transacción y la interconexión.

Estas tendencias no son nuevas, pero la pandemia COVID-19 aceleró algunas de estas tendencias como la fuerza de trabajo remota, la mayor creación de valor en los servicios de la organización (como la eficacia en la cadena de suministro), mayor agilidad de los equipos de trabajo internos y mayor interrelación entre las economías "corporativas" y "gig".

Asimismo, aparecen nuevos principios de gestión que rompen tradiciones milenarias de cómo hacer. Entre los nuevos paradigmas aparecen, por ejemplo, los nuevos métodos de aprendizaje digital que tratan de acelerar las habilidades para incorporar a la empresa a la automatización/digitalización de sus procesos a la mayor brevedad posible. También se fortalece el involucrar a todas las capas de la organización en el cumplimiento de objetivos y conformación de la visión.

En la creación del futuro no pueden soslayarse la inversión continua en herramientas tecnológicas, la integración de análisis y ciencia del comportamiento en la gestión del talento y, al mismo tiempo, la construcción de las "habilidades blandas" de los líderes. Un tema que se había desdeñado en épocas anteriores.

Al mismo tiempo, se tiende a generar nuevas estructuras para agilizar a las organizaciones. Se desestiman las estructuras rígidas y burocráticas que entorpecen las acciones y tomas de decisiones, los silos empresariales y otras cuotas de poder en la organización.

Destacan, en cambio, las acciones de autogestión, como empoderar y habilitar a todos los miembros de la organización, la creación de equipos dinámicos y flexibles, pero también el desarrollo profesional a largo plazo, el capacitar a los empleados para que comuniquen dudas, quejas y propuestas y logren involucrarse con cada causa en la que participen.

En este afán por crear una cultura corporativa acorde a los nuevos tiempos, resulta imprescindible delegar a los niveles más bajos posibles. Si algo caracteriza a esta Revolución de la información, la verdadera, es catapultar la autogestión y empoderamiento.

En sí, las organizaciones deben aprovechar el impulso obtenido de su respuesta a la pandemia y asegurarse de que sus estructuras permiten y sobrealimentan los objetivos estratégicos. Por supuesto, una misión clara y altamente cuantificable de la empresa, abonan en el arduo y espectacular camino de crear el futuro.

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