El presidente estadounidense, Donald Trump, ha llevado la guerra contra el narcotráfico a un nuevo nivel, con la destrucción de un bote que, afirma, era de narcotraficantes. Junto con su asedio a Venezuela, marcan una escalada con implicaciones para todo el Hemisferio Occidental.

Esta política de “escarmiento” plantea diferentes posibilidades: de las ejecuciones extrajudiciales a operaciones quirúrgicas o, incluso, una ocupación temporal. Nada, dicen los expertos, puede descartarse con Trump.

Trump y las drogas: la doctrina del escarmiento

Juan Gabriel Tokatlian*

El 16 de junio de 2015, Donald Trump anunció su voluntad de competir por la nominación presidencial del partido Republicano. Lanzó su campaña afirmando: “Cuando México envía a su gente (a Estados Unidos) no envía los mejores. Envía gente con muchos problemas y nos traen esos problemas. Traen drogas. Traen delincuencia.”

De acuerdo con los datos del Center for American Progress, desde el inicio de la “guerra contra las drogas”, en 1971 (presidencia de Richard Nixon) hasta 2015, cada 25 segundos un estadounidense fue arrestado por posesión de sustancias ilícitas; un quinto de la población encarcelada lo estaba por cargos vinculados al tema drogas; los afroestadounidenses constituían 30% de los detenidos –seis veces más que los blancos–; y casi el 80% de los encarcelados por delitos federales eran afros y latinos.

En aquel período, el combate antinarcóticos costó un billón de dólares. Para 2015 era evidente el fiasco de esa guerra irregular. Sin embargo, el uso político doméstico y el valor geopolítico externo siempre han sido claves en la estrategia estadounidense.

Ya en la Casa Blanca, Trump fusionó la cuestión del tráfico de drogas con la migración y el crimen, haciendo de los latinos en Estados Unidos y a varios países de la región los referentes del “flagelo” de las drogas en cuyo origen están en la demanda de sustancias ilegales y el prohibicionismo militante de Washington.

Como señala Salvador Santino Regilme. en un estudio sobre Trump I (Militarised Punishment: The Trump Administration’s Escalation of the War on Drugs, julio 2025), una combinación de deshumanización, moralismo y demagogia caracterizó su política antidrogas.

Una política con magros resultados. Al comienzo de su gestión –enero de 2017– el número de muertes por sobredosis fue, según el National Center for Health Statistics, 65 mil 571. Al final de su primera presidencia –diciembre de 2020– ese número llegó a 92 mil 478. De acuerdo con la DEA, aproximadamente el 70% de los decesos son producto del abuso de Fentanilo.

A su turno, el presidente culminó su mandato frustrado por no haber disciplinado a México. Su último secretario de Defensa, Mark Esper, destacó en sus memorias que el mandatario quería enviar 250 mil militares a la frontera con México y lanzar misiles contra los laboratorios de fentanilo. La reacción de Trump fue que Esper era débil e inefectivo.

Trump II ha decidido redoblar la apuesta. El 20 de enero de 2025 anunció varias órdenes ejecutivas. Una dirigida a repeler la “invasión” de personas que atraviesan la frontera sur, otra declarando que los carteles de las drogas constituyen “organizaciones terroristas foráneas”.

También proclamó que las secretarias de Defensa y de Seguridad Nacional debían “desplegar personal” en el borde con México, al tiempo que otra orden determinó una condición de “emergencia nacional” en la frontera sureña.

El 1 de febrero comunicó tres órdenes ligadas a la cuestión del fentanilo provenientes de China, Canadá y México. El 7 de febrero notificó enmiendas al asunto arancelario debido al fentanilo y China. El 1° de marzo hizo lo propio respecto a México y Canadá, y el 3 de marzo sumó más enmiendas sobre la materia en cuanto a China; a lo cual el 6 de marzo agregó a China y Canadá. Este aumento de anuncios parece desmesurado a la luz de los datos disponibles.

Por una parte, según la fuente ya citada, las muertes por sobredosis tuvieron un pico en junio de 2023 y han ido descendiendo. En marzo de 2024 hubo 102 mil 171 decesos; en marzo de este año hubo 74 mil 972 muertes; esta caída se debió a iniciativas de la administración Biden.

