En el contexto de una pandemia que agravó la ya de por sí precaria condición de miles de artistas y trabajadores de la cultura. En medio de un gobierno autoritario y negacionista como el de Jair Bolsonaro en Brasil, donde han muerto más de 600 mil personas por Covid-19. ¿Cómo es que se genera una ley de emergencia, desde las comunidades creativas y los colectivos más diversos, llega al Congreso y se aprueba con resultados inéditos?

La Ley Aldir Blanc lleva su nombre en honor del popular compositor brasileño que murió de Covid-19 en mayo de 2020 sin seguro social ni acceso a la medicina que podía salvarle la vida. Empezó a gestarse desde un grupo de 15 personas en WhatsApp preocupadas por el desempleo y el cierre de centros culturales. Siguió: el cabildeo con legisladores, un mensaje de voz que se hizo viral, la rápida adhesión de gestores y movimientos culturales, reuniones de hasta mil integrantes vía Zoom, un canal de YouTube, una comunidad en Instagram que alcanzó 20 mil participantes, sesiones en vivo por Facebook… todo en torno a la elaboración colectiva de una ley. Única en Latinoamérica. Porque se generó desde la sociedad civil y las redes de comunidades creativas.

La ley se aprobó el 26 de mayo de 2020 luego de una votación que siguieron más de 20 mil personas por YouTube. Gracias a eso, el Congreso brasileño entregó 3 mil millones de reales (unos 500 millones de dólares) para acciones urgentes y de apoyo al sector cultural afectado por el aislamiento social durante la pandemia. Contempla una renta mensual de emergencia para los trabajadores de cultura; la aplicación de recursos para actividades culturales y subsidios para manutención de espacios artísticos, micro y pequeñas empresas, cooperativas, instituciones y organizaciones comunitarias cuyas actividades se interrumpieron debido a las medidas de distanciamiento social. Un 100% de los estados y 75% de los municipios recibieron apoyos de emergencia. Se crearon más de 400 mil puestos de trabajo.

De esto supimos gracias al reciente seminario Emergencias culturales: instituciones, creadores y comunidades en Brasil y México, encabezado por el antropólogo Néstor García Canclini y la participación de los investigadores Sharine Melo, Juan Ignacio Brizuela y María Martínez Matadamas.

Según el testimonio de artistas y gestores brasileños si la ley pudo materializarse rápidamente en acciones articuladas, es porque ya existían los 283 Puntos de Cultura creados durante la gestión de Gilberto Gil como ministro de Cultura (2003-2008). Cuentan que ya había páginas, enlaces, manuales para hacer una conferencia o una carta a los diputados. Todo estaba listo para que los agentes culturales lo hicieran suyo y lo reprodujeran en sus estados. Entonces la movilización se disparó, igual que la circulación de cartas, videos, fotos, el apoyo de medios independientes… Y cuando vieron que los recursos serían descentralizados se generó “una oleada pedagógica”, un proceso de autoformación, la idea de una Escuela de Políticas Culturales…

Según Canclini, la reconfiguración de lo estatal, lo comunitario y lo empresarial es una tendencia mundial. Frente a la rigidez y el distanciamiento institucional, colectivos independientes experimentan nuevas formas de organización en redes. En México falta que los movimientos emergentes durante la pandemia trasciendan la coyuntura y alcancen un impacto duradero. El antropólogo cita a Guimarães Rosa: “Red es un montón de huecos amarrados con hilos, cuya paradoja nos trae el punto de vista del pez”.

adriana.neneka@gmail.com

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