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Luego de meses de intensas y delicadas negociaciones diplomáticas se realizó finalmente la esperada visita del secretario de Estado, Antony Blinken, a China. El jefe de la política exterior estadounidense se reunió con los dos principales funcionarios a cargo de las relaciones exteriores de China —el canciller Qin Gang y el consejero de Estado y miembro del Buró Político del PCCh, Wang Yi—, así como con el presidente Xi Jinping.
Como es costumbre en el protocolo chino para situaciones de conflicto, uno de los tres personajes debía ser el duro y ese papel lo desempeñó, sin mucho esfuerzo Wang Yi, quien mantuvo un tono áspero, directo y de confrontación en el encuentro. En cambio, las conversaciones de Blinken con su contraparte china se extendieron por más de cinco horas y fueron calificadas por ambas partes como “sinceras, sustanciales y constructivas”.
Qin Gang admitió en el encuentro que la relación bilateral se encuentra en su nivel más bajo desde que fue establecido el diálogo hace ya más de media centuria, mientras que Blinken expresó el compromiso estadounidense de retomar la agenda de diálogo que los mandatarios de las dos potencias acordaron durante su reciente encuentro en Bali, durante la cumbre del G-20.
Ambos funcionarios chinos, el duro y el negociador, flanquearon al presidente Xi Jinping cuando recibió en el Gran Palacio del Pueblo al enviado del presidente Biden, en un gesto protocolario que por sí mismo envía un mensaje político claro: podríamos endurecernos, pero preferimos negociar.
Xi Jinping resumió la disposición al diálogo de su gobierno a partir de tres premisas fundamentales: 1) el mundo necesita una relación sino-estadounidense estable toda vez que el futuro de la humanidad depende de que ambos países puedan encontrar un camino de entendimiento mutuo; 2) la vasta extensión del planeta es lo suficientemente grande como para albergar el desarrollo y la prosperidad común de China y Estados Unidos; y 3) el éxito respetivo de ambos países debe verse de manera recíproca como una oportunidad de cooperación y no como una amenaza.
En ese sentido el mandatario chino le expresó al enviado de Washington que los dos países deben actuar asumiendo su responsabilidad ante la historia y ante la humanidad.
La disposición negociadora expresada por Xi Jinping no debe verse como un asunto menor. Subrayó que China no pretende desafiar ni desplazar a Estados Unidos como un actor global decisivo, y demandó el mismo trato para China. Ninguna de las partes —señaló— debe tratar de moldear a la otra por su propia voluntad, y menos aún privar a la otra de su legítimo derecho al desarrollo.
Blinken, por su parte, coincidió en la obligación que tienen ambos países para gestionar responsablemente sus relaciones. Parte de esta política de responsabilidad compartida quedó de manifiesto cuando señaló que Estados Unidos no pretende cambiar el sistema político de China y al reiterar la obligación de la Casa Blanca de no reconocer a Taiwán como un Estado independiente. Sin estas dos premisas fundamentales, demanda China, no sería posible construir una agenda de diálogo, cooperación y gradual distensión de las relaciones bilaterales.
Para Pekín, el divorcio entre el discurso y las acciones de Estados Unidos es el principal problema que enfrenta la relación bilateral. Los funcionarios estadounidenses a menudo dicen lo correcto sobre la estabilización de las relaciones, pero en la práctica siguen amenazando los intereses chinos. En la potencia asiática se tiene la percepción de que la visita más allá de ganar tiempo y de servir de freno temporal al deterioro de los vínculos, aporta poco.
Sabemos, sin embargo, que para administrar efectivamente las diferencias y promover el entendimiento mutuo se necesitan acciones concretas y no solo palabras y declaraciones protocolarias. La reactivación de un grupo de trabajo conjunto para abordar temas específicos de la relación bilateral, acordada como uno de los resultados de la visita, se encamina en ese sentido. Concretamente se habló de retomar el diálogo y la cooperación para detener el flujo de precursores provenientes de China para la fabricación de fentanilo. Un asunto, por cierto, en el que ninguna de las partes mencionó a México como el tercer elemento de esta complicada ecuación.
Podemos concluir tras la visita que los canales de comunicación entre Pekín y Washington siguen abiertos, que la diplomacia a ambos lados del Pacífico sigue haciendo su trabajo, y que al menos se detuvo por ahora la espiral de deterioro en el que había caído la relación. Sin embargo, no se debe esperar como resultado de la visita una recomposición acelerada de la relación en todos sus aspectos, ni la restitución inmediata de la confianza que se fracturó notablemente en los últimos años. La reanudación del diálogo al más alto nivel entre China y EU es un paso importante, pero no es ninguna garantía ni a corto ni a mediano plazo. Deberá pasarse de las palabras a los hechos.
Diplomático. Embajador de México en China 2002-2007