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Todo inició en un bar de la colonia San Rafael, en la Ciudad de México. Ahí, Franco Romo conoció a una mujer supuestamente 10 años menor que él, con la que intercambió miradas, luego sonrisas y después compartió la mesa, hasta establecer una convivencia que derivó en un encuentro posterior en el que ella aprovechó un descuido y vació unas “gotas” en su bebida. Nunca supo que sustancia contenían, pero con las horas le provocaron un efecto que le pudieron causarl la muerte.

Franco acudió al bar que estaba a la vuelta de su trabajo, en compañía de un amigo y amiga.

Una guapa mujer llegó del brazo de su acompañante y se sentó a unas mesas de donde ellos estaban. Empezaron a coquetear “de lejitos”, y ella aprovechó que su pareja se levantó al sanitario para acercarse a la mesa donde él estaba.

Conversaron en grupo, las miradas seguían constantes, al final le dijo “me caíste bien, hay que quedar luego” y le dio su número de teléfono, le pidió el suyo.

“¿Pero no vienes con tu novio?”, increpó Franco.

“No, él sólo es un luchador”, le respondió su nueva amiga.

Al día siguiente recibió la llamada de ella, quedaron de verse para comer en un famoso restaurante de birria.

Él pensó en pedir vodka, pero cuando regresó del sanitario, ella le había ordenado la comida y dos cervezas obscuras. Franco asegura que a él no le gusta la cerveza, pero le dio unos tragos como atención a la amabilidad de su compañera.

“Frente a mí había una mesa con señoritas. Dos de ellas me hacían señas, que no me tomara la cerveza, yo no tomo cerveza, pero ya las había pedido. No me tomé ni la mitad y después bajamos al estacionamiento”, relata Franco su experiencia a EL UNIVERSAL.

Él pidió su coche al valet y la llevó a su bar preferido, para seguir pasando un buen rato. Al llegar, músicos, meseros y clientes lo saludaban con gusto, ella supo entonces que era un lugar acostumbrado por él y le pidió que se fueran a otro sitio. Después de eso, Franco no recuerda nada, sólo que despertó en una cama de hotel, con un dolor de cabeza muy fuerte.

Quiso ver la hora en su reloj, pero no lo encontró. Se levantó como pudo de la cama. Fue al baño, ahí reconoció el lugar en el que estaba: un “hotel de paso”. El pánico regresó al buscar su cartera, su teléfono y la llave de su coche. Ya no estaban.

Entre tropiezos bajó a la recepción del hotel, lo interceptó un hombre alto y de acento español. “¿Va a buscar su coche? Aquí tiene la llave. Se lo quería llevar su amiga, pero aquí tenemos la política de que quien llega manejando, sale manejando”, le dijo. Cuando se iba, el español le sentenció una recomendación: “Fíjese con quién se anda usted metiendo”.

Aún con breves momentos de cordura, porque no recuerda la mayoría de las cosas que vivió luego de aquel incidente, Franco condujo su coche desde Insurgentes Sur hasta Cuajimalpa, donde aún vive. Eran las seis de la mañana.

Su esposa lo esperaba, lista para irse a trabajar. No recuerda haber hablado con ella, sólo que llegó a tirarse en su cama, vestido exactamente igual que el día anterior. Luego despertó cuando su esposa le hablaba: “Lo que te hicieron fue una mala onda”, le dijo. Eran las cinco de la tarde. “Quisieras que no pase, porque te cambia como persona y para siempre. Piensas que todo es fácil, como eres hombre, y sólo bastó un cruce de miradas en un bar para engancharme”, narra Franco.

Su vida cambió a raíz de esta experiencia. Franco desarrolló diabetes y se volvió una persona muy tensa, incluso pensó que su mala decisión terminaría con su matrimonio, pero en su esposa encontró apoyo y comprensión, lo llevó a levantar la denuncia al Ministerio Público y estuvo pendiente de la investigación en todo momento. Reconoce que de haberse registrado ambos con identificación oficial al entrar al hotel, hubiera, tal vez, conocido la identidad de la mujer, lo cual hubiera ayudado a ubicarla.

Junto con agentes judiciales hizo la reconstrucción de los hechos ocurridos aquel día. Cuando llegaron con el valet del restaurante, éste reconoció a Franco y le preguntó si se sentía mejor. “Hasta dijo que me recomendó no irme en ese estado, de lo mal que me veía”, recuerda.

El asunto terminó sin un culpable, pero con un apunte especial a los hechos ocurridos en el hotel, al que Franco desconoce cómo llegó, cómo siquiera logró subir la escalera en el estado que presentaba. El administrador del hotel impidió que la mujer se llevara el coche, pero accedió a rentarles una habitación sin haber presentado una identificación oficial y a pesar de su notorio estado inconveniente, insistió Franco.

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