Desde hace años se habla de cómo las mafias se han infiltrado en las campañas políticas en Colombia, en México y en otros países latinoamericanos. Ahora, ser candidato se ha convertido en una actividad de alto riesgo. Poco a poco, los cárteles de la droga, el crimen trasnacional han extendido sus tentáculos. Si hace décadas preocupaba la “colombianización”, hoy la DEA tiene un mapa detallado de cómo el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación son los “nuevos reyes del barrio”, con presencia y alianzas en diferentes Estados, de Venezuela a Colombia, pasando por Argentina y… claro está, Ecuador.

El asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio y las versiones de que el Cártel de Sinaloa pudo tener algo que ver dan una nueva dimensión al problema. De hace tiempo se sabe de la presión que ejerce el cártel y el poder que tiene en el país sudamericano, azotado por la violencia en las calles y prisiones, con gobiernos incapaces de hacerle frente. Ahora, el mismo modus operandi que se ha visto en México, con candidatos municipales o estatales asesinados en plena campaña, se repite en Ecuador.

Las mafias no sólo compran ya candidatos o amenazan a policías o negocian con aspirantes y funcionarios. Ahora “eliminan” estorbos. Su poder y la amenaza que representan se extienden. No sólo controlan ya el tráfico de drogas, también el de personas; se involucran y roban negocios legales, amenazan campesinos y pescadores, y controlan cada vez más las acciones políticas y personajes en el poder. Sin embargo, el gobierno de México insiste en que a los narcos, los mafiosos, hay que convencerlos de que se “porten bien”. Frente a un crimen que conmocionó a Ecuador, no hubo una sola mención de que vaya a haber acciones firmes en contra de los cárteles de la droga.

Mientras en Estados Unidos crece la presión para actuar contra los narcos mexicanos que inundan de fentanilo suelo estadounidense, la administración de Andrés Manuel López Obrador prefiere seguir negando que la droga se produce en México. La presencia de cárteles mexicanos es causa de preocupación en Colombia, en Argentina. En Ecuador, desde hace algunos años los gobiernos lamentan la violencia “que viene de fuera” y motines y asesinatos se repiten, calcando los que ocurren en México sin control.

Los candidatos salen hoy vestidos con chalecos antibalas; mejor si traen vehículos blindados y protección, pero el discurso oficial mexicano ignora una realidad que se ha vuelto motivo de temor y de reclamos a nivel internacional. Incluso los europeos buscan oídos mexicanos a su propuesta de elevar la cooperación de inteligencia, de compartición de datos.

La colombianización que tanto se temía consistía en la posibilidad de ver la violencia de un Escobar en otros países. Ejecuciones de narcos rivales, pleito territorial. Hoy la “mexicanización” es mucho más grave, con los cárteles convertidos en monstruos de mil cabezas, de mil negocios, capaces de eliminar a quien se ponga en su camino, en cualquier país. Mientras expertos se preguntan cómo combatir con mayor eficacia a los cárteles, cómo frenarlos de una vez por todas, si es que es posible, la lamentable respuesta del gobierno mexicano es el silencio y el desdén.

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