Atrás del enorme negocio de las nuevas tecnologías inalámbricas y nuestra fascinación por los dispositivos digitales y teléfonos celulares hay voces críticas que merecen escucharse. Mientras que los ingresos generados por la infraestructura 5G serán este año de 2 mil millones de dólares, circula una carta firmada por científicos de todo el mundo que se dirigen a la ONU y a la OMS para alertar del daño a la salud que la creciente radiación electromagnética provoca no sólo en los seres humanos, sino en todos los organismos vivos del planeta.

Hasta la semana pasada, 252 científicos de 43 países habían firmado el documento: Apelación Científica Internacional sobre Campos Electromagnéticos (International WMF Scientist Appeal) que presentaron de nuevo (la primera vez fue en 2015) ante la directora ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Inger Andersen. Solicitan que evalúe las consecuencias biológicas de las tecnologías de telecomunicaciones 4G y 5G en plantas, animales y seres humanos y que examine recientes hallazgos de científicos independientes de la industria.

El llamado “urgente” se debe a la creciente densidad de antenas 4G y 5G (que utilizan frecuencias mucho más altas que las anteriores generaciones) en vecindarios residenciales, edificios y espacios públicos. Magda Havas, de la Facultad de Medio Ambiente de la Universidad de Trent de Canadá, detalla en la carta graves efectos de los campos electromagnéticos en las plantas, los insectos y la vida salvaje, mientras que Ronald Melnick, exmiembro del Programa Nacional de Toxicología de Estados Unidos, quien desarrolló un estudio con animales publicado recientemente, advierte “una clara relación entre la radiación de radiofrecuencia y el cáncer”. Joel Moskowitz, investigador de la facultad de Escuela de Salud Pública de la Universidad de California en Berkeley, asegura que las nuevas infraestructuras inalámbricas que junto con el Internet de las Cosas y la Inteligencia Artificial prometen un mundo hiperconectado, implican riesgos que deben darse a conocer.

En un artículo publicado en el Scientific American Blog Network, el doctor Moskowitz insiste en la importancia de diseñar políticas públicas que informen, regulen y limiten la exposición a campos electromagnéticos. Detalla los efectos: “riesgo de cáncer, estrés celular, incremento de radicales libres perjudiciales, daños genéticos, cambios estructurales y funcionales en el sistema reproductivo, déficit en la memoria y el aprendizaje, desordenes neurológicos e impactos negativos en el bienestar, no sólo de los seres humanos, sino de la vida animal y vegetal”.

El doctor Martin Black, del departamento de Fisiología y Biofísica de la Universidad de Columbia advirtió antes de morir en 2018: “Nuestros gadgets favoritos, teléfonos celulares y tabletas están dañando células vivas en nuestros cuerpos (…)”. Al presentar la Apelación, afirmó que el crecimiento de la radiación electromagnética en nuestro entorno está “fuera de control” y las consecuencias biológicas no son difundidas por posibles conflictos de interés entre los reguladores y la industria.

Para Tracey Watson, especialista británica en innovación y salud pública pronto “no habrá dónde esconderse” de la radiación 5G debido a la creciente proliferación de “sitios inteligentes y dispositivos emisores de radiación permanente”, además de los 20 mil satélites que en 2020 cubrirán el planeta “irradiando altas frecuencias todos los días y durante 24 horas”.

Los impactos en la salud del planeta, en el orden geopolítico —ya se habla de una nueva Guerra Fría entre EU y China en torno a las redes 5G— en el modo que habitamos el mundo… están ahí. Todo sería distinto si la tecnología y la ética caminaran de la mano. Si se escuchara a los científicos. Si aceptamos como Octavio Paz: “Solo si renace entre nosotros el sentimiento de hermandad con la naturaleza podremos defender la vida”.

adriana.neneka@gmail.com

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