Por otra parte, el gobierno de Claudia Sheinbaum endureció la política contra el fentanilo e incrementó la extradición de capos del narcotráfico, mientras se redujo un 50% el tráfico de fentanilo de Canadá a Estados Unidos y China aumentó los controles de esa sustancia.

Recientemente, un objetivo adicional de la lucha contra los narcos es el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, identificado por el Departamento del Tesoro como el líder del cartel de los Soles, señalado como organización terrorista global. En realidad, los Soles no son un cartel sino una red y su negocio es la cocaína y no el fentanilo.

Poco satisface la demagogia punitiva y la ofuscación geopolítica de Trump. Por ello, formuló una directiva secreta que apunta a que las fuerzas armadas realicen operaciones militares en territorio extranjero contra los hoy designados narcoterroristas.

El cuadro de situación en 2025 es alarmante. Primero, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, es un devoto trumpista y no está dispuesto a limitar sus exabruptos y arbitrariedades. Segundo, las fuerzas armadas no insinúan aún una molestia con la decisión. Y tercero, lo anterior se produce en medio de recortes de fondos para las adicciones y la salud mental: en julio la administración demoró y canceló recursos para enfrentar la cuestión del fentanilo por 140 millones de dólares. En ese contexto, se dispuso la movilización de 4 mil soldados en aguas del Caribe.

Escenarios potenciales: ¿ejecuciones extrajudiciales (modelo Soleimani), ataques quirúrgicos (modelo Somalia), ocupación temporal (modelo Panamá)? Territorio de provocación: América Latina. Nada se debe descartar con Trump, así parezca inaudito.

El ilegal ataque de esta semana a una lancha fue contra no combatientes y es el anticipo de una “guerra contra el terrorismo” con militares estadounidenses y en la Cuenca del Caribe como el escenario de una confrontación donde se pone en entredicho la región como Zona de Paz.

*Juan Gabriel Tokatlian es Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Este artículo se publicó originalmente en el diario El Clarín, que dio su autorización para reproducirlo en EL UNIVERSAL

De socio confiable a país paria

Carlos A. Romero*

Comenzó un nuevo ciclo en las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Venezuela. En esta ocasión, las narrativas de cada quien se llenan de un vocabulario militar y la negociación se desplaza a un lugar desconocido, como también la búsqueda de una salida política a más de 25 años de turbulencias entre los dos países.

La decisión del gobierno de Trump de enviar un convoy naval a áreas marinas cercanas a Venezuela ha prendido las alarmas no sólo en el país sudamericano sino en todo el continente americano y en el propio Estados Unidos. Eso era de esperarse de un país que transita por el Caribe desde hace más de dos siglos y de una región vulnerada en varias oportunidades.

Tres son los planos en donde se ha forjado esta situación. En primer lugar, se ha desarrollado un debate sobre las verdaderas intenciones de Washington. Para algunos, sobre todo para quienes suscriben la versión oficial estadounidense, hay una simbiosis entre el régimen venezolano y el mundo del narcotráfico y del terrorismo, lo que lleva pensar que el interés central de Washington es el de presionar para impulsar una transición y un cambio de régimen. Para otros, quienes se oponen a esta posición, no se deben repetir los errores geopolíticos de antes.

En Venezuela el debate es más agrio. Están quienes abiertamente piden una intervención militar; son pocos quienes se oponen a ella y a una mayoría le es indiferente, ya que está ocupada en cosas terrenales. El régimen y sus partidarios exclaman con un tono superlativo y arrogante que están listos para repeler cualquier intento de una acción castrense que venga del norte. No hay término medio frente la polarización que asfixia al país.

¿Cómo los gobiernos latinoamericanos y caribeños han reaccionado ante estas amenazas? Un pequeño grupo trata de deconstruir lo que se consideran son unas “sanciones ideológicas”. Otros se aprovechan de la coyuntura para pedirle indulgencias al gobierno de Trump El resto calla.

Un tercer plano ilustra cómo la secuela de problemas que han experimentado Washington y Caracas ha contribuido a formar una agenda bilateral compleja que se ha trasladado de una visión positiva de “socio confiable y seguro” en materia petrolera, a una visión negativa de “país paria”.

En este contexto surgen otros temas clave en la ponderación de las relaciones. Por una parte, la “nube” de comunicaciones, redes sociales, internet, que transmiten fundamentalmente desde el territorio estadunidense y que tienen una visión radical del problema. Por la otra, la presencia de miles de venezolanos que buscan de algún modo vivir en Estados Unidos y que están “huyendo del sismo”.

