La ONU asegura que en el mundo hay mil 500 millones de menores sin ir a la escuela debido a la pandemia del coronavirus. ¿Cómo viven el encierro tantas niñas y niños?, ¿qué contarán en el futuro acerca de estos días?, ¿cómo ven a sus familiares en cuarentena?, ¿qué clase de planeta imaginan que les espera al regresar a la realidad del otro lado de la puerta?, ¿tienen angustia?, ¿miedo?, ¿qué sueñan?, ¿qué extrañan?, ¿cómo se expresan?

Mañana, 30 de abril, podríamos contarles la historia de tres niñas que en diferentes momentos se negaron a aceptar el destino como fatalidad y recurrieron a la escritura, la creatividad y la imaginación para contarnos cómo se sienten en este mundo y qué esperan de él. Y les cambiaron la vida a millones de personas.

Una niña alemana de ascendencia judía vive escondida con su familia en Ámsterdam durante la ocupación nazi. Al interior de un ático, de 1942 a 1944, le escribe a “Kitty”, su Diario: “Me siento como un pájaro enjaulado, con ganas de salir volando”. Y le cuenta sus miedos, sus pequeñas alegrías, lo que come y sueña, su atracción por Peter, las carencias en el encierro y la esperanza de salir un día. Lo hace sin imaginar que casi 50 años después, en Bosnia-Herzegovina, durante la guerra de los Balcanes, una niña que ha leído sus páginas en el Diario de Ana Frank se inspira en ella para escribirle a “Mimmy”, un cuaderno donde deposita el testimonio de una guerra que le robó la infancia. “¿Y si esto nunca acaba? ¿Y si me quedo aquí para siempre? ¿Y sí me muero o se mueren mis papás?”. De los 11 a los 13 años narra sus días desde un sótano impulsada por “un deseo imperioso de comunicación, de creer que alguien nos escucha”. Tampoco ella imagina que su estremecedor relato convertido en libro, El Diario de Zlata, llegará una década después a manos de 150 adolescentes, catalogados como “estudiantes en riesgo, imposibles de enseñar”, hijos de la desesperanza, la pobreza, la violencia, el abuso y la discriminación, en una escuela pública de Long Beach, California. Todo eso cambia gracias a Erin Gruwell, su maestra, que cree en el poder de la palabra y los acerca a los libros. Leen a Ana Frank y a la jovencita de Sarajevo, testimonios del tránsito de la infancia a la adolescencia en la limitación que imponen cuatro paredes y del ánimo de sobrevivir a pesar de todo. Y se identifican. Cambian la navaja por la pluma para liberarse del miedo y del enojo, para sentirse menos solos, para compartir su vida con otros. El resultado es el libro Freedom Writers (Diarios de la calle, 1999) donde cada uno cuenta su historia. Zlata, a su vez, edita en 2008 Voces robadas, una recopilación de diarios inéditos de niños y adolescentes en situación de conflicto.

A estas historias se suma la de Tayo Shima (1937-2017), una de las editoras de libros infantiles más importantes en Japón. Cuando tenía 12 años enfermó de polio y ella, que destacaba en el atletismo y pensaba que sus piernas eran lo único que necesitaba en su vida, cayó en cama durante años. Ahí descubrió la lectura. Y debajo de las sábanas leyó a Michio Mado, a Pushkin, a Dostoievski, a Don Quijote, a todos los clásicos. “Leí para sobrevivir”, me contó en una entrevista. Y entabló el compromiso de por vida: “Alimentar el ser interior de los niños y encender el fuego en el corazón de los autores”.

La niñez, advertía Tayo, está parada al borde del precipicio entre las mejores y las peores potencialidades de la humanidad y no tienen otra opción que intentar sobrevivir en un mundo atestado de peligros. Proponía darles libros, porque éstos “les proporcionan las claves de la sabiduría fundamental de la historia humana”.

Para Tayo, sólo los niños pueden pasar de la catástrofe a la dicha y de la calamidad al júbilo, en un ir y venir de los extremos. Supervivencia significa ir a cualquier lado a pesar de las limitaciones, caer de un acantilado y escalar hacia arriba. Es, decía, una experiencia de infancia. Y si eres capaz de no olvidarla, puedes lograr lo que sea.

adriana.neneka@gmail.com

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