Tomaban café durante el receso de una reunión internacional de científicos sociales y científicos naturales en Cuernavaca cuando uno de ellos se le acercó a la doctora Lourdes Arizpe para comentarle: “Tendrías que estar contenta. El profesor Crutzen acaba de mencionar los impactos humanos en el medio ambiente. Dice que estamos viviendo en el Antropoceno”.
El Premio Nobel de Química, Paul Crutzen, daba el refrendo final en 2000 al inicio de la discusión que le tocaría impulsar a Lourdes Arizpe en el Consejo Internacional de Ciencias Sociales sobre las características de la era en que vivimos. El Antropoceno, que implica “una nueva era de la historia de la Tierra”, es un asunto en torno al que la antropóloga social propone un mayor debate. Porque hace mucho que para ella no es posible conceptualizar una nueva cosmopolítica sin repensar “cultura” y “naturaleza”. Antropoceno, dice, es un tema cultural, un llamado a la humanidad para responsabilizarse “por lo que hacemos, así como lo que destruimos” y lejos del catastrofismo invita a una reflexión a la altura de lo que sucede en la vida del planeta y que no tiene precedentes en la historia. Propone la creación de nuevas categorías para entendernos porque “la propuesta del Antropoceno ya vislumbra la posibilidad de hacer añicos la bóveda de cristal de nuestro entendimiento de la cultura”.
Leo su nuevo libro mientras miro imágenes de los incendios en Australia que han arrasado con más de 500 millones de animales; me entero del riesgo que corre la migración anual de mariposas monarca por el cambio climático, recuerdo el fuego en la Amazonia, la escasez de agua, el derretimiento de los glaciares, comunidades enteras buscando por el mundo un lugar donde sobrevivir… Y encuentro respuestas insospechadas en un texto que me cuenta la historia del término Antropoceno, las diversas teorías de cuándo inició todo y cómo hemos llegado hasta aquí; lo que puede hacerse desde la cultura, que está en el centro de todo el proceso, y cuáles han sido los obstáculos para lograr la sostenibilidad, el principal propósito de la humanidad hoy.
Un día escuché decir a Carlos Monsiváis que para entender nuestro tiempo tendríamos que leer a Lourdes Arizpe y a Néstor García Canclini. En su nuevo libro Cultura, transacciones internacionales y el Antropoceno, (MAPorrúa, CRIM/UNAM) la antropóloga social reúne todos los debates internacionales que sobre cultura presenció desde mediados de los 90 hasta 2016, es decir, durante su larguísima trayectoria dentro de organismos internacionales. Como directora general adjunta para la Cultura de la UNESCO, como presidenta del Consejo Internacional de Ciencias Sociales, como miembro del Cuerpo Académico del Foro Económico Mundial de Davos… tomó nota en más de 40 reuniones mundiales, recogió las ideas más innovadoras, incluyendo el Antropoceno, y decidió compartirlas.
Le pregunto por qué eligió para la portada una fotografía de la nueva biblioteca de Alejandría. Dice: “Se refiere al gran anhelo de los seres humanos de saber. Este es uno de los cuatro pilares de los que hablo en mi libro. Y la Biblioteca de Alejandría en Egipto, cuya reconstrucción se logró gracias a la cooperación internacional cuando parecía una utopía imposible, fue uno de los intentos más antiguos de reunir el saber. Eso es lo que me importa de la cultura. Es la conclusión de mi libro: ¿por qué evolucionaron los seres humanos? por la capacidad de acumulación de significados, conocimientos y habilidades sociales y técnicas, que se transmiten”.
La inteligencia de los saberes y la voluntad de cooperar constituyen hoy, dice, los dos valores más importantes hacia la sostenibilidad. Por eso propone desechar la pregunta: ¿cómo va cada cultura a promover sus intereses en el escenario mundial? y mejor plantearse ¿cómo están reflexionando y actuando los grupos de acuerdo con los nuevos valores para garantizar la sostenibilidad de la supervivencia humana en el sistema Tierra?
adriana.neneka@gmail.com