Mientras tanto, el gobierno estadounidense anunció el ataque de sus fuerzas sobre una embarcación que transitaba por aguas internacionales con una aparente carga de droga y que eventualmente había salido de Venezuela. ¿Cómo interpretar dicha acción naval? ¿Cómo una maniobra intensiva de combate al narcotráfico y el terrorismo o como una advertencia al gobierno de Maduro?

*Politólogo y profesor venezolano.

El asedio a Venezuela y el caso Mexicano

Solange Márquez. Internacionalista.

A mediados de agosto, tres destructores Aegis zarparon de Estados Unidos rumbo a Venezuela, seguidos por el crucero USS Lake Erie y el submarino nuclear USS Newport News. La maquinaria militar comenzó a llegar a la región a finales de agosto, trasladando alrededor de 4500 efectivos.

Todo comenzó el 20 de enero, cuando Donald Trump designó a los cárteles del narcotráfico, entre ellos el venezolano Tren de Aragua, como organizaciones terroristas extranjeras. Esto le proporcionó el marco legal para usar las fuerzas armadas estadounidenses contra ellos. El despliegue militar tuvo su momento cúspide con el ataque, en días pasados, a un bote venezolano supuestamente cargado de droga donde murieron 11 personas.

Como era de esperarse, las preguntas sobre la posibilidad de que esto pudiera ocurrir en México no se hicieron esperar, especialmente en el marco de la visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio. Pero ¿Sería posible?

Hay dos razones que me hacen dudarlo. En principio que más allá de la lucha contra el crimen organizado, el asedio a Venezuela tiene un trasfondo geopolítico. Tras la cumbre entre Trump y Putin en Alaska, que no logró ni un alto el fuego ni una reunión entre Putin y Zelensky, la Casa Blanca intensificó su presión sobre aliados del Kremlin, como Maduro, enviando al mismo tiempo un mensaje a potencias como China, que mantiene fuertes intereses económicos en Venezuela.

Pero por el otro, hay razones de peso para descartar un escenario similar en México: la administración Trump ha acusado a Maduro de liderar el Cártel de Los Soles, negándole legitimidad como presidente. En contraste, Trump ha reconocido a Claudia Sheinbaum como jefa del Estado mexicano y con quien puede coordinarse en la lucha contra los cárteles del narcotráfico, aunque no pierde oportunidad de criticar su debilidad frente al crimen organizado.

Lo que hoy vive Venezuela es un caso único no solo por la acusación contra Maduro como líder del Cártel de Los Soles, sino por la animadversión de Rubio contra el régimen chavista. Rubio, hijo de cubanos, ha sido un crítico feroz de las dictaduras de Cuba y Venezuela por años, y en su nuevo cargo no hace más que amplificar su aversión.

Para México, la reunión con Rubio marcó la pauta: el trato será distinto al de Venezuela. No veremos, por ahora, destructores cargados de misiles ni submarinos nucleares frente a nuestras costas. La visita de Rubio fue al mismo tiempo una advertencia y un guiño de tranquilidad. Advertencia, porque el ataque al bote venezolano fue un mensaje directo a cárteles como Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, ya designados como organizaciones terroristas: si la Casa Blanca percibe debilidad o falta de cooperación, no dudará en escalar. Pero también un guiño de tranquilidad: mientras México siga alineado con Washington en seguridad y migración (con Guardia Nacional en la frontera, drones estadounidenses sobrevolando nuestro territorio o acciones encubiertas) Trump mantendrá su mano dura fuera de nuestras fronteras.

Sin embargo, creer que ese margen es permanente sería ingenuo. Con Trump, todo puede cambiar en un tuit; de ahí lo revelador del silencio de México tras el ataque al bote venezolano. Sheinbaum busca balancear su afinidad ideológica con Maduro y Cuba con la relación con Estados Unidos. Pronunciarse habría tensado la visita de Rubio. México debe diferenciarse de Venezuela sin traicionar su narrativa interna. El canciller De la Fuente evadió las preguntas escudándose en el principio de no intervención, pero su cautela difícilmente pasó desapercibida en Washington.

En lo que respecta a Maduro, es probable que marines, barcos de guerra y submarinos nucleares sigan merodeando sus aguas mientras convenga a los intereses de la Casa Blanca. X: @solange_

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