En 1918 el mundo era testigo de la Primera Guerra Mundial que se libraba en suelo europeo pero cuyas repercusiones serían, como su nombre lo dice, mundiales. En 1918, la configuración del mapa político global era muy diferente al que hoy podemos ver en un abrir y cerrar de ojos en Google Maps. En 1918, el continente africano estaba en manos de Europa. En 1918, la Sudáfrica que hoy conocemos no existía. Fue en 1918 cuando nació Nelson Mandela.

Un líder nato, desde joven decidió estudiar Derecho y, aunque la segregación racial no estaba institucionalizada bajo el apartheid, ya era un hecho al cual se enfrentaba día a día. Esta situación definiría su lucha diaria y a lo que dedicaría su vida: a luchar por la igualdad.

Mandela se comprometió desde joven con la causa de la libertad. Nos cuenta en su autobiografía: “Poco a poco fui comprendiendo que no sólo no era libre, sino que tampoco lo eran mis hermanos y hermanas. Vi que no era sólo mi libertad la que estaba en juego, sino la de todo aquel que se pareciera a mí”. Pudo no haberlo hecho; pudo haber dejado a otros luchar; pudo haberse quedado en su aldea, con su familia, como un gran hombre reconocido en su mini-sociedad. Decidió luchar, luchar a muerte.

A eso se reduce el liderazgo, a luchar por un ideal en el que otros se reflejen, a usar las armas propias para alzar la voz de los demás. La diferencia: los intereses por los cuales se lucha, lo que se esté dispuesto a hacer para lograrlo, el impacto que tendrá en el futuro de la propia sociedad o del mundo.

Los líderes reales no se enfrentan con un tirano y ya, no dan un nombre y apellido a la injusticia, es la propia injusticia, encarnada en un sistema, contra la que luchan: “Recordé a todos, una y otra vez, que la lucha por la liberación no había sido una batalla contra otros grupos u otros colores de piel, sino contra un sistema represivo”, escribió Mandela.

No voy a adentrarme en los diferentes tipos de líderes que existen en el mundo. Mandela fue único. Su optimismo después de décadas de cárcel, pero su realismo al hacer análisis de las situaciones que enfrentaba, lo caracterizaron hasta el final. Su creencia en la bondad de los hombres y en la reconciliación para evitar vivir en torbellinos históricos y eternos de venganza lo definieron.

Hoy, en 2018, el mundo es completamente diferente… y los líderes también. Terminó la Segunda Guerra Mundial, reconfigurando las fronteras políticas del mundo; terminó la Guerra Fría, reconfigurando la ideología económica y poniéndonos a todos bajo el enorme paraguas de la globalización; Sudáfrica es un nuevo país desde hace 14 años y la tecnología de la información nos permite participar como espectador de primera fila en cada uno de los acontecimientos del mundo.

Convendría preguntarnos ¿quiénes son realmente los líderes hoy, son acaso los que ostentan el poder o son quienes luchan desde las trincheras por las causas de los otros? Podría contestar con seguridad que, definitivamente, no son todos los que ostentan el poder; de hecho, creo que esos son los menos.

Mandela llegó al poder sin buscarlo: “Antes de nada, quería expresar ante el pueblo que yo no era ningún mesías, sino un hombre corriente que se había convertido en un líder por circunstancias extraordinarias”. Y también dejó el poder cuando fue el momento de dejarlo. En 1999, Mandela entregó la presidencia de Sudáfrica, una decisión de abandonar el mando que fue un ejemplo para otros.

No buscó riquezas, no buscó perpetuarse, no buscó… Lo que encontró, el pueblo mismo se lo dio y esa fue su recompensa. Ver el país transformarse en algo parecido a lo que él soñaba. Dejar el mundo mejor de como estaba cuando llegó. No todos tienen ese privilegio.

Termino recordando su frase más célebre y que más define a un líder real, a ese dispuesto a dar su vida por su causa, al que necesitamos hoy: “He dedicado toda mi vida a la lucha del pueblo africano. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre, en la que todas las personas convivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que aspiro a alcanzar. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.

Maestra en Estudios de Asia y África,
especialidad África, por El Colegio de México.

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