La arqueología es una ciencia que reconstruye el pasado a partir de todas las formas tangibles relacionadas con la actividad humana. Es el área de conocimiento que indaga, responde y da luz sobre quiénes fuimos y quiénes somos. Rescata el pasado y revela claves para armar el rompecabezas del futuro. Ha sido también, a lo largo de la historia, un instrumento político, una embajadora eficaz, motivo de exposiciones, pero también de saqueo; orgullo nacional y víctima de la destrucción.

En México, el Museo Nacional de Antropología, las pirámides de Teotihuacan y el Templo Mayor son visita obligada y gozosa para cualquier viajero nacional o extranjero. Sitios como Palenque, Bonampak, Yaxchilán, Tulum, Cholula, Chichen Itzá, Uxmal, Monte Albán, Paquimé y cientos más son motivo de orgullo y disparador de la infinita curiosidad humana. Ahora mismo, la exposición Aztecas: el pueblo que movió el sol en el Museo Nacional de Corea (del sur) agotó las entradas con un mes de adelanto.

Pero detrás de cada museo, exposición o descubrimiento está el trabajo de arqueólogos, antropólogas, historiadoras y restauradores, epigrafistas e investigadores que le dan voz a las piedras y vida a nuestro pasado inerte. Son herederos de una lista luminosa de pioneros como Manuel Gamio y Alfonso Caso, primer director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y fundador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), de la que egresaron Ignacio Bernal, Román Piña Chan, Alberto Ruz Llhuillier, Florencia Müller y José Luis Lorenzo, entre otros. Siguen su labor Linda Manzanilla, Carlos Navarrete, Enrique Nalda… y muchos más. Y en un lugar destacado, Eduardo Matos Moctezuma, creador del proyecto Templo Mayor.

Matos recibirá este año el Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales. Poco antes de esta noticia, recibió la de su ingreso, junto con su alumno Leonardo López Luján, arqueólogo y director actual del Proyecto Arqueológico Templo Mayor, a la prestigiada Academia Americana de Ciencias y Artes.

Maestro en Ciencias Antropológicas, escritor y poeta, divulgador incansable de nuestra historia, cuando Matos supo que viajará a Oviedo por su premio, agradeció a las instituciones y a los maestros que lo han formado a lo largo de 62 años de actividad profesional en México. Y pidió apoyo para su gremio, salarios dignos y medios para desarrollar su trabajo. Esto, en el contexto de precariedad laboral que los arqueólogos han denunciado.

La arqueología mexicana —que nos ha revelado la historia, el pensamiento, la vida, la cosmovisión y el arte prehispánicos— se colocó desde hace más de dos siglos como cabeza de esta ciencia a nivel latinoamericano y es reconocida en todo el mundo. Sin ella la cultura mexicana no se entendería. Tiene eco y resonancia en la obra de Tamayo y de Diego Rivera, en poemas de Octavio Paz, en cuentos de Elena Garro, partituras de Carlos Chávez y de Silvestre Revueltas, en piezas de Salvador Novo, en óperas y danzas, medallas y monedas… Es parte de nuestra piel.

Eduardo Matos merece una celebración. Y su gremio, más apoyo del Estado y de la sociedad entera. El silencio gubernamental en torno a su premio, por su postura libre y crítica, no me extraña. Hay alarma cuando se subastan piezas fuera de México, y desaire a quienes velan por el patrimonio en este país. Como este arqueólogo que, además, ejerce con alegría. Lo imagino leyendo a Whitman: “La canción es para quien la canta y a él lo principal retorna”.

adriana.neneka@gmail.com

 

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