A Maricruz y Fernando

Todo se detiene. Y los temas periodísticos posibles, anotados en la libreta, se desvanecen porque en este momento hay algo más que se apodera de ti: el duelo por la pérdida de un ser querido y el gozo por una nueva vida que se acerca. En un instante, la vida y la muerte se toman la mano.

Escuchas el corazón de esa nueva vida en camino y miras el rostro emocionado de tu hija Mónica que la lleva dentro. Al mismo tiempo, rodeada de sus amores, muere su abuela paterna, “Choni”, una mujer de 90 años que tuve el privilegio de tener cerca, desde que vivo con su hijo Miguel, hasta los últimos días, antes de su anhelado camino al misterio.

Cinco días después, el 23 de abril, conmemoro el aniversario de muerte de mi madre, quien me regaló mi primer libro de cuentos a los siete años. En medio de un remolino emocional, la llamada de mi hijo Miguel, esa mañana, es caricia e invitación a leer una serie de textos que parecen haberse escrito para nosotros.

Leo a María Popova: “Es imposible atravesar una vida, incluso la mitad de una vida, sin vivir las dos experiencias humanas más universales: el amor y la pérdida, cada una de las cuales presupone a la otra, cada una obsesionada por el espectro de la otra o por su siempre presente prospecto. Amar es vivir siempre con la posibilidad de pérdida; afligirse con la pérdida es haber amado”.

Cita a Elizabeth Gilbert: “El duelo es una fuerza de energía que no se puede controlar ni predecir… El duelo no obedece a tus planes, ni a tus deseos. El dolor hará lo que quiera contigo, cuando quiera. En ese sentido, el dolor tiene mucho en común con el amor”.

Todo esto lo publica el mismo domingo en su blog, The Marginalian, un bálsamo poético de sabiduría. Y nos lleva a las palabras de Nick Cave sobre “la paradoja central del duelo como un portal hacia la vida”. Cuando muere un ser querido, dice el escritor, músico y actor, lo que permanece “se eleva en el tiempo desde la oscuridad con una fisicalidad ardiente, una super presencia luminosa”. En la pérdida, las cosas adquieren una intensidad y un significado adicionales. Y nosotros adquirimos la comprensión “duramente ganada” (…) de nuestra propia impermanencia. Esta lección anima e ilumina nuestras vidas. “Nos convertimos en testigos de la emocionante emergencia del presente: una serie de momentos exquisitos y ardientes, cada uno extinguido a medida que surge el siguiente. Estos momentos mágicos son las brillantes joyas de la pérdida a la que nos aferramos”.

Claro que en ese extraño reino de la pérdida que habitamos “mientras nos desconectamos y nos retiramos profundamente en nosotros mismos” también bajamos la guardia, nos cansamos, descendemos a otro mundo más oscuro y menos encantador.

Leo la carta que Nick Cave escribe a una joven lectora. Y evoco la escena que reunió a cuatro generaciones. Mis pequeños nietos, Ade y Pedro, junto a su papá, le toman la mano a su bisabuela en agonía, luego lo hacen mi hija María y sus primas, primos y Moni, con su bebé dentro. Se despiden. El artista les aconseja que lean cuanto sea posible, que se llenen de las cosas hermosas del mundo, de música, arte, ideas, cine y de bondad… que se diviertan y se dejen sorprender, que defiendan su mundo. Porque el planeta necesita “jóvenes creativos, inteligentes, llenos de asombro, que puedan administrar el mundo con energía positiva y traviesa, jóvenes que buscan enriquecimiento espiritual y que ven el odio y la desconexión como las fuerzas corrosivas que son”. Estos, concluye, son indicadores manifiestos de seres humanos con un potencial inmenso.

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