Bruselas.— Todos ellos comparten el mismo común denominador, por la vía de las urnas llegan al poder con la promesa de la transformación hacia el progreso y al final terminan perpetuándose en la silla presidencial provocando el aislamiento de sus naciones. 

Son los casos del ruso, el turco Recep Tayyip Erdogan y el bielorruso Alexander Lukashenko, descrito en distintos informes elaborados por el Servicio de Investigación del Parlamento Europeo como autócratas para los que la máxima autoridad terminó volviéndose una obsesión. 

El costo de prolongar su mandato, silenciando a la oposición y sofocando las libertades fundamentales ha sido elevado. Además de los costos económicos por las sanciones impuestas por Occidente, sufren las consecuencias del aislamiento diplomático. De allí que no sea ninguna casualidad que al momento de sentirse en aprietos Minsk, Moscú y Ankara se busquen los unos a los otros, pese a que en algunas áreas compiten o hay marcadas diferencias, particularmente entre las dos últimas capitales. 

También lee: 

“Al comienzo de su primera presidencia en 2000, Vladimir Putin fue visto por muchos como un socio prometedor, abierto a reformas liberalizadoras y una estrecha cooperación con Occidente”, recuerda Martin Russell, en un estudio elaborado por el servicio de la Eurocámara

Incluso, continúa, en 2001, Putin se mostró dispuesto a considerar la integración de Rusia en una alianza militar paneuropea, posiblemente basada en la OTAN.  

“Sin embargo, las esperanzas europeas de que Rusia se convirtiera en una democracia liberal pronto se vieron desvanecidas, al final de su primera presidencia, Putin ya había comenzado el proceso dirigido a controlar los medios independientes y eliminar a los rivales potenciales, a través de investigaciones y juicios políticamente motivados”. 

Desde entonces, sólo ha prestado en una ocasión el poder su hombre más cercano, Dmitri Medvédev, de 2008 a 2012.  Su última reelección tuvo lugar en marzo de 2018, y como si los rusos no tuvieran memoria, renovó el mandato con una lluvia de promesas. 

También lee: 

En su discurso inaugural se fijó 150 objetivos enmarcados en 12 grandes ámbitos, desde salud y educación, hasta productividad laboral y economía digital. El objetivo final era revitalizar la economía, promover la innovación y combatir la pobreza. No obstante, como en el pasado, los ambiciosos objetivos resultaron ser “poco realistas”, de acuerdo con el analista. 

“Rusia Unida probablemente mantendrá su mayoría parlamentaria en las próximas elecciones nacionales de 2021, mientras que Putin verá su cuarta, y probablemente última, presidencia hasta su expiración en 2024. Incluso después de eso, hay una gran posibilidad de que Putin, o al menos un aliado cercano, siga en el cargo”.  

Un patrón semejante protagoniza Recep Tayyip Erdogan, quien al asumir el cargo de primer ministro, en 2003, buscó acercar a su país con Occidente empujando la membresía en la Unión Europea y prometiendo reformas en línea con los valores democráticos comunitarios. 

Sin embargo, al paso de los años fue cada vez más evidente que el plan central de su carrera política no era obtener un ticket en el prestigioso club comunitario, sino afianzarse en el cargo. Esto ha sido posible gracias a que ha logrado conservar el apoyo de su base a través de políticas en línea con el Islam y dirigidas a remodelar la sociedad turca. 

También lee: 

“El rostro de 'gobierno de un solo hombre' en la toma de decisiones sobre política interna y externa, se volvió aún más evidente después de las elecciones de 2015, cuando su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de tinte conservador religioso, perdió el 10% de sus votos”, indica un documento interno del Parlamento Europeo elaborado por el investigador Branislav Stanicek. 

“A pesar de seguir siendo el partido político más grande, el AKP no pudo formar un gobierno de partido único basado en la mayoría parlamentaria de la que gozaba desde que llegó al poder en 2002. El fallido golpe militar de 2016 acentuó aún más las tendencias autocráticas del régimen”. 

“Los expertos coinciden en que después de las elecciones locales de marzo de 2019, cuando el AKP perdió algunos municipios importantes, incluidos Ankara y Estambul (donde Erdogan comenzó su carrera política como alcalde de 1994 a 1998), quedó claro que el principal objetivo de Erdogan era permanecer en el poder y para ello tenía que asegurar un mayor apoyo de los nacionalistas”. 
Presidente desde 2014, Erdogan ha logrado concentrar el poder a través de enmiendas constitucionales que restringen la democracia y el estado de derecho, en línea con un proyecto conocido como "Presidencia Imperial".  

Sus poderes presidenciales incluyen nombrar a altos funcionarios, imponer estados de emergencia, emitir decretos y disolver el Parlamento. Las modificaciones legislativas le permiten continuar gobernando hasta 2029.  

También lee: 

Según la fundación Bertelsmann Stiftung, Turquía es un país "autocrático"; en 2020 ocupó el último lugar de una lista de 41 países estudiados, con 2,9 puntos (sobre 10) en calidad de la democracia.  

En este dossier también figura Bielorrusia, país que por sus estándares electorales y su pobre historial de derechos humanos se ha ganado el título del “agujero negro” del mapa europeo. Otros lo conocen como la última dictadura de Europa. 

Augurando un futuro prometedor mejor para una nación que acababa de nacer, el candidato independiente Alexander Lukashenko se convirtió en el primer presidente de la República en 1994. Desde entonces no ha dejado el puesto, acumulando seis mandatos consecutivos, el último fue renovado el pasado 9 de agosto en medio de las mayores protestas vistas en las calles de Minsk. 

Dos años después de su arribo a la presidencia, sometió a sus intereses las instituciones y las estructuras estatales. De manera paralela lanzó una ofensiva que consistió en desaparecer a los políticos opositores, sofocar toda forma de protesta por la vía de la violencia y hostigar a periodistas y defensores de derechos humanos para silenciarlos. 

También lee: 

Con enorme audacia, supo explotar las debilidades de un pueblo que acaba de probar las mieles de la independencia. Los analistas sostienen que al inicio logró estabilizar el país y mantener de su lado a los oligarcas y la población rural. La instauración de un modelo económico en manos del Estado ha sido posible gracias al apoyo de Moscú, quien ha financiado a su vecino suministrando combustible barato.  
“Pero como muchos otros líderes que tomaron el poder después de la caída de la Unión Soviética, una vez que lo saboreó le gustó y ya no lo dejó”, asegura Amanda Paul, analista para Eurasia del European Policy Centre, quien está convencida de que Lukashenko tiene los días contados luego del enorme malestar social desencadenado por su último fraude electoral.