Hay inquietud en las minorías en Estados Unidos. Si el gobierno repite una y otra vez que el país no sería lo que es sin la diversidad, lo cierto es que esa diversidad es, como no se veía en décadas, blanco de ataque.

Donald Trump dejó las bases sentadas con una Corte Suprema de mayoría conservadora que primero echó abajo Roe vs. Wade y ahora la Acción Afirmativa. Pero no es sólo el trumpismo. El sector conservador en Estados Unidos está envalentonado, impulsado por gobernadores como Ron DeSantis, o Greg Abbott. El país retrocedió medio siglo con la decisión en contra del aborto, y unos 60 años con la que pone fin a los programas para garantizar que las minorías no son excluidas.

Pese a ser una “nación de migrantes”, los migrantes no son bienvenidos en diversos estados; pese a ufanarse del triunfo de la lucha por los derechos civiles, persiste el rechazo a los afroestadounidenses, a los que se suman los latinos, los asiáticos o la comunidad LGBTIQ+. Todo aquel que sea diferente.

El racismo, reconocen líderes como Joe Biden o Barack Obama, persiste en EU. La Acción Afirmativa buscaba, de algún modo, acotar ese racismo y dar oportunidad a los nuevos Obama, a las nuevas Michelle, a las nuevas Sonias Sotomayor. La Corte alegó que los estudiantes deben ser elegidos por las universidades acorde a sus capacidades, de sus “experiencias como individuo”, y no por su raza. Así debería ser en teoría, y en más tratándose de Estados Unidos, que se precia de ser el “país de las oportunidades”.

La realidad es mucho más amarga. La Corte puso fin a un programa sin hacer algo para garantizar que no habrá en las universidades privadas discriminación hacia las minorías. Que esas minorías tendrán las mismas oportunidades que los jóvenes blancos de recursos. Dejó en manos de los estados el derecho a la interrupción del embarazo, avaló que en algunos comercios se aleguen motivos religiosos para rechazar brindar servicio a parejas LGBT e invalidó la medida que aprobó Biden para cancelar parte de la deuda estudiantil.

Estados Unidos se convierte en el país de las oportunidades… de unos cuantos. Migrantes salen huyendo de Florida, mujeres, en su mayoría afroestadounidenses, ven cómo se les cierran cada vez más las puertas cuando buscan interrumpir sus embarazos; jóvenes, igualmente afroestadounidenses o latinos, ven esfumarse su sueño de acceder a educación de calidad, no sólo por el fin de la Acción Afirmativa, sino por lo que cuesta estudiar en Estados Unidos.

El país da pasos agigantados hacia atrás. Aunque la corte busca disfrazar sus decisiones, republicanos como Trump lo dicen con todas sus letras. “Acabaré con todos los programas de diversidad, igualdad e inclusión en el gobierno federal”, aseguró hace unos días quien busca regresar a la Casa Blanca.

Es el mismo Trump que a pesar de todos sus escándalos y líos judiciales, se mantiene a la cabeza de las encuestas, incluso por encima de Biden. En 2016, cuando Trump ganó pese a que las encuestas le daban el triunfo a Hillary Clinton, una de las conclusiones es que el republicano se benefició del “voto de la vergüenza”: miles de estadounidenses evitaron decir que votarían por él porque coincidían con sus puntos de vista, con su rechazo a los migrantes, al aborto, a las minorías…

Hoy no es más un lado oculto. Es el racismo, es la desigualdad, es el rechazo al otro que se exhibe cínicamente en las calles y tribunales, en las escuelas y trabajos del “país de las oportunidades”.

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