Bruselas.— La guerra iniciada por el presidente ruso Vladimir Putin en suelo europeo hace 12 meses está más cerca de una escalada armamentista que de la anhelada paz.

A este punto de la crisis no se cumple ninguno de los criterios necesarios para emprender el camino hacia la solución pacífica de la confrontación; por el contrario, hay los ingredientes para una mayor lucha.

“No vemos los signos requeridos para que la guerra termine; las condiciones críticas requeridas para poner fin al conflicto no están allí”, dice a Tim Sweijs, director del Departamento de Investigación del Centro de Estudios Estratégicos de La Haya (HCSS, por sus siglas en inglés). “¿Qué está más cerca, el alto al fuego o la escalada? No veo un alto al fuego, sí la prolongación de la guerra”.

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El estudioso sobre la ciencia y la historia de la guerra afirma que de arranque no se cumple el elemento clave para iniciar el proceso hacia la paz: que alguna de las partes deje de creer que puede salir militarmente vencedora. “Teniendo en consideración los éxitos militares obtenidos y el continuo flujo de armamento de Occidente, los ucranianos piensan que pueden echar atrás a los rusos; en tanto que los rusos, parcialmente movilizados y con una buena reserva de armamento, tienen a un líder que todavía cree en la victoria”. Añadió que “mientras ambos piensen que pueden mejorar su situación en el campo de batalla, no se sentarán en la mesa de negociación”.

El también analista del Centro de Investigación de Estudios de Guerra de Países Bajos (WSRC, por sus siglas en inglés) afirma que tampoco habrá diálogo, en tanto Kiev y Moscú sigan pensando que el costo humano no ha sido suficientemente elevado.

“¿El costo ha sido tan alto para dejar de pelear? El costo humano ha ido escalando, de ambos lados se estiman fatalidades militares arriba de 100 mil. Una tragedia humanitaria, pero no es comparable a la Segunda Guerra Mundial [en la que], ambos perdieron entre 12% y 16% de su población. De manera que el costo humano es alto, pero no a un nivel que no puedan seguir peleando”.

Menos aún en términos armamentistas. Ucrania está siendo reforzada por las naciones occidentales, en tanto que Rusia tiene todavía un importante inventario. El ejército ruso trata de limitar el embargo a las importaciones buscando otras fuentes de suministro, particularmente en Irán y Corea del Norte.

Lo mismo ocurre en el rubro económico. La factura para Ucrania supera los 500 mil millones de dólares, pero cuentan con el financiamiento de los aliados, en tanto que Rusia no ha dejado de obtener ingresos por la exportación de petrolíferos. “A pesar de los elevados costos militares, humanos y económicos, todavía no son lo suficientemente altos para que las partes se detengan”.

La ecuación para la paz igualmente carece del elemento de la presión interna y externa. Afirma que la posición de Washington y Bruselas es dejar en manos de Kiev la decisión de cuándo sentarse en la mesa de negociación; y a nivel doméstico, el presidente Volodimir Zelensky sigue siendo visto como un “líder fuerte de guerra”. En cuanto a Rusia, de afuera, no hay mayor presión que la ejercida por Occidente, y al interior, dice el experto, hay cierta tensión en el sector militar, pero sin traducirse en un serio cuestionamiento a Putin.

A esto se añade el problema de compromiso, es decir, la incapacidad de las partes de hacer promesas creíbles. Kiev tiene como antecedente el Memorándum de Budapest de 1994, en el que cedió sus ojivas atómicas a Rusia bajo garantías de seguridad frente a amenazas contra su integridad territorial. “Temen que si no resuelven esto ahora en unos años tendrán que volver a pelear, así que para Ucrania es un asunto de hacer replegar a los rusos tanto como sea posible para después obtener garantías de seguridad vía la OTAN, un acuerdo con Estados Unidos o con armamento para disuadir a los rusos”.

Putin justificó la guerra como una respuesta a los planes expansionistas de la OTAN. Ucrania sigue aspirando a la membresía de la Alianza Atlántica y Moscú no tiene la convicción de que si se detiene ahora los territorios ganados no le serán arrebatados.

Teniendo como referente el retrato actual del tablero bélico en Ucrania y con base al estudio de conflictos previos, Sweijs afirma que cuando una guerra no se detiene rápido, como la Guerra de los Seis Días de 1967, la Guerra del Golfo de agosto de 1990 a febrero de 1991 o los 78 días de bombardeo de la OTAN para castigar a Serbia, tiende a ser compleja, severa y prolongada.

En este sentido, puede terminar en una versión parecida a la guerra entre Irán e Irak de 1980 a 1988, cuya característica fue la actividad continua; en una similar a la que prevalece en la Península de Corea, en donde hay una línea de control, pero sin un fin formal; o en un conflicto congelado como el modelo de Georgia frente a los territorios separatistas de Osetia del Sur y Abjasia. “En los próximos meses vamos a ver una escalada, lo que no debe sorprendernos, ante la gran concentración de tropas rusas y la esperada llegada de tanques a Ucrania”.

El autor de publicaciones como The Conduct of War in the 21st Century. Kinetic, Connected and Synthetic, asegura que son múltiples las lecciones castrenses que ha dejado el conflicto a la fecha. Afirma que queda certificada la efectividad del uso combinado de artillería con infantería mecanizada para recuperar territorios, así como el significativo valor operacional del uso de vehículos no tripulados como herramienta para la eliminación de blancos estratégicos enemigos.

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