Aunque se trata de uno de los problemas más delicados en México, el abuso sexual infantil ha sido atendido de manera superficial, considera la analista política Maite Azuela.

En torno a este delito gira Cafeína, la primera novela de la escritora, una trama de impunidad y corrupción en la que menores de edad son agredidos sexualmente en la Ciudad de México sin que ninguna autoridad se haga responsable de combatir los crímenes.

Contrario a esto, Maite Azuela plasma en su obra literaria la posibilidad de que las más altas esferas del poder político no sólo son omisas ante el sufrimiento de niños, sino que solapan los delitos cometidos por integrantes del gremio magisterial.

En medio de este abismo, un periodista y una servidora pública son quienes tratan de visibilizar las agresiones cometidas; sin embargo, muy pronto se dan cuenta de que esa situación puede poner en riesgo incluso su vida.

“Es una mezcla líquida de realidad y ficción”, advierte Maite Azuela sobre Cafeína, texto para el que realizó entrevistas a abogados de niños y niñas que han sido víctimas de agresiones sexuales en la capital del país.

A pesar de haber ocupado estas fuentes para su trabajo, en entrevista con EL UNIVERSAL la autora también deja en claro que este texto no es periodístico, ya que prefirió echar mano de la ficción para construir un relato que, página a página, se convierte en una dura crítica contra la indefensión en la que se encuentra la población más joven

¿Cómo se le ocurrió incursionar en la literatura?

—Justamente porque tenía muchas cosas que contar y me daba cuenta de que algunas veces te falta evidencia como periodista o analista política, sobre todo cuando son redes de esta índole. Además, la novela es un medio que permite que un tema llegue a más gente, ya que el círculo de quienes hacemos análisis o periodismo se vuelve cerrado.

¿Por qué eligió el abuso sexual infantil como el tema para su primera novela?

—En la radio escuché sobre un caso de abuso de menores que se había dado en un kínder de Cuajimalpa; eso fue hace mucho, pero empecé a redactar una historia que dejé en un cajón... Después de un par de años, decidí hacer la novela.

Luego, un día, cuando iba a presentar una denuncia, me topé con un abogado que justamente estaba llevando casos de abuso sexual de menores en escuelas públicas y jardines de niños. Fue en ese momento cuando consideré la información que podía tener y decidí echar a andar la tinta sobre el papel.

¿Qué percepción le quedó del abuso sexual infantil luego de este trabajo?

—Es un tema que se atiende superficialmente y en el que se revictimiza a los pequeños. Ellos no sólo sufren después de lo que atraviesan, sino que en el mismo proceso de denuncia se les somete a interrogatorios que son absurdos y a situaciones muy incómodas y comprometedoras para ellos y sus padres.

¿Cómo imaginó la red de complicidad de funcionarios públicos?

—Tuve la oportunidad de platicar con exfuncionarios que en su momento estuvieron cerca de información relacionada con casos de abuso sexual. Ellos sentían una terrible impotencia, porque en los altos niveles, tanto del sector magisterial y de las instituciones de educación pública, no se reaccionaba, no se asumía la responsabilidad.

Aunque sea una novela, es un tema delicado. ¿Enfrentó algún reto al escribir?

—Una vez que tuve la información que las abogadas me habían dado y ya que había juntado otros testimonios de exservidores, me percaté de cómo desde el lado de quienes defienden a los niños había hipótesis acerca de cómo en las escuelas existe complicidad de las autoridades con estos delitos.

Cuando me reuní con los exfuncionarios, ellos también tenían una hipótesis sobre que hay ciertos patrones en el acoso escolar.

Al enfrentarme a esta información, sí me costó trabajo asumir la responsabilidad de contarlo, porque faltaba evidencia documental, sólo tenía testimonios anónimos, y para los abogados y exfuncionarios se volvió un reto contar públicamente lo que sabían o lo que tuvieron en sus manos. En ese sentido, fue difícil tomar la responsabilidad de proteger ese anonimato y ser lo más cuidadosa e higiénica posible con la información.

¿Qué impacto le gustaría tener en los lectores?

—Me gustaría generar emociones, por eso insisto en que esta novela, más que ser una aspiración intelectual o académica, es una narrativa que pretende mover ciertas conciencias para pasar de la frustración a la acción.

Este texto le puede producir al lector la sensación de que cuando te topas con situaciones críticas no te puedes quedar callado, no puedes hacer como que no viste, como sucede con los funcionarios en esta obra.

En su novela utiliza dos maneras de narración, ¿cuál fue su intención con esto?

—La historia contada en primera persona aborda una parte muy íntima de cómo una mujer se enfrenta a la soledad, a haberse quedado sin trabajo, sin casa, sin un grupo de amigos al que perteneció durante un largo tiempo; la de tercera persona es la misma mujer, pero enfrentándose a todos estos acontecimientos de abuso sexual infantil.

Esto le permite al lector navegar por los dos mundos, de manera que un capítulo tras otro te quedes con la sensación de que tienes un misterio por descubrir, de que hay algo con lo que te quedaste “picado” y que se va a resolver mientras avanzas rápidamente.

También hay coincidencias entre su experiencia profesional y los escenarios de esta obra...

—Hay personajes que sí existen en la vida real y los describí tal como me parece que son; me refiero a aquellos que tienen mucha luminosidad. Los otros, los que parecen muy oscuros, son, en su mayoría, ficción.

Esto me permitió que la narrativa fuera más fluida, porque sólo vas contando situaciones que viviste, pero ya lo que se complica es esta construcción de ficción en la que hay que revestir a los personajes.

¿Tiene pensado publicar una segunda novela?

—Sí, ya estoy empezando a teclearla. Creo que ya que uno escribe un libro así no lo puedes soltar. Quiero seguir perfeccionando la forma en la que narro, seguir alimentándome de testimonios reales, porque es una manera de poderles dar un toque de veracidad a las historias y conectar mucho más con el lector.

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