La revista médica The Lancet publicó en octubre un estudio sobre consumo global de opioides avalado por 61 expertos internacionales.

Entre los miles de datos, destaca un elemento. Es un mapamundi distorsionado donde el tamaño de cada país es proporcional a su consumo de opioides. Estados Unidos, Canadá y Australia aparecen como tres gigantescos globos que ocupan casi toda la Tierra. El resto de naciones son escuálidas caricaturas de países, como ubres de una vaca sedienta.

Mientras en EU el abuso de opioides es una epidemia mortal, en grandes áreas del mundo la distribución de estos medicamentos es escasa, con falta de anestesias o de analgésicos para aliviar el sufrimiento de enfermos terminales o de cáncer. Esto implica que 35.5 millones de pacientes viven con condiciones de dolor crónico, y que 25.5 millones de adultos y 2.5 millones de niños mueren al año con dolor extremo.

El 80% de casos de escasez se dan en países pobres. De las 300 toneladas métricas de opioides distribuidas en el mundo, sólo 10 llegaron a estas regiones. El estudio concluye que no se debe al precio de los fármacos, sino a “leyes desequilibradas y una regulación excesiva”, por lo general en países donde las autoridades intentan evitar su uso recreativo. En Afganistán, que produce 70% de opio mundial, según la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC), sólo 5% de enfermos que podrían precisar opioides los reciben.

Pero incluso comparando a EU con la Unión Europea (UE), las diferencias en el consumo son evidentes. A los estadounidenses se les recetan seis veces más opioides por persona que a los franceses o portugueses.

No es porque Europa sea un terreno libre de drogas. El Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías (OEDT) muestra que los europeos superan a los estadounidenses en consumo de alcohol y tabaco, pero el uso de opioides es menor por diversas causas. En primer lugar, en EU hay un exceso de prescripción ligado a que en Europa los países tienen atención médica universal gratuita que facilita el acceso a tratamientos más caros. Así, mientras en EU la única alternativa para un paciente de pocos recursos es tratar sus dolencias con pastillas, en la UE es más sencillo que sea derivado a un fisioterapeuta u otro especialista.

Países como España usan además un sistema de recetas electrónicas que sirve a los médicos para controlar el consumo de los pacientes adictos y que no se dupliquen las prescripciones en distintos centros de salud. EU es, además, una de las pocas naciones donde los medicamentos con receta son promocionados por televisión. Según la demoscópica Kantar, el gasto en publicidad de farmacéuticas en EU alcanzó los 6 mil 400 millones de dólares en 2016.

Esos factores hacen que en Europa la amenaza con los opioides sintéticos (especialmente de la familia del potente fentanilo) no se asocie a los hospitales.

El doctor experto en adicciones Josep Guardia explica a EL UNIVERSAL que, a pesar de que no existan estudios epidemológicos sobre el uso de las sustancias en Europa y que quizás esté infradetectado, el mayor peligro parece ser que el fentanilo salte al mercado negro o sea adquirido por particulares en internet.

Guardia, vicepresidente de la asociación Socidrogalcohol, ha promovido en España una guía para el buen uso de analgésicos opiodes. “Lo hice con intención preventiva, para que no ocurra como en EU, donde se creó un halo positivo alrededor de los opioides, minimizando sus peligros. Si no somos cuidadosos, el caso puede replicarse en Europa”, dice.

“Antes todos sabíamos que el principal opioide, la morfina, era un recurso muy útil en situaciones extremas, pero que era un medicamento peligroso. El problema surge cuando en EU se banaliza el uso de la oxicodona y se empieza a pensar que es efectiva contra todos los dolores y que no es adictiva, dos mentiras. Los pacientes empezaron a pedirlos, y los doctores se vieron presionados a recetarlo. Como médico, apoyo el uso de opioides, pero restringido a casos puntuales”, dice.

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