Javier se recuperaba de Covid-19 cuando presentó síntomas de; dolor de cabeza e inflamación de ganglios fueron las primeras señales en aparecer, pero las asoció con consecuencias del tratamiento de coronavirus. La confirmación llegó cuando decenas de ámpulas aparecieron en su pecho y brazos.

El joven de 29 años afirma que no se contagió por relaciones sexuales ni preacercamiento a otros infectados. Intuye que el virus llegó a raíz del contacto con los objetos de un centro vacacional que visitó y que registró un brote del virus a fines de junio.

Desconcertado por el aspecto de las pústulas, Javier buscó orientación en páginas oficiales del sector Salud, pero no halló respuesta pues consideró que la información del portal en línea que el gobierno federal habilitó es muy escueto.

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Tras una semana de permanecer en confinamiento, dio con el perfil de Instagram de un colectivo LGBTTTIQ+ que con amplia documentación sobre el virus le ayudó a confirmar sus sospechas.

Antes de acudir a su Unidad de Medicina Familiar (UMF) por recomendación del especialista en salud sexual del colectivo, decidió comunicarse con su doctor de cabecera y ahí empezó el peregrinar por atención médica.

“Desde la primera llamada que hice con el [doctor] me dijo: ‘Te soy honesto, me declaro incompetente para tratarte’, porque no había atendido ningún caso antes”, dijo a EL UNIVERSAL.

Así, Javier fue remitido a su clínica de salud pública correspondiente del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) para realizarse una prueba diagnóstica de confirmación, pero ahí también los doctores desconocían el manejo de la enfermedad.

Al llegar a la clínica, el hombre le indicó a dos enfermeras que presentaba síntomas asociados a la viruela del mono: “¿Estás seguro?”, le cuestionaron.

“[Las enfermeras] se fueron a avisarle a su jefa. Minutos después regresaron con la indicación de tomarme fotos y a pie de calle me hicieron descubrirme para mostrarles las ámpulas, entre la pena y el no saber qué hacer, no les dije nada, pero me sentí incómodo”, recordó.

Primero ingresaron a Javier al área Covid. Después lo trasladaron a la parte de atrás del edificio en donde lo aislaron mientras decidían qué hacer.

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“Cuando por fin llegaron los doctores me hicieron las preguntas típicas de un diagnóstico para abrir mi expediente, me volvieron a levantar la playera para ver las lesiones. Al final, me pidieron todos mis datos y me dejaron ir con la promesa de llamarme para darme mi diagnóstico”, indicó.

“Desde entonces no he sabido nada de ellos y ya hasta me curé”, subrayó Javier, quien decidió contactar una vez más al experto en salud sexual del organismo LGBTTTIQ+ que encontró por redes sociales para pedir apoyo.

El coordinador de la organización lo remitió a la Clínica Especializada Condesa, en la alcaldía Cuauhtémoc, donde el trato fue digno, sensible y profesional.

De forma inmediata le hicieron una revisión general y le tomaron las muestras para el diagnóstico. En menos de una semana, el Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (InDRE) notificó a la clínica que su resultado era positivo.

“El gobierno debería estar tomando acciones preventivas antes que correctivas para no permitir que esto avance”, precisó.

Afortunadamente, el hombre pudo pasar el mes entero en confinamiento, porque su trabajo se lo permite: “Me siento afortunado por quedarme en casa por responsabilidad. También creo que la dieta y hábitos sanos que llevo aportaron para que no tuviera síntomas graves”, consideró.

Javier lamenta que la situación no sea la misma para la población vulnerable que llegue a infectarse, porque el desconocimiento que tienen los servicios de salud pública sobre el tema pone en peligro sus vidas.

Tras un mes en la incertidumbre, Javier vive sin aparentes secuelas. Acude a tratamiento dermatológico, pues confesó que le teme al estigma; en primer lugar, por haber portado el virus y en segundo, por ser homosexual.